Al Gran Pueblo Argentino salud (EDICIÓN i)

La Declaración de la Independencia fue un acontecimiento magnífico en la historia de las Provincias Unidas de Sud América, un territorio potencialmente más grande que el que tiene la Argentina. San Martín y Belgrano fueron decisivos para llegar al 9 de julio. Pero bien pronto llegaría la guerra civil y una enorme pérdida de vidas, de riquezas, de energías y de tiempo que se extendió entre 1820 y 1853. Lamentablemente, hoy aún parece que muchos argentinos no se decidan a honrar a los Padres Fundadores. La revista EDICIÓN i lo recordó así y U24 adhiere al mensaje:

De acuerdo con el Estatuto de 1815, fueron invitadas a concurrir al Congreso todas las provincias del Río de la Plata, incluyendo las que dependían de José de Artigas, pero éstas (Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos y la Banda Oriental) rechazaron la invitación.

Córdoba, que hasta ese momento respondía a Artigas, decidió participar y eligió su diputación. Como sede del Congreso se eligió San Miguel de Tucumán , lugar equidistante de todas las provincias (había un creciente disgusto de los pueblos frente a Buenos Aires. Desde la supresión de la Junta Grande por el Primer Triunvirato, en 1811, hasta el Directorio de Carlos María de Alvear, la conducción porteña había impuesto sus criterios, desconociendo las tendencias confederales).

El Congreso realizó una múltiple labor, porque fue constituyente, legislativo, electoral y actuó en problemas judiciales. Las sesiones comenzaron el 24 de marzo de 1816, con Ignacio Álvarez Thomas como Director Supremo, en la casa de doña Francisca Bazán de Laguna y fueron anunciadas por una salva de 21 cañones. Pero pronto Alvarez Thomas renunció y el 16 de abril fue reemplazado por Antonio González Balcarce, quien también renunció.

El 3 de mayo de 1816, el Congreso eligió un nuevo Director Supremo: Juan Martín de Pueyrredón, cercano a los intereses porteños. Los diputados Esteban Agustín Gazcón, Teodoro Sánchez de Bustamante y José Mariano Serrano presentaron un plan para pacificar y unir el territorio, aceptado por todos y cuyos puntos fundamentales fueron:

> Comunicarse con todas las provincias para insistir en la necesidad de unión y así enfrentar al enemigo externo.

> Declarar la independencia.

> Discutir la forma de gobierno más conveniente para las Provincias Unidas.

> Elaborar un proyecto de Constitución.

> Preparar un plan para apoyar y sostener la guerra en defensa propia, proveyendo de armamentos a los ejércitos patriotas.

En 1816, las Provincias Unidas pasaban por difíciles momentos. En el Norte se acababa de perder el Alto Perú, por las derrotas en las batallas de Vilcapugio y Ayohuma; al Oeste, Chile estaba bajo control de los españoles, que habían vencido en Rancagua; en el Litoral, José de Artigas dejaba sentir su influencia contraria hacia Buenos Aires. En Europa , la Santa Alianza prometía ayudar a los monarcas a reconquistar las posesiones insurrectas. Dentro del país , la anarquía se insinuaba amenazadora.

El 6 de julio, los diputados recibieron en sesión secreta a Manuel Belgrano, quien había regresado de su misión diplomática en Europa, junto a Bernardino Rivadavia, y opinó que era necesario declarar lo antes posible la independencia. También José de San Martín insistía sobre ésto, desde Mendoza, ya que era incoherente iniciar una campaña militar por la independencia de Chile sin haberla declarado en las Provincias Unidas.

En verdad, la declaración de la independencia fue el resultado de las coincidentes, aunque no acordadas, presiones de San Martín y Belgrano. Después de arduas discusiones acerca de la forma de gobierno, el 9 de julio de 1816, a pedido del diputado jujeño Teodoro Sánchez de Bustamante, se discutió el proyecto de declaración de la independencia.

Entonces, con la presidencia del sanjuanino Francisco Narciso Laprida, se inició el debate. Luego, el secretario Juan José Paso le preguntó a los diputados si querían que las provincias de la Unión fuesen una nación libre e independiente de los Reyes de España y su metrópoli.

Primero por aclamación general, y luego por votación unánime, fue aprobada la independencia de las Provincias Unidas de Sud América. De inmediato, se labró el "Acta de la Emancipación". El acta de la Independencia fue firmada por todos.

La mayoría de los integrantes del Congreso eran de ideas monárquicas, y coincidían con Belgrano, quien propuso ésta forma de gobierno, para unificar y pacificar al país. También éstas eran las convicciones de José de San Martín, porque él pensaba que las Provincias Unidas no estaban preparadas para ser gobernadas por un sistema republicano.

Pero las opiniones estaban divididas con respecto a que casa reinaría, pues unos se pronunciaban por la restauración de la dinastía de los Incas, mientras otros por la instauración de una monarquía constitucional, regida por el príncipe de Luca o por un miembro de la casa de Braganza.

Una propuesta fue su casamiento con una princesa portuguesa con lo que se esperaba lograr, la evacuación portuguesa de la Banda Oriental (Uruguay). El proyecto fue aprobado por el Congreso de Tucumán, pero las negociaciones quedaron truncas, cuando se produjo la caída del Directorio en 1820, profundizándose la anarquía. El Congreso sí le dio sanción legal a la bandera, quedando aprobado por acuerdo unánime el uso de la bandera azul celeste y blanca (25 de julio).

Antes, el 19 de julio se celebraron dos sesiones. La primera fue pública y en ella se redactó y aprobó la fórmula del juramento que debían prestar los diputados. La segunda fue secreta. En ella, a pedido del diputado por Buenos Aires, Pedro Medrano, se aceptó que a la Declaración de la Independencia se le introdujera una modificación en el párrafo referido a la emancipación. El nuevo párrafo quedó así: "(...) una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli y de toda otra dominación extranjera (...)".

Esto sucedió por un persistente rumor que decía que se estaba gestionando un protectorado portugués.

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9 DE JULIO DE 1816

En la benemérita y muy digna Ciudad de San Miguel de Tucumán a nueve días del mes de Julio de mil ochocientos diez y seis.

Terminada la sesión ordinaria el Congreso de la Provincias Unidas continuó sus anteriores discusiones sobre el grande, augusto, y sagrado objeto de la independencia de los Pueblos que lo forman.

Era universal, constante y decidido el clamor del territorio entero por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España; los Representantes, sin embargo consagraron a tan arduo toda la profundidad de sus talentos, la rectitud de sus intenciones e interés que demanda la sanción de la suerte suya, la de los Pueblos representados y la de toda la posteridad. A su término fueron preguntados: Si querían que las Provincias de la Unión fuesen una Nación libre e independiente de los Reyes de España y su Metrópoli. Aclamaron primero llenos del santo ardor de la justicia, y uno a uno reiteraban sucesivamente su unánime y espontáneo decidido voto por la independencia del País, fijando en su virtud la determinación siguiente:

Nos los Representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los Pueblos que representamos, protestando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo, la justicia que regla nuestros votos: Declaramos solemnemente a la faz de la tierra que, es voluntad unánime e indudable de estas Provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los Reyes de España, recuperar los derechos que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una Nación libre e independiente del Rey Fernando VII sus sucesores y Metrópoli.

Quedan en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas y cada una de ellas así lo publican, declaran y ratifican, comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta su voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas haberes y fama. Comuníquese a quienes corresponda para su publicación, y en obsequio del respeto que se debe a la Naciones, detállense en un Manifiesto los gravísimos fundamentos impulsivos de esta solemne declaración.

Dada en la sala de sesiones, firmada de nuestra mano, sellada con el sello del Congreso y refrendada por nuestros Diputados Secretarios.

Francisco Narciso de Laprida, diputado por San Juan, presidente; Mariano Boedo, vice-presidente, diputado por Salta; A
ntonio Sáenz, diputado de Buenos Ayres, Fran Cayetano José Rodríguez, diputado por Buenos Ayres; Pedro Medran, diputado por Buenos Ayres; Manuel Antonio Acevedo, diputado por Catamarca; José Ignacio de Gorriti, diputado por Salta; José Andrés Pacheco de Melo, diputado por Chichas; Teodoro Sánchez de Bustamente, diputado por la Ciudad de Jujuy y su Territorio; Eduardo Pérez Vulnez, diputado por Córdoba; Tomás Godoy Cruz, diputado por Mendoza; Pedro Miguel Aráoz, diputado por la Capital del Tucumán; Esteban Agustín Gazcón, diputado por la Provincia de Buenos Ayres; Pedro Francisco de Uriarte , diputado por Santiago del Estero; Pedro León Gallo, diputado de Santiago del Estero; Pedro Ignacio Rivera, diputado de Mizque; Mariano Sánchez de Loria, diputado por Charcas; José Severo Malabia, Diputado por Charcas, Pedro Ignacio de Castro Barros, diputado por la Rioja; Licenciado Jerónimo Salguero de Cabrera y Cabrera, diputado por Córdoba; José Colombres, diputado por Catamarca; José Ignacio Tamez, diputado por Tucumán; Fray Justo de Santa María de Oro, diputado por San Juan; José Antonio Cabrera, diputado por Córdoba; Juan Agustín Maza, diputado por Mendoza; Tomás Manuel de Anchorena, diputado de Buenos Ayres, secretario.

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