El poder de la "vieja Argentina"

Néstor Kirchner no está dando muestras de estar destruyendo la "vieja Argentina", típica promesa con la cual todos los gobiernos de las últimas décadas creyeron convencer a la ciudadanía de las ventajas de su presencia en el poder. La Argentina está más lejos de transformarse en un país "nuevo". A continuación, U24 le acerca el editorial del diario Río Negro:

Todos los gobiernos de las décadas últimas, fueran militares, peronistas, radicales o semirradicales, trataron de convencer a la ciudadanía de que su mera presencia en el poder significaba que la "vieja Argentina" tenía los días contados y que pronto se vería reemplazada por un país "nuevo".

Por ser desde hace medio siglo tan poco satisfactoria la versión existente del país, es natural que la gente siempre se haya sentido atraída por la idea de que estuviera por cambiar de manera drástica.

También lo es que si bien sus gobernantes coyunturales dieron a entender que estaban resueltos a impulsar la revolución prevista, todos se han dedicado a conservar el orden que, a pesar de sus muchas deficiencias, por lo menos poseía el mérito de permitirles instalarse en la Casa Rosada.

Así las cosas, pocos pueden tomar demasiado en serio el esfuerzo del presidente Néstor Kirchner por persuadir al electorado de que su rival Eduardo Duhalde representa la "vieja Argentina", la de los fracasos espectaculares, mientras que él y su esposa son la cara más visible de un país nuevo libre de "trabas cotidianas".

Como tantos otros integrantes de la clase política nacional, a juzgar por lo que efectivamente ha hecho, Kirchner es un reaccionario que domina un discurso entre progresista y populista. Se trata de una fórmula muy eficaz que les sirve a sus cultores para aprovechar el deseo casi universal de que la Argentina mejore para fortalecer a los muchos sectores políticos, económicos y culturales que están resueltos a oponerse a los cambios que serían necesarios para que por fin el país disfrutara de un período prolongado de crecimiento sostenido y lograra reducir en un lapso aceptable las dimensiones de la brecha que separa a los relativamente acomodados de los pobres y los indigentes.

Aunque es de suponer que como muchos otros, incluyendo a los militares de los años setenta y ochenta, Kirchner realmente quisiera que la Argentina se modernizara para asemejarse más a los países "normales" de Europa, América del Norte y Oceanía, no parece tener la más mínima intención de impulsar las medidas apropiadas por temor a que el único resultado sería la disminución de su poder. Por lo tanto, no le interesa para nada la condición de las principales instituciones nacionales.

Si bien podría argüirse que la calidad profesional de los ministros de la Corte Suprema actual es superior a la de los expulsados, las tácticas empleadas para reformarla fueron tales que no contribuyeron en absoluto a prestigiar la Justicia.

Asimismo, una consecuencia de los destrozos jurídicos que fueron provocados por los gobiernos que sucedieron al encabezado por Fernando de la Rúa, sin excluir al kirchnerista, es que la Argentina sigue siendo un país célebre por la arbitrariedad.

No es cuestión de un detalle menor. Por el contrario, en el mundo actual la llamada seguridad jurídica es fundamental para el buen funcionamiento no sólo de la economía, sino también de la sociedad en su conjunto.

Como un producto típico de la "vieja Argentina", Kirchner inició su gestión entregando un ministerio a su hermana y rodeándose de personajes oriundos de su propia provincia, los llamados "pingüinos".

Abusa sistemáticamente de los decretos "de emergencia" presidenciales, debilitando de este modo al Congreso que según parece sólo sobrevive porque para los legisladores es una fuente imprescindible de ingresos.

Aunque uno podría tomar la alianza del presidente con ciertos sectores piqueteros por una innovación, no es una señal de progreso sino de regresión.

De todos modos, con el padrinazgo del gobierno el clientelismo, una modalidad que es difícilmente compatible con una democracia sana, sigue cumpliendo un papel político clave.

No hay indicio alguno de que esté en favor de la profesionalización de la administración pública. Y lejos de ser partidario de políticas económicas que promoverían la modernización de la economía, el gobierno desalienta la inversión, ensañándose con frecuencia con los empresarios, fueron éstos extranjeros o locales, y subvenciona a los sectores industriales escasamente competitivos, liderados por los "productivos" bonaerenses, que están entre los defensores más tenaces de la "vieja Argentina" que, como todo político tradicional, Kirchner dice querer dejar atrás.

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