Matar o morir en nombre de Alá

Hace 2 semanas, la revista EDICIÓN ireprodujo el siguiente ensayo que intenta explicar porqué jóvenes islámicos aún nacidos en Occidente pueden convertirse en formidables máquinas de matar. Convencidos de que no serán las fuerzas de seguridad ni de inteligencia ni armadas que acabarán por sí solas con este fenómeno, U24 intenta explicar a sus lectores qué está ocurriendo: POR JUAN JOSÉ ESCOBAR STEMMANN

La ideología yihadista y, especialmente, el proselitismo realizado por diversos ideólogos fundamentalistas, han favorecido la aparición de grupos capaces de ejecutar atentados terroristas de modo independiente en diferentes latitudes. ¿Qué ideología está detrás de estos ataques? ¿Qué papel desempeña en el proceso de fanatismo de ciertos sectores de las comunidades musulmanas en Europa?

La ideología ‘yihadista’ es inspirada en lo hoy se llama de forma genérica ‘salafismo’, término ambiguo que ha servido para designar realidades sociológicas e históricas diferentes entre sí. La palabra proviene de la raíz ‘salaf’, que significa ‘preceder’.

En el léxico islámico se utiliza para denominar a los seguidores de ‘al salaf al salih’, los ‘virtuosos padres de la fe’, que fueron compañeros del Profeta (Mahoma, del clan de Hashim, parte de la tribu de Quraysh). Dado que éstos aprendieron el Islam directamente de él, fueron ellos quienes comprendieron el verdadero significado de la religión.

Los ‘salafistas’ pretenden erradicar las impurezas introducidas en el Islam durante siglos de práctica religiosa. Las interpretaciones que no se ajustan a las fuentes originales de la religión son contempladas como distorsiones que alejan a los musulmanes del camino hacia Dios. Los ‘salafistas’ han creado un método (manhaj) para la búsqueda de la verdad religiosa y para determinar la correcta interpretación de la religión basada en el Corán, la Sunna y el modelo de los primeros musulmanes.

Su ‘manhaj’ se apoya en una serie de conceptos. El principal es el ‘tawhid’ (creencia en la unicidad de Dios). También en la ‘vida’ (innovación en la fe). Sus seguidores argumentan que dado que el Corán y la Sunna revelan la verdadera naturaleza del Islam, cualquier innovación es una distorsión de la vía hacia Dios y debe rechazarse. Los ‘salafistas’ le dedican también mucha atención a la ciencia de los ‘hadices’ (tradiciones proféticas). Consideran que tras el Corán, los ‘hadices’ constituyen la fuente más importante de conocimiento religioso y de guía, ya que ofrecen el mejor ejemplo de cómo se practicaba el Islam en sus orígenes.

Para ellos, la división de los musulmanes en escuelas separadas es una práctica inaceptable porque sólo puede haber una interpretación o juicio correcto; por ello señalan que la verdad se encuentra en las fuentes y no en los textos de los juristas. El ‘salafismo’ es, por tanto, una vía y un método para la búsqueda de la verdad religiosa; un deseo de practicar el Islam tal como fue revelado al Profeta. Evitar la ‘vida’, una estricta adherencia al principio del ‘tawhid’ y un deseo de trascender las diferencias entre las distintas escuelas reflejan la misión ‘salafista’ y su deseo de localizar la verdad religiosa en las fuentes originales del Islam.

La ambigüedad del término

El término ‘salafista’ ha servido para designar a distintos movimientos. El itinerario que lleva desde los ‘salafistas’ de finales del siglo 19 a los terroristas del 11 de marzo de 2004, en Atocha –y probablemente a los de los subterráneos de Londres- es complicado. En un principio, el movimiento ‘salafista’ se inscribía en un proyecto de renacimiento del pensamiento musulmán iniciado por ideólogos como Afgani y Abdo, fascinados por el progreso de Occidente a finales del siglo 19, y que no dudaban en conciliar el deseo de un retorno a las prácticas de los primeros compañeros del Profeta, con la defensa de la modernización y la aplicación de la razón al Islam.

Este movimiento coexistió durante años con una corriente minoritaria, seguidora de las enseñazas que Ibn Abdel Wahab extendió en Arabia Saudí durante el siglo 18, y que heredaría el concepto de ‘salafismo’ tal como lo entendemos hoy día.

El ‘salafismo’ reformista de Afgani y Abdo terminó disolviéndose en el movimiento nacionalista, tras convertirse en un aglutinante de los clérigos salidos de los cursos tradicionales y los jóvenes nacionalistas que pasaron por las universidades europeas. Un ‘salafista’ fue Alal el Fasi, fundador del Partido del Istiqlal, en Marruecos. Tras la independencia, el ‘salafismo’ no resistió a la lógica de la acción política, dominada por el nacionalismo y el socialismo. Desplazados de la escena política, se centrarían en la formación, a través de escuelas privadas, o en algunos casos, como ocurrió en Marruecos, ingresando a la Corte para apoyar los proyectos del Islam conservador y rigorista auspiciado por el monarca Hassan II.

A lo largo de los años ‘60 y ’70, la presencia del ‘salafismo’ en la mayor parte de los países árabes fue marginal y sobre todo autóctona, cercano a la escuela Hanbalí, que defendía una lectura literal del Corán y excluyó todo uso de la razón en la interpretación de las escrituras.

El ‘salafismo’ como concepto quedó ligado al reformismo puritano. Durante este periodo, la producción doctrinal se concentró en Arabia Saudita, donde autores como Ibn Otheimin, Nasr Al Din al Albani, Ali Hassan al Halabi o el gran muftí de Arabia Saudí, Ibn Baz, sentaron las bases ideológicas del ‘salafismo’ moderno, acercando su contenido a las tesis defendidas por el fundador del ‘wahabismo’.

A través de su método, los ‘salafistas’ proponen cambiar la sociedad promoviendo modificaciones en la conducta de los individuos. Para rectificar a la sociedad y hacerla volver al camino recto hay que hacer volver al individuo al Islam. El cambio debe provenir de la educación (‘tarbiya’) y de la ciencia de los ‘hadices’. En el ámbito político sólo reconocen la soberanía de Dios, rechazan el concepto de Estado-nación e invocan la importancia del concepto de ‘umma’ o comunidad político-religiosa supranacional. Los ‘salafistas’ no se ven como revolucionarios sino como guardianes de la fe.

El ‘salafismo’ como movimiento fue impulsado por las ambiciones de Arabia Saudita para difundir el Islam ‘wahabí’. La financiación de escuelas y publicaciones ‘salafistas’, que ofrecían una visión rigorista del Islam, cercana al ‘wahabismo’, se convirtió en la mejor forma de promocionar la peculiar visión del Islam ‘wahabí’. Por ello, la influencia de los jeques ‘salafistas’ aumentó de forma exponencial en el mundo árabe y los distintos movimientos islamistas vieron crecer en su seno corrientes cercanas al pensamiento ‘salafista’. Ali Belhajd, en el Frente Islámico de Salvación argelino (FIS), o Mohamed Abu Fares, en los Hermanos Musulmanes jordanos, son ejemplos paradigmáticos de esta evolución.

Entre el pietismo y la ‘yihad’

Hasta la década de los ‘90, el salafismo fue, ante todo, un movimiento pietista y apolítico. Ello explica la utilización que determinados regímenes hicieron del conservadorismo ‘salafista’ para contrarrestar a los movimientos islamistas más políticos. Pero entonces comenzó a perfilarse una clara separación entre lo que se ha denominado ‘salafismo académico’ y el ‘salafismo yihadista’, o combatiente.

El punto de partida vino por la 1ra. Guerra del Golfo Pérsico. Arabia Saudita respondió a la invasión iraquí de Kuwait invitando a las tropas estadounidenses a estacionarse en su territorio.

Académicos ‘salafistas’ se radicalizaron por la novedad. La lucha contra los infieles se convirtió en una obligación religiosa y en el principal motivo de los nuevos ‘salafistas’. El concepto de ‘takfir’ (acto de declaración de apostasía) se convirtió en el principal punto de fricción entre los ‘salafistas’.

Los salafistas más fundamentalistas basan su interpretación de la ‘yihad’ (guerra santa) en los escritos del jurista sufí Ibn Taymiyya (1262-1328). Como él, consideran que las acciones de los gobernantes que van contra la ley islámica pueden utilizarse como pruebas a la hora de declararlos apóstatas. El ‘takfir’ se convierte en un instrumento que puede usarse para oponerse a cualquier régimen a través de la lucha armada. El principal impulsor de este nuevo enfoque es Isam al Barqawi, más conocido como Abu Mohamed al Maqdisi, ciudadano jordano que en 1984, durante su estancia en Afganistán, publicó un libro titulado ‘El credo de Abraham’, en el que desarrolló la doctrina de la ‘yihad’ basada en la tradición ‘wahabí’. El ‘salafismo’ radical se fundió con el ‘wahabismo’ más intransigente.

A la vez, en Afganistán tomó cuerpo la ideología ‘yihadista’ que terminaría fundiéndose con aquél. El principal impulsor de la misma fue Abdalá Azzam, fundador en 1984 de la Maktab al Kidamat (MAK), oficina de reclutamiento de los árabes que se desplazaron a ese país para luchar contra los soviéticos, y que influyó mucho sobre Osama bin Laden.

En un lenguaje épico, místico y fantástico, Azzam elaboró una visión del mundo construida sobre el rigorismo ‘salafista’, los llamamientos al martirio, y el permanente estado de humillación en el que vive la ‘umma’ como consecuencia de la actuación de los ‘cruzados y los sionistas’.

El ‘salafismo’ combatiente adoptó su actual configuración gracias a algunos ideólogos radicados en territorio europeo como Abu Qatada –para algunos el padre espiritual de Al Qaeda–, quien en su obra ‘Al Yihad al Iytihad’ sentó los cimientos de esta corriente en torno a tres ideas fundamentales.

• el único medio de edificar el Estado islámico y la instauración del poder divino es el combate; cualquier otro medio es rechazado, en especial la predicación o la participación política;

• el combate es una obligación religiosa; la prioridad en el combate se concede al enemigo cercano (los regímenes árabes) y no al lejano (Occidente).

Estas ideas impregnaron hasta el final de los años ‘90 el ideario de organizaciones como el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) en Argelia. La internacionalización del ‘salafismo’ combatiente y su fusión con la ideología ‘yihadista’ se consolidó con Bin Laden, cuya declaración de guerra a Occidente, impulsada con la creación en 1998 del Frente Islámico Mundial para la Yihad contra los Judíos y Cruzados, provocó que los grupos que se formaban para conceder apoyo logístico a Al Qaeda, como el propio Grupo Islámico de Combatientes Marroquíes (GICM), comenzasen a dirigir sus miras hacia Occidente. La lucha ya no se limitó al enemigo cercano sino que se dirigió también contra el lejano.

Pero la aparición del ‘salafismo’ en el Islam europeo es un fenómeno reciente. En los años ’80, las funciones de encuadramiento ultrarrigorista eran ejercidas por el ‘Tabligh’, movimiento de retorno a una fe rígida, nacido en India en la década de los ‘20. Esta organización predica una ortodoxia exigente, que expresaba una voluntad de ruptura con la sociedad impía, y que organizaba salidas de sus adeptos a predicar en los barrios más desfavorecidos para evangelizar a quienes habían abandonado la ‘vía recta’.

El ‘Tabligh’ conoció sus días de gloria en Europa desde mediados de los años ‘70 hasta principios de los ‘90. Sin embargo, no pudo adaptarse cuando los jóvenes de origen musulmán educados en Europa llegaron a la edad adulta, deseosos de un encuadramiento más intelectual que el movimiento no podía darles. No obstante, el Tabligh sigue siendo en Europa una vía de acceso a la ideología ‘salafista’. El único ciudadano español detenido en la isla de Guantánamo, Haned Abderraman Hamed, fue miembro de esta organización antes de ser captado por reclutadores ‘salafistas’ que terminaron convenciéndole para que se desplazara a Afganistán.

Los ‘salafistas’ llegaron a Francia, donde están mejor instalados que en el resto del continente, cuando apareció el FIS en Argelia. En Francia, esta corriente adoptó un enfoque religioso, marcado por una ruptura con los usos y costumbres de la sociedad francesa. Su influencia se propagó por el territorio europeo y, gracias a su insistencia en los textos sagrados y sus interpretaciones rigoristas, respondió mejor a las demandas de una joven generación educada en la propaganda deliberadamente inculta del ‘Tabligh’. El ‘salafismo’ pugna hoy con los Hermanos Musulmanes por lograr el favor de las comunidades musulmanas en Europa.

Los ‘salafistas académicos’ han conseguido crecer entre los jóvenes desempleados de las periferias de las grandes ciudades, impulsados por la labor de proselitismo realizada por los imanes ‘salafistas’ de determinadas mezquitas europeas, que han contado y siguen contando con un destacado apoyo por parte de Arabia Saudita. Su número de adeptos crece, en parte por las becas que concede este país para que jóvenes europeos estudien en la Universidad Oumm al Qora en Medina. Opuestos a la violencia, predican, no obstante, un Islam de ruptura cultural completa con el contexto impío en Europa. Han inundado la red de páginas web que se declaran estrictamente apolíticas. Aunque en teoría no plantean problemas de seguridad, sus principios coinciden con las del ‘salafismo combatiente’, por lo que el paso de los activistas de una tendencia a otra no es difícil.

El ‘salafismo combatiente’ se introdujo en Europa a mediados de los ’90, de la mano de los grupos armados argelinos, en su mayor parte infiltrados por Al Qaeda, lo que demuestra la paulatina convergencia del ‘yihadismo internacional’ y el ‘salafismo combatiente’. El antecedente más cercano fue el Grupo Islámico Armado (GIA) argelino, cuya rama europea, bajo la dirección de Khaled Kelkal, realizó una campaña de atentados en Francia entre 1995 y 1996.

Abu Qatada era el redactor jefe del órgano de expresión en Europa, el semanario ‘Al Ansar’, y devino en un ideólogo del ‘salafismo combatiente’. Cuando la infraestructura de este grupo se vio bajo presión en Francia, sus células se dispersaron entre Italia, Bélgica, Alemania, Suiza y España. En abril de 1997 la policía española detuvo a 11 presuntos miembros del GIA en Valencia, que fueron condenados a siete años de cárcel. Entre ellos se encontraba Allekema Lamari, el presunto líder de la célula que cometió el atentado del 11-M y que se inmoló junto al resto de los miembros de la célula en Leganés.

La desaparición del líder del GIA, Jamal Zituni, en 1996, provocó una escisión en el grupo, promovida por el propio Bin Laden, quien no veía con buenos ojos la campaña de atentados contra civiles en Argelia emprendida por el GIA bajo la dirección de Zituni. El líder de Al Qaeda apoyó la creación del GSPC, estableciendo una relación directa con su líder Hasan Hattab, quien hasta entonces dirigía la red del GIA en Europa.

El año 1998 fue clave en la formación de grupos de orientación ‘salafista’ en el Magreb. Auspiciados por Al Qaeda, surgieron organizaciones como el GICM, el Grupo Combatiente Tunecino o el Grupo Islámico Combatiente Libio, para facilitar a Al Qaeda ayuda logística. Estos grupos se alimentaron de activistas procedentes de los barrios de chabolas que rodean las grandes ciudades y no de los barrios populares de la medina o de las zonas industriales, vivero tradicional de los movimientos islamistas. Es una nueva generación de islamistas, excluidos de la sociedad y carentes de un sentimiento de pertenencia nacional, producto de la ruptura entre la población desintegrada de la periferia de las ciudades y el resto de la sociedad. Se organizan en facciones autónomas, y sin liderazgo unificado, que derivan hacia el bandolerismo y a la actividad criminal.

Los nuevos grupos ‘salafistas’ en el Magreb, mantienen rasgos comunes:

• han eliminado el término ‘yihad’ de sus apelaciones para sustituirlo por el de combate;

• mantienen estrechos vínculos con magrebíes; y

• utilizan a antiguos combatientes en Afganistán para extender su influencia dentro de las comunidades musulmanas en Europa.

Aunque en un principio se formaron para dar apoyo logístico a Al Qaeda, los atentados del 11 de septiembre de 2001 en USA y la guerra internacional contra el terrorismo llevaron a estos grupos a redefinir sus prioridades.

De la radicalización al reclutamiento

El Islam en Europa occidental atraviesa una fase de transición desde un Islam importado de los países de origen de las comunidades musulmanas hacia un Islam europeo o universal. Éste último asume diferentes formas:

• la asimilación, en la que el ciudadano musulmán sin perder su fe se adapta a los usos y costumbres imperantes en Europa, dando más importancia a su ciudadanía europea que a su religión;

• la integración, que se caracteriza por la creación de una identidad reconstituida que hace hincapié en las diferencias existentes, y que es defendida entre otros por las organizaciones que siguen el ideario de los Hermanos Musulmanes; y

• la ‘comunitarización’ sobre líneas supranacionales, que combina la presencia física en Europa con una identidad musulmana supranacional que produce una especie de gueto virtual, cuya manifestación más visible es la ideología ‘salafista’.

El ‘salafismo’ es muy atractivo para una juventud alienada porque convierte su alienación cultural en justificación para forjar un Islam universal desprovisto de la carga de las tradiciones y la costumbre y, por tanto, adaptable a cualquier tipo de sociedad. Por ello, en Europa no tiene como objetivo a las comunidades ligadas a una cultura de origen, sino a individuos con dudas sobre su fe y su identidad. Para éstos, el ‘salafismo’ ofrece un sistema para regular la conducta en cualquier situación o lugar, ya sea en los desiertos de Afganistán o en una universidad europea. Promocionando una ‘umma’ transnacional responden al anhelo universal de los musulmanes que no pueden identificarse con ningún lugar o población. Se trata de una ‘umma’ imaginaria, creada de manera virtual, que reúne a aquéllos que han roto con su entorno para no definirse más que a partir de criterios islámicos. Entre estos creyentes reconvertidos hay un ir y venir constante entre tres niveles:

• el micro (barrio, mezquitas),

• el macro (la umma imaginaria) y

• el virtual (Internet, que se ha convertido en un instrumento clave para la propagación de sus ideas y el reclutamiento).

El objetivo es establecer espacios islamizados, representados por un barrio o una comunidad centrada en una mezquita.

El tránsito del ‘salafismo’ al activismo terrorista se realiza con facilidad debido a la radicalización que supone la integración en la comunidad ‘salafista’. El apoyo o justificación del terrorismo, el rechazo a la integración en las sociedades de acogida o la defensa de la creación de un Estado islámico en Europa, son ideas compartidas por aquéllos que adoptan el ‘salafismo’ como sistema de valores y modelo de conducta. El paso hacia posiciones más extremistas viene dado por unos factores extrarreligiosos hábilmente explotados por las redes terroristas.

Los conflictos regionales en Palestina, Chechenia o Irak son incluidos en la propaganda extremista como ejemplos de la campaña global contra los musulmanes. La percepción de ‘islamofobia’ generalizada en la sociedad y en los medios de comunicación europeos tras el 11-S o la impresión de que las leyes antiterroristas se aplican de forma abusiva contra los musulmanes, también desempeñan su papel en la radicalización de los jóvenes islámicos.

La última etapa del proceso de radicalización es el reclutamiento, entendido como proceso gradual de manipulación y supervisión en el que al reclutado se le estimula para participar en la ‘yihad’.
Casi todos los reclutadores han tenido experiencia militar en algunos de los conflictos de la ‘yihad’ periférica. Han pasado por un estricto entrenamiento militar y religioso-ideológico, la mayoría en Afganistán. Se encuentran, por ello, ligados de alguna manera a Al Qaeda. Son personas capaces de generar admiración, respeto y una imagen de liderazgo, con experiencia en el ámbito de la doctrina religiosa.

Para realizar su función, el reclutador suele estar apoyado por ‘señaladores’, que trasladan a los responsables de la captación de ‘muyahidin’ (luchadores), los datos de aquéllos que consideran preparados para dar el salto hacia el activismo terrorista. Tres grupos de riesgo centran la actividad de los reclutadores:

• Los inmigrantes musulmanes de primera generación, que suelen componer el grueso de los activistas en aquellos países europeos donde la inmigración es un fenómeno reciente. La reconversión al islamismo radical de individuos activos en el campo de la delincuencia común favorece la activación conjunta de ambas redes. El proceso de reclutamiento no tiene lugar necesariamente en las mezquitas: las prisiones, los centros de refugiados y las casas de acogida para inmigrantes sin recursos son también lugares donde se realizan actividades encaminadas a convertir a jóvenes musulmanes en activistas del terror.

• Los inmigrantes de segunda o tercera generación constituyen la mayor parte de los reclutados en los países europeos donde la inmigración de origen musulmán lleva décadas asentada.

Problemas de identidad llevan a estos jóvenes al camino de la ‘yihad’, donde encuentran el respeto, la hermandad y la identidad que le ofrecen los antiguos luchadores islamistas que los guían en el proceso de reclutamiento. Estas generaciones se enfrentan a una crisis de identidad a la que se une un sentimiento de recelo por parte del resto de la sociedad, que las ve como un cuerpo ajeno no integrado por completo. En este caso, determinadas mezquitas controladas por predicadores ‘salafistas’ (Al Quods en Hamburgo; Finsbury Park en Londres, Chatenay- Malabry en París o At Tawfik en Bruselas) se convierten en los principales centros de reclutamiento, donde atraen a jóvenes procedentes de sectores marginados. También existe una creciente actividad de reclutamiento en las universidades, donde el objetivo son estudiantes y jóvenes profesionales.

• Los conversos, nacidos en Europa y convertidos a la fe islámica aunque son los menos, su número va en aumento. Algunos provienen de clases medias, normalmente sus líderes, que se convierten en musulmanes "porque son los únicos que luchan contra el sistema". Hace 20 años se habrían alistado en los movimientos de la izquierda más contestataria. Convertirse al Islam es hoy una de las formas que tiene un rebelde europeo de encontrar una causa. Los casos de John Walter Lindt, ciudadano estadounidense de origen cristiano, detenido en Afganistán durante la ofensiva de USA contra los talibanes o el estadounidense José Padilla, arrestado en el aeropuerto de Chicago en mayo de 2002, acusado de haber trasladado información a Al Qaeda para construir una bomba radiactiva, son muestras de la posible radicalización de los conversos.

El reclutamiento se complementa con dos eventos. En primer lugar, se inicia un curso de entrenamiento militar e ideológico que prepara al recluta para la ‘yihad’. En segundo lugar, éste ofrece su testimonio para la posterioridad como convencido musulmán, expresando su deseo de morir en combate como mártir en la guerra contra el enemigo.

Hasta octubre de 2001, el entrenamiento tenía lugar en Afganistán o Pakistán. Desde esa fecha se realiza de manera más selectiva y en territorio europeo, aunque Irak se ha convertido en un poderoso imán para decenas de jóvenes musulmanes del Viejo Continente.

La caída del régimen ‘talibán’ ha tenido importantes consecuencias para el proceso de reclutamiento: el perfil de los activistas es distinto. Inmigrantes que llevaban una vida ordinaria, algunos bien integrados socialmente, pasan, sin transición ni estancia en Afganistán, desde su condición de traficantes, telefonistas o agentes inmobiliarios al de activistas que desatan una matanza terrorista. Las mezquitas pierden relevancia en el proceso de radicalización que lleva a los ‘salafistas’ a convertirse en activistas del terror, mientras que los domicilios particulares donde se enseña el método ‘salafista’, las visitas de reclutadores radicales itinerantes y el uso de Internet cobran mayor peso en el proceso de radicalización y reclutamiento.

El ‘salafismo’ sigue siendo un deseo de practicar el Islam tal como fue revelado al Profeta, un método para la búsqueda de la verdad religiosa cuya influencia se ha extendido por el mundo árabe y en Europa gracias al apoyo que ha recibido de Arabia Saudita y de los países del Golfo. Predica un Islam de ruptura cultural con el contexto occidental. Es un poderoso imán para aquellas generaciones de jóvenes musulmanes con problemas de identidad, que rechazan la ciudadanía occidental, y que convierten su alienación cultural en una justificación para adoptar un Islam universal, desprovisto de la carga de las tradiciones y la costumbre.

Europa se enfrenta a una amenaza a largo plazo que no sólo requiere medidas para garantizar la correcta integración de su población de origen musulmán, sino una decidida actuación para hacer frente a una ideología que disfraza de contenido religioso un mensaje radical que se nutre de la frustración y que ha convertido al Viejo Continente en un objetivo prioritario de su campaña de terror.

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El autor es diplomático. Una versión más extensa de este ensayo fue publicado en la revista Política Exterior, de Madrid, España.

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