Crece el reclamo en favor de Galeano: Ahora, Marcos Aguinis

Marcos Aguinis es un intelectual argentino prestigioso y activo integrante de la comunidad judía argentina. A horas de que se conozca el fallo sobre el juicio político al juez federal Juan José Galeano, Aguinis decidió elevar su voz en favor del magistrado que instruyó la causa por el atentado contra la Amia. Su artículo en el diario La Nación es un testimonio que advierte que el Consejo de la Magistratura podría estar cometiendo una injusticia, inducido por el muy controversial dúo B. Szmukler-M. Rodríguez. El texto: POR MARCOS AGUINIS

Me fastidian las demonizaciones porque son un expediente cómodo para no tener que seguir pensando. Significa volcar la culpa sobre un individuo o un grupo para quedarnos tranquilos y confortados por tener atrapada la presunta verdad. Pero de esa forma no se exalta la verdad, sino su caricatura.

También me fastidia hacer leña del árbol caído. Eso es miserable.

Temo que ambas situaciones sobrevuelen con su ala tenebrosa el caso del juez federal Juan José Galeano.

No me corresponde analizar los detalles técnicos de un proceso tan engorroso como la investigación sobre el atentado a la AMIA. Pero voy a ser políticamente incorrecto y advertiré que nos asaltan sentimientos de asfixiante indignación al comparar la forma en que se encaró el crimen contra la AMIA y la forma como se encaran los crímenes terroristas en otros países.

Los ejemplos de Estados Unidos, Israel, España y el Reino Unido que conmueven al planeta por su salvaje magnitud -que no ha sido menor en la Argentina- revelan que las investigaciones se llevan a cabo con una eficacia que nos llena de vergüenza. Pero allí no son los jueces quienes deben descubrir a los asesinos y sus bases, sino las fuerzas de seguridad.

No se conocen ni interesan los nombres de los jueces que actúan en esos casos, pero sí trasciende el despliegue veloz de la policía y demás organismos dedicados a la seguridad interna, incluidos los servicios de inteligencia. En la Argentina, en cambio, vivimos el mundo del revés. Un asunto tan severo e inaudito como el de la AMIA fue confiado por sorteo a un juez que no había cumplido un año de su designación.

¿Qué hicieron mientras tanto las fuerzas de seguridad argentinas?

Además de las serias sospechas sobre su falta de idoneidad para encontrar huellas, suponemos que hubo idoneidad para falsearlas. Y escandaliza su perseverancia por obstruir la tarea del juez.

Aquí viene lo terrible. Si el juez estaba tan desorientado sobre el camino que roturaba día tras día, ¿por qué se lo amenazó tantas veces? Quizás el error de Galeano no radicaba en lo que venía haciendo con una monástica carencia de recursos, sino en no haber recurrido a los medios de comunicación para generar un resonante alboroto.

En efecto: llama la atención que su domicilio haya sido violado en tres oportunidades. ¡Un domicilio que contaba con vigilancia oficial! Pero no se trató de una incursión propia de ladrones, sino de gente experta que penetró en su computadora, inutilizó el disco rígido y revolvió todo lo que estaba al alcance de la mano para complicar la tarea que llevaba adelante.

Como si fuese poco, tan singulares delincuentes dieron vuelta las fotos de sus familiares y se apoderaron del sueldo. Pero el mensaje que pretendían dejar era tan elocuente que no se lo llevaron, sino que con los billetes dibujaron un sendero hasta la puerta. Insisto: un atropello semejante y reiterado no fue advertido por los custodios del edificio.

¿Galeano formuló su denuncia? Sí; no una vez, sino varias. Lo hizo en los juzgados de turno, pero, como sucede con las denuncias de la mayoría de los ciudadanos de a pie, quedó en agua de borrajas. Los jueces que recibieron las denuncias aún deben una explicación a la sociedad.

El juez Galeano se tomó el trabajo de viajar a La Plata pretendiendo la detención de policías de Lanús y de Vicente López y entregar en mano al comisario Klodzcyk las órdenes de detención.

Lo increíble fue que en su viaje de regreso a la Capital fue bloqueado dos veces por autos con las ventanillas abiertas, para que pudiese ver a los encapuchados que, desde el asiento trasero, blandían ametralladoras de mano. El automóvil del juez estuvo a punto de volcar y el auto de apoyo que se le brindó se quedó en el camino. Nunca pudo saberse nada de esta tropelía. Tampoco de cuando fue asaltado con armas en el auto oficial que lo trasladaba a su domicilio.

La falta de poder de Galeano se ponía de manifiesto cuando los amigos y colegas de los policías que venían a declarar pateaban las paredes del juzgado y amenazaban a los funcionarios adscriptos a la causa. Repetidas veces tuvo que evacuar el juzgado porque la situación se tornaba peligrosa, por amenazas de bomba o por el supuesto ocultamiento de artefactos explosivos.

Es asombroso que el juzgado ni siquiera pudiera tener el control de su propio espacio. En dos ocasiones, los hijos del juez fueron interceptados por desconocidos, amenazados y agraviados. También fueron amenazados otros oficiales del juzgado.

Las sucesivas purgas de "la mejor policía del mundo" impedían mantener la coherencia de la investigación. Esa policía debía actuar como auxiliar del juez, y todo hace sospechar que lo único que buscaba era sabotearlo para defender la impunidad de algunos de sus miembros, en especial los que tenían las manos sucias.

En su accidentada tarea, este juez consiguió construir fundadas acusaciones contra más de una docena de funcionarios iraníes por haber planeado, organizado, financiado y ordenado el atentado contra la AMIA. Tuvo el coraje de pedir a Interpol su captura internacional. No se trataba de un pedido que dejaba indemne a quien lo formulaba, sino que ponía su cabeza bajo la poderosa cimitarra de una fatwa pública o secreta.

Uno de los acusados, el ex embajador iraní en Buenos Aires, fue arrestado por Scotland Yard, pero entonces Gran Bretaña aún tenía las esperanzas del ingenuo Chamberlain y creía que sus concesiones al terrorismo le daban impunidad. En consecuencia, no lo extraditaron a nuestro país, no permitieron que el juez Galeano lo interrogase y le regalaron la libertad. Seguro que hoy procederían de otro modo.

Quizá lo que me más me ha impresionado fue la declaración del ministro de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni, quien, por su trayectoria en materia de derechos humanos, merece una especial atención.

Ante el jury de enjuiciamiento, cuando se le preguntó si quería agregar algo más, dijo, más o menos: "Tanto de la documentación que me proporcionaron los abogados de DAIA y AMIA, como de la conversación mantenida en la entrevista colectiva con el Dr. Galeano, deduzco un afán del Dr. Galeano por llevar adelante la investigación y en ningún momento observo conducta u omisión que revelase el propósito de ocultar hechos o información. La extrema gravedad de la causa y la obstrucción que pareció sufrir esa investigación le preocuparon seriamente. Estas observaciones surgen también del dictamen. Me permito llamar la atención del jury acerca de las dificultades y la soledad de un juez instructor que no podía confiar en sus auxiliares de investigación".

Como si esto fuera poco, recordemos que el fallo del tribunal oral ha sido apelado por DAIA, AMIA, familiares y los profesionales actuantes.

La apelación está en la Corte Suprema. Sin entrar en el laberíntico plano procesal, surge una pregunta incómoda: ¿se puede dictar un fallo condenatorio sobre un juez sin que la causa del tribunal oral -que genera este enjuiciamiento- esté firme?

Porque si la apelación llegara a prosperar y lo que quedara inválido fuera lo resuelto por el tribunal oral, ¿en qué posición quedaría la sentencia del jury?

Los sinsabores que venimos padeciendo nos obligan a estar alertas. Que a las injusticias ya padecidas no se agregue una nueva. Que no se intente calmar la sed de justicia con la cicuta de injusticias adicionales.

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