De cómo 'el Tata' Yofre y Bunge y Born ascendieron a Alberto Fernández

Acerca de cómo llegó Alberto Ángel Fernández a la Superintendencia de Seguros. La verdadera historia que él nunca le reveló a sus amigos y familiares. No fue "de pedo". 1er. capítulo de la historia que ha comenzado a publicar la revista EDICIÓN i. POR EDGAR MAINHARD

1. No a la Recoleta

En los ’80, Alberto Ángel y Marcela, por entonces su novia evolucionada en esposa, buscaban ganarse la vida como abogados. En 1984 ambos ingresaron al Ministerio de Economía. Alberto vivía con pasión los días del alfonsinismo mientras buscaba ampliar su círculo de relaciones.

Alberto Ángel había patrocinado a Eduardo Varela-Cid, en El Cid Editor, firmó como apoderado de la Fundación para la Democracia en Argentina, presidida por Varela-Cid, y hasta participó de un trabajo de investigación que editó El Cid, que apuntó a demostrar cómo Editorial Atlántida, de Constancio y Aníbal Vigil, con la participación de periodistas como Samuel Gelblung, Alfredo Carlos Serra, Agustín Botinelli y otros, colaboró con el Proceso de Reorganización Nacional más allá de cualquier exigencia militar.

Fernández también se acercó a Editorial La Urraca, y hasta escribió en el semanario El Periodista de Buenos Aires, que dirigió Carlos Gaveta; a la vez que intentaba fortalecer su participación académica, convencido de que esto le daría más oportunidades en la política.

En La Urraca conoció al periodista Enrique Vázquez, columnista político del semanario Humor Registrado, que diría el ilustrador gráfico Andrés Cascioli.

En octubre de 1985, Ediciones Tarso, con oficinas en la calle Alsina 1535 de la Ciudad de Buenos Aires y en Calle 48 Nº 556 de la ciudad de La Plata, imprimió un opúsculo titulado ‘Defensa de la Democracia – Nuevo enfoque sobre la represión de los delitos que atentan contra el orden constitucional’, firmado por Alberto Daniel Piotti y Alberto Ángel Fernández.

En ese entonces, Piotti era fiscal federal e, igual que Fernández, profesor adjunto de Derecho Penal (parte General) en la Facultad de Derechos y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

Compañeros de cátedra, ambos decidieron brindar un texto a estudiantes y abogados, y lo imaginaron como "primer ensayo dedicado a los medios legales de preservación del orden constitucional".

El 25 de octubre de 1985, Raúl Alfonsín declaró el estado de sitio por el aumento de las actividades desestabilizadoras de grupos terroristas de izquierda y círculos ultras en el Ejército La crispación política le permitió al Gobierno ganar las elecciones legislativas del 2 de noviembre de 1985, con el 43,5% de los votos. Entonces, su mayoría absoluta en la Cámara de Diputados se reforzó porque mantuvo sus 128 escaños pero el PJ disminuyó su representación a 101. El partido del Presidente fue el más votado en 17 de las 23 provincias y ganó con amplitud en su baluarte de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Sin embargo, en la contratapa del breve ensayo, el editor escribió: "Tan sólo la casualidad ha querido que este trabajo aparezca en un momento muy especial para la mayoría del pueblo argentino, en el que se avisora (N. de la R.: avizora) la existencia de grupos que –pese a su falta absoluta de consenso- pretenden lograr el campo propicio para encaramarse en el poder. El intercambio de favores entre esas agrupaciones subversivo-terroristas y la delincuencia organizada, y su armónica integración, marcan el indudable ingrediente político que predomina".

El prólogo, insulso por cierto, fue redactado por el entonces senador nacional UCR-La Pampa, Antonio Tomás Berongharay, muy recordado porque cuando, en el año 2000, fue secretario de Agricultura, Ganadería y Alimentos de la Nación, en días de Fernando De la Rúa, ocurrió el regreso de la fiebre aftosa por deficiencias en el control sanitario.

El ensayo de Piotti y Fernández intentó explicar el nuevo marco normativo derivado de las innovaciones practicadas por la Ley 23.077 (de Defensa de la Democracia) al Capítulo I del Título X del Libro Segundo del Código Penal. Para ellos, se trató de un "elogiable avance" porque le daba un doble encuadre legal a la conducta terrorista.

Fernández ya había abandonado su relación universitaria con Alberto Asseff, fundador del Movimiento Nacional Yrigoyenista y del Partido Nacionalista Constitucional-Unir.

Aún hoy resulta difícil comprender cómo Alberto Ángel Fernández, simpatizante de Asseff, era el mismo Alberto Ángel Fernández, simpatizante de las ideas de Alfonsín en cuanto a derechos humanos.

Es verdad que el nacionalismo constitucional tuvo consignas muy interesantes tales como "Sin corrupción, hay solución", "Defendamos lo nuestro" y "Terminemos con más de lo mismo".

Pero resultaba difícil escucharlo a Asseff pontificar acerca de la corrupción y de "más de lo mismo" cuando había sido el presidente de Hidronor designado por Juan Domingo Perón, y no se le conoció denuncia alguno sobre lo que ocurría en los ‘70.

Años después, el PNC integró el frente que apoyó a Menem-Duhalde en 1989.

En su ensayo, Fernández y Piotti introdujeron su tarea con el siguiente párrafo: "Pocas cosas resultan más incompatibles con una adecuada técnica legislativa en materia penal que el empleo de términos imprecisos", y luego decidieron reflexionar acerca de qué es subversión y qué es terrorismo.

Sin embargo, Fernández y Piotti no arriesgaron mucho porque terminaron citando al abogado cordobés Ricardo C. Núñez, quien años antes había escrito: "Una actividad es subversiva si tiende a transformar o destruir al gobierno o a la organización política, social o económica del país. Una actividad es terrorista si su finalidad es la dominación, venganza o represalia por el terror, infundido a la comunidad o a grupos sociales y políticas mediante actos vandálicos, pillaje, atentados personales, sabotaje u otros medios capaces de infundir temor público".

Apenas dos meses después del opúsculo, en diciembre de 1985, fue publicado Juicio a la Impunidad, por Mona Moncalvillo, Alberto Ángel Fernández y Manuel Martín.

El libro es muy superior al ensayo con Piotti. Orgulloso, Alberto Ángel se lo dedicó a su mujer: "Para Marcela, a la espera de construir un mundo mejor".

En la contratapa del libro, Fernández es presentado como columnista de

> El Diario del Juicio, durante el proceso oral y público a los nueve ex comandantes de las Juntas Militares;

> el por entonces matutino y vespertino La Razón;

> el semanario El Periodista y

> de una publicación Claves, además de co-autor del opúsculo con Piotti.

Fernández, hoy presidente del Consejo Justicialista del Partido Justicialista de la Ciudad de Buenos Aires, no era un fervoroso justicialista, y sus simpatías con las ideas que desplegaba el alfonsinismo resultan evidentes en la siguiente descripción de lo ocurrido durante los meses anteriores:

"La adhesión que prestaban al justicialismo conocidos adherentes al fascismo y al Proceso de Reorganización Nacional, colaboraban aún más a restarle credibilidad al que pretensiosamente ostentaba el título del ‘mayor partido de Occidente’.

Cuando Ítalo Argentino Luder fue designado candidato presidencial por el peronismo, las cosas parecieron estacionarse. Un prestigioso abogado, profesor universitario, conocido constitucionalista que ya ocupara provisionalmente la Presidencia de la Nación en 1975, había logrado emerger de la maleza del peronismo, y había devuelto cierta tranquilidad a los votantes.

Sin embargo las figuras que lo rodeaban, en muy poco ayudaban a la concreción de su empresa. Desde Buenos Aires, un caudillejo llamado Herminio Iglesias ganaba la adhesión de un conocido represor militar, el general Fernando Verplaetsen, y del ya para entonces tristemente célebre Monseñor Plaza. Desde las listas cordobesas, asomaban nombres vinculados a la represión que en esa provincia dirigiera el general Luciano Benjamín Menéndez, mentor de uno de los más tremendos centros de detención clandestino: La Perla.

De acuerdo a insistentes denuncias, uno de esos hombres era Julio César Aráoz. En Santa Fe, sobresalía de entre los candidatos a diputados nacionales el nombre de Luis Sobrino Aranda, un conocido colaborador de Massera en el Partido para la Democracia Social, fundado por el marino hacia comienzos de la década del ’80. En estas condiciones, el peronismo no era una garantía de justicia en el escabroso tema de los derechos humanos. (...)

La propuesta de la UCR era absolutamente distinta. Raúl Alfonsín no tardó en tomar la delantera en la lucha una vez levantada la veda política, en junio de 1982 (...)".

Luego de una pormenorizada descripción del arribo de Raúl Borrás al Ministerio de Defensa y de sus reuniones con los oficiales superiores del Ejército para buscar destrabar el libro abordó el trabajo de la Conadep (Comision Nacional sobre la Desaparicion de Personas), y entre los relatos de los testimonios presentados ante la Cámara Federal de Apelaciones, aparecen entrevistas a Magdalena Ruiz Guiñazú, Víctor De Gennaro, Carlos Somigliana, Juan Carlos Strassera, Jorge Taiana y el padre Federico Richards, entre otros.

Uno de los temas que introduce el texto co-autoría de Fernández, es la co-responsabilidad de los prelados de la Iglesia Católica Apostólica Romana en el golpe cívico-militar de 1976 y en la represión del terrorismo y sus redes de apoyo y simpatizantes.

El tema se introduce a partir del testimonio de Emilio Fermín Mignone durante el juicio, cuando reveló que Massera le había dicho que monseñor Pío Laghi jugaba al tenis con él cada 15 días.

En la última parte del libro, los autores se hicieron un auto-reportaje; y de las respuestas de Alberto Fernández pueden rescatarse algunas declaraciones que revelan su pensamiento íntimo por entonces:

> "Toda ley de amnistía encierra un profundo acto de injusticia".

> "Las Fuerzas Armadas no se depuran con el solo enjuiciamiento y condena para nueve ex comandantes. Hay muchos cuadros intermedios que son los que efectivamente cometieron los delitos y que, bajo ningún punto de vista, se les puede admitir los delitos de la obediencia debida".

> "El Gobierno dejó en su cargo a muchísimos jueces del régimen anterior y ascendió a muchos funcionarios de ese aparato judicial. Esto alcanza al 70% de la composición de la Justicia".

> "La famosa Teoría de los Dos Demonios, concepto que cuando menos es ingenuo porque creo que el terrorismo de Estado supera ampliamente a cualquier otra clase de terrorismo. Yo tengo una fundamentación casi contractualista del Estado. Creo que nosotros cedemos parte de nuestros derechos para otorgárselos a una super estructura que se llama Estado y vivir así en un clima de cordialidad y tranquilidad interna. Si yo cedo esos derechos para que el Estado me los devuelva en mi contra, ocurre algo tremendo.

Es una gran defraudación para toda la sociedad argentina".

> "Yo creo que a los chicos que iban a la Recoleta a tomar café montados en sus motocicletas importadas no les pasaba nada; les pasaba a los chicos que reclamaban por un boleto escolar".

Cabe destacar que, cuando logró juntar algún dinero, lo primero que hizo Fernández fue mudarse al barrio de la Recoleta, más precisamente a Avenida Callao y Posadas, a metros de donde vivió hasta 1989 Carlos Menem cuando, como gobernador de La Rioja, llegaba a la Ciudad de Buenos Aires.

Durante aquellos años, Alberto Fernández reforzó su relación con el periodista Enrique Vázquez, quien a fines de los años ’80, se oponía al ascenso de Carlos Menem.

Esta situación derivó en el arribo de Fernández a la Superintendencia de Seguros de la Nación.

2. "Fue de pedo"

Juan Carlos Rousselot era un locutor relacionado con el Partido Justicialista que le había solicitado a Julio Alfredo Ramos, editor del diario Ámbito Financiero si podía enviar a algún periodista a entrevistar al precandidato presidencial Carlos Saúl Menem, gobernador de La Rioja.

Los pícaros, que abundan en el justicialismo, afirman que Rousselot no fue compañero de fórmula de Menem porque era más alto que el riojano, quien jamás elegiría un número dos de mayor estatura. En cambio Eduardo Alberto Duhalde era más bajo que Menem. También Carlos Federico Ruckauf.

Rousselot, quien alentó el desembarco de Menem en el Gran Buenos Aires, terminó de intendente municipal de Morón, donde protagonizó un escándalo con la construcción de una red cloacal adjudicada a Sideco Americano, de Francisco Macri, y la Fiscalía le pidió hasta siete años de prisión.

Aquel sábado del verano de 1988, Menem realizó una visita al partido de La Matanza, el más importante de la Provincia de Buenos Aires, el corazón de la Tercera Sección Electoral.

Ramos le había comentado a Juan Bautista Yofre acerca del pedido de Rousselot, y Yofre decidió ir.

El Tata Yofre pertenece a una familia de larga tradición política en la historia argentina. En los ’80, él trabajó junto a Raúl Ricardo Alfonsín, hasta que se distanciaron para siempre.

Ricardo Yofre, hermano de Juan Bautista, también tuvo una actividad pública importante. Ricardo Yofre fue subsecretario general de la Presidencia en el primer gobierno de la Junta Militar durante el Proceso de Reorganización Nacional. En 1983, Ricardo ayudó a Raúl Borrás a articular una alianza con fuerzas políticas del interior para Raúl Alfonsín; y en 1988 era el jefe de campaña del presidenciable por la UCR, Eduardo César Angeloz.

El Tata buscaba un espacio propio y, si bien fue sorprendido, aceptar divertido el convite de Menem para acompañarlo al estadio Monumental, de River Plate, a presenciar un partido de River Plate. Eran días en que para Menem lo importante era sumar pero, además, Yofre podía aportarle mucho a Menem. Entre otras cuestiones, porque el Tata es un verdadero conservador popular que había vivido en Washington DC, y entonces tenía una visión diferente a la del peronismo convencional acerca de la sociedad argentina y su inserción en el mundo.

Yofre quería brindarle a Menem lo que no había funcionado con Alfonsín, años antes, cuando éste se había asumido como socialdemócrata.

Uno de los aportes fundamentales de Yofre a la campaña de Menem fue acercar a Octavio Caraballo, directivo y socio de Bunge y Born, un grupo empresario que por entonces era propietario de un poder económico-financiero enorme y de un mito descomunal.

Bunge y Born tenía una relación difícil con el peronismo porque si bien Gustavo Caraballo, primo de Octavio, había sido secretario general de la Presidencia de Juan Domingo Perón, en los ’70; Montoneros había sometido a un secuestro extorsivo de millonario rescate a los hermanos Jorge y Juan Born. Desde entonces, Juan Born se había marchado a Bunge y Born de Brasil para no regresar. En cambio Jorge Born tenía un considerable afán de protagonismo que lo llevaría a anudar una relación personal y de negocios con Rodolfo Galimberti, quien en los ’70 utilizaba como colchón los billetes pagados por la libertad de los hermanos Born.

Yofre articuló la llamada alianza estratégica entre Menem y Bunge y Born, aún cuando ni Gustavo Caraballo ni Jorge Born aceptaron comprometerse directamente en el Gobierno Nacional y cometieron un error fenomenal: enviaron a un ex ejecutivo del grupo, Miguel Ángel Roig, quien se suicidó apenas transcurrieron unos días del inicio del gobierno, sobrepasado por la responsabilidad y la falta de contribución de sus ex colegas ejecutivos de empresas a un acuerdo general de precios que buscaba. Entonces Bunge y Born envió en su reemplazo a Néstor Rapanelli.

Yofre era secretario de Inteligencia de Estado, y lo visitaron el periodista Enrique Vázquez, periodista de Humor Registrado, y su abogado Fernández, quien llevaba cinco años trabajando en el Ministerio de Economía de la Nación.

Vázquez mantenía una relación fluida con la Secretaría de Inteligencia desde los días de Alfonsín, y ahora pretendía una suerte de tregua con Menem; también había una demanda judicial de Yofre a Vázquez por diversos conceptos agraviantes publicados en Humor Registrado.

Fernández había escrito con Alberto Piotti el ensayo sobre la cuestión de la impunidad en los derechos humanos, y Piotti es amigo de Roberto García, director periodístico del diario Ámbito Financiero, y amigo de Yofre. Sin embargo, él no fue nexo del encuentro.

El diálogo resultó cordial, y en ese contexto Fernández le pidió a Yofre:

-Hay un lugar muy chiquito en Economía, que no le interesa a nadie. ¿Vos podés recomendarme?

Yofre no tenía conocimiento de la funcionalidad de la Superintendencia de Seguros pero hay que admitir que casi nadie la tenía porque el negocio asegurador se ubicaba a resguardo de la opinión pública, donde los bancos protagonizaban las historias de dinero y poder.

Yofre pensó que si ese abogado, con quien se había entendido de inmediato, le solicitaba una pequeña designación, ¿por qué no intentar ayudarlo?

-Sí hermanito, decime qué querés... –le dijo a Fernández, y éste explicó:

-La Superintendencia de Seguros.

Yofre llamó a Rapanelli y le hizo el pedido formal. Así Rapanelli designó a Alberto Fernández en la Superintendencia de Seguros.
Sin embargo, Alberto Ángel nunca relató esta anécdota a sus familiares y amigos, a quienes les explicó:

-Este cargo salió de pedo.

Años después, cuando Alberto Ángel ya era jefe del Gabinete de Ministros de la Nación, Yofre fue a entrevistarlo, y Fernández respondió con evasivas.

Fernández no era menemista ni colaborador de Bunge y Born. El secretario de Hacienda de la Nación, por algún tiempo tiempo, fue Rodolfo Frigeri, quien años después, como presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires, le encomendó a Alberto Ángel organizar el Grupo Bapro.

Sin embargo, tampoco Fernández mantiene hoy una amistad con Frigeri.

Así, de manera fortuita, Alberto Ángel se introdujo en los ’90 integrando un gobierno que nunca hubiese votado y al que pertenecía, por ejemplo, Aráoz, tan vapuleado por Alberto Ángel en sus escritos ochentistas.

Sin embargo, Fernández explica su decisión en la relación de Kirchner con Carlos Menem y Eduardo Duhalde, que es una forma de explicar por qué él pasó de Asseff a Alfonsín, en los ‘80:

-Kirchner no coincidía con Menem. Sus principios chocaban con los de Menem. Pero lo apoyaba por conveniencia política. Es lo mismo que Duhalde. Su llegada a la presidencia, quizá, para Kirchner, era lo menos malo. Pero era malo. Y lo apoyaba. Porque en los dos casos era lo que le convenía para su proyecto de poder a largo plazo.

3. Kirchner, el mejor

Ni en público ni en privado, Alberto Fernández ha expresado su opinión acerca de la gestión de Kirchner en la Provincia de Santa Cruz. Fernández prefiere brindar la historia oficial que relata el propio Kirchner:

-Él recibió una provincia diezmada, con más de US$ 1.000 millones de déficit, y la entregó a Héctor Icazuriaga con más de US$ 500 millones ahorrados, más de US$ 700 millones de inversión en obra pública, la más baja tasa de desempleo de la Argentina, y la menor diferencia de ingresos entre un rico y un pobre.

La verdad es que Arturo Puricelli había sido gobernador de Santa Cruz, tenía acceso a Menem y fue quien comenzó a solicitar una asistencia extraordinaria de la Nación, en parte por compensación de regalías supuestamente mal liquidadas. La historia de que había una demanda no es cierta, ni siquiera que la Nación estuviese obligada a pagar la liquidación que aceptó por un acuerdo político.

La gran contribución de Kirchner fue involucrarse en la privatización de YPF S.A., y así multiplicó el dinero de la provincia ("Pero Kirchner no tuvo nada que ver. Kirchner, en todo caso, habrá disfrutado de las bondades que para su provincia, bondades entre comillas, representó esa privatización. Pero es exagerado atribuirle la responsabilidad de esa privatización", dice Fernández).

Tampoco es correcta la referencia al desempleo porque la tasa en la Provincia de San Luis era y es inferior. Además, Fernández prefiere no involucrarse en la cuestión el dinero girado por el Tesoro Nacional a Santa Cruz, que fue bastante más que las compensaciones por regalías mal liquidadas que Kirchner transfirió al extranjero.

¿Qué impresionó de Kirchner a Alberto Fernández?

> Que le reconociera que era antimenemista y que quería ser Presidente.

> Y que no apostara a convertirse en un número dos de otro, por ejemplo de Carlos Alberto Reutemann o de José Manuel De la Sota. Para Alberto Fernández, una virtud de Kirchner es que nunca aceptaría convertirse en Daniel Scioli.

> También valoró que Kirchner no se marchara del Justicialismo, aún cuando en la Alianza UCR Frepaso hubiese tenido un espacio importante desde el comienzo. O que podría haberse quedado con el ARI.

Fernández dice que Kirchner prefirió recorrer el país, con actos de cien personas, y cuando se sentó a negociar con Duhalde, ya tenía una imagen positiva del 10%, al nivel de Adolfo Rodríguez Saa, de Elisa Carrió y de Carlos Menem, sin duda una exageración de Alberto.

El relato no es objetivo porque abundan las memorias en el duhaldismo que relatan las desventuras de José Pampuro cada vez que intentaba convencer al grupo íntimo acerca de las bondades de Kirchner. La mayoría del duhaldismo prefería entenderse con Carlos Menem, excepto Eduardo Duhalde y, básicamente, Hilda Beatriz González de Duhalde.

Kirchner participó de la campaña de Duhalde en 1999, luego estuvo en el grupo de gobernadores que junto a Adolfo Rodríguez Saá presionó a Fernando De la Rúa apenas ganó para lograr asistencia del Tesoro Nacional; Rodríguez Saá cuenta que en diciembre de 2001 pensaba en Kirchner para su gabinete; también Eduardo Duhalde imaginó algo similar en enero de 2002. Es evidente que Kirchner buscaba un espacio propio, y carecía de escrúpulos e ideología.

Sin embargo, Fernández decide rescatar la militancia de Kirchner por la defensa de los derechos humanos sin explicar qué reclamos hacía Kirchner durante el Proceso. En verdad, Kirchner era el abogado de la financiera Finsud y multiplicaba su dinero.
Algunos ensayaron bloquear esta dialéctica de Fernández. Y encontraron esta respuesta:

-No me jodan, muchachos. Para que Kirchner gane hacía falta un Menem vencido, una Alianza destruida, 19 y 20 de diciembre, y todo lo que pasó después. Era la única posibilidad que había de que los argentinos dijeran: ‘Probemos otra cosa’.

De los cinco candidato que llegaron a la elección de 2003, entre el primero y el quinto había 10 puntos de diferencia. Kirchner hizo una lectura mejor de que pasó en la sociedad el 19 y 20 de diciembre. Su ventaja es que tiene muchas convicciones.

El cree que este es su cuarto de hora. Y va a dejar todo por cambiar la historia. Si tiene este nivel de popularidad, es porque sabe interpretar la vocación de cambio. A mi me irrita particularmente que nos planteen la necesidad de hacer política en un escenario inexistente, en una suerte de entelequia ideal que no se percibe en ningún lado. Es la idea de que deberíamos haber crecido en un escenario político diferente al que existió, sin mezclarse con nadie.

No conozco a nadie que acceda al poder si no lo es metiéndose en el centro donde el poder se debate. En ese escenario te mezclas, te tocás con gente que no te convence. Y luego, cuando llegás al poder, vas cambiando las cosas de a poco. Porque la revolución jacobina no existe.

.......................................

Copyright by EDICIÓN i, 2005.

Dejá tu comentario