Militares vs. Kirchner: La razón de la irracionalidad

Hoy, el "fracaso" no es del Ejército sino de su jefe, el General Roberto Bendini a quién se mantiene en estado de alerta y se lo dirige a voluntad política con una causa judicial en dilatante espera…

"Soldados: desde que me hice cargo de esta jefatura, en diciembre de 1999, los militares hemos honrado los principios de un ejército respetuoso de la ley, disciplinado y profesional, un pilar más de la república y del estado de derecho (…)" 
General Ricardo  Brinzoni, 28 de Mayo de 2003

Sin lugar a dudas, la cuestión militar no hace al fondo del problema político por el que atraviesa la Argentina ni perfila siquiera el escenario nacional con gravitación rayana. Sin embargo, aparece con entrelíneas arteras y mensajes subliminales, inserto en un marco que le es ajeno con fines oscuros u oscurecidos por el oportunismo de turno.
En ese contexto, paradójicamente, hay obviedades que no pueden obviarse. Una de ellas atañe, así, a la actual crisis del Ejército. Es indispensable aclarar que tal crisis no deviene del seno de esta Fuerza sino que responde, lisa y llanamente, a una necesidad creada en el Ejecutivo Nacional para lograr que aquello que fuera solución devenga problema. A esta altura de las circunstancias no es novedoso admitir que el Presidente Néstor Kirchner, no sabe gobernar sino es en el marco de contiendas fundadas o no.
Las FFAA, la Iglesia, la oposición, los '90, los '70, ahora también los populistas vs. los progresistas, el empresariado, la "oligarquía vacuna", los "pícaros y sinvergüenzas", la prensa y hasta Doña Rosa que no lo vota son parte de una guerra que libra aliado a su propia debilidad. Sin "enemigos" no hay modo que gane batalla alguna. Sin "adversarios" maléficos no hay manera de erigirse como bastión de conducta o de moral.
¿Cómo ganar una guerra sin bando opuesto? ¿Cómo devenir héroe sin victorias sobre los hombros? Así como Teseo necesitó al Minotauro para salvar a Ariadna del laberinto, el mito gobernante de los argentinos necesita algún monstruo para tener protagonismo. Esta realidad evidencia, por otra parte, su propia orfandad.
"Si no hay problemas, los inventamos", parece ser la premisa oficial para luego dar alguna suerte de "solución" a lo que ya lo era de ante mano. Se crea así, o se pretende crear una sensación de cuidado: Hay alguien que ante el problema aparece con respuesta.
La sociedad argentina siempre tuvo una especial adicción por el rol de víctima. Esa necesidad de situarnos como huérfanos desprotegidos y necesitados nos ha llevado a dónde estamos, es decir, a recomenzar una y otra vez el mito del Estado paternalista capaz de relegarnos de nuestras responsabilidades intrínsecas y mostrarnos un camino de paz y alegría.
Un camino falso, desde ya, porque no tiene salida. En ese círculo vicioso estamos y es la razón principal por la cual, de la noche a la mañana, y cuando nadie - ni siquiera un porcentaje de gente similar al que llevó al ex gobernador de Santa Cruz a la jefatura de Estado -, veía a las FFAA como un factor conflictivo para la sociedad, éstas vuelven a aparecer en el centro de la escena.
En rigor, no fueron las FFAA las que aparecieron en el escenario sino que fue el Ejecutivo quién se ocupó de conducirlas hasta el mismo. En ese sentido, el primer mandatario actuó, podría decirse, como "fiel"  Comandante en Jefe de las Fuerzas. Comandó a los "soldados de todos" como le gusta llamarlos, en "sus soldados" y les endilgó el rol de "malos" para poder librar entonces, una de sus epopeyas menos problemáticas.
No eran ni son los soldados (sin necesidad de adjetivos posesivos obsoletos y vanos) que forman los cuadros de las actuales FFAA, contrincantes de ninguna disputa contra el marco democrático. Acaso, ¿es el propio Jefe de Estado adversario de ese marco?
Es absolutamente entendible que la ciudadanía no recuerde fechas, nombres y conductas. El ritmo vertiginoso en el cuál se vive, muchas veces, impide no sólo el ejercicio del juicio crítico  sino también el uso cabal de la memoria.
Diezmados los acontecimientos y presentados en fascículos aislados, traducidos en historietas o incluso con protagonismos inexactos todo puede interpretarse como al hacedor de esta maniobra le gusta. En un reportaje radial, Ernesto Jauretche, sobrino del extinto autor, sostenía muy entusiasta que "la historia debe recrearse según las necesidades del presente". Pues bien, esto es ni más ni menos que lo que Néstor Kirchner está haciendo.
Sin embargo, también hay una recreación del presente en la obra. ¿Quién puede afirmar, con pruebas y no tan sólo con caprichosos palabreos, que al asumir el actual Presidente hubiera siquiera un mínimo atisbo de intencionalidad política en los cuarteles?
Lo que conmocionó, en lógica medida a la cúpula militar del 2003 es el cambio radical de pensamiento que un hombre puede hacer en tan poco tiempo y, hasta posiblemente, hayan pecado de ingenuos al considerar – como se considera en el espíritu militar – que la palabra vale y se la debe honrar.
El mismísimo Néstor Kirchner  días antes de su asunción había confiado al entonces Jefe del Ejército, General Ricardo Brinzoni, su "decisión" de mantener inalterable la conducción de las FFAA. ¿Qué pasó después? Los favores en política tienen costo.
Para la  formación castrense de entonces, los favores, en todo caso, tienen lealtad. Nada sutil diferencia a la hora de interpretar conductas y palabras. Lo que para unos era un valor fundamental (la palabra) para otros era pura estrategia, materia de descarte, oportunidad… Queda también claramente graficado, hoy, en la verborragia de la senadora Cristina Fernández de Kirchner al defender los superpoderes y los decretos de necesidad y urgencia en contrapartida con sus mismas palabras unos años atrás.
Pero la memoria social es porosa para el olvido y ante esa realidad no hay antídoto. De allí que sea necesario en pleno siglo XXI, y a una sociedad que no tenía – ni tiene - a los militares como problema central, salir a explicarle por qué se vuelve hacia atrás.
El Gobierno puede realizar las reformas que desee en el ámbito castrense, no es lo que estamos evaluando. Lo que no puede es instalar sandeces ni recrear, por más que el sobrino de Jauretche lo avale, una historia inexistente ensuciando dignidades y lealtad. Siquiera tuvieran el buen tino de no difamar a quienes ya no están y no pueden, en consecuencia, defenderse. Aunque, quizás, la mejor defensa está –políticamente silenciada, claro- en la verdad…
Para quienes la palabra sigue teniendo un valor real y para quienes no recuerden exactamente los hechos tal como se dieran en la Argentina, basta decir que, si la conducción del Ejército (previa a su acefalía actual) hubiera tenido intencionalidad política, en el 2001 hubiese ganado las calles con más celeridad. No era, entonces, el gobierno el que deseaba "cerrar" el Congreso Nacional sino la mismísima sociedad la que tuvo que se contenida para que – vallado mediante – se resguardase el Poder Legislativo y hasta el Poder Ejecutivo Nacional. No fue, ni el General Ricardo Brinzoni, ni su mano derecha el General Daniel Reimundes quienes desafiaran el orden constitucional de la República.

Por el contrario, respetaron la institucionalidad y llegaron al 2003 con la frente en alto. Allí, los sorprendió la liviandad como se trató de politizar una cuestión que no estaba siquiera en los sueños más entreverados de los uniformados. La despedida de esos hombres marcó, posiblemente -y por obra y gracia de esta recreación histórica "a lo kirchnerista"-, un hito en la epopeya institucional de la Argentina: lo que se había solucionado se volvió a problematizar y en saco roto cayó el sincero pedido que hiciera el ex jefe del Ejército al tener que dejar en manos de esta dirigencia, una Fuerza que venía recorriendo un camino incuestionable de progreso intelectual, capacitación y fidelidad a la Constitución Nacional.
"La intriga cuartelera hacia la política fue erradicada de la vida argentina. La intriga política sobre los cuarteles es tan riesgosa como la anterior y parece regresar después de 20 años. Nada nos alejará de nuestro objetivo militar que es inmutable.
Nuestra sintonía es con la Constitución y con las leyes. Nuestra lealtad es al cargo y no a las personas. Olvidar esto nos llevó a muchos fracasos.
El árbol del rencor no da frutos. Hemos expresado más de una vez que no es posible avanzar mirando por un espejo retrovisor. Que es necesario superar las facciones y los intereses mezquinos y disolventes que anidan en algunas minorías de la sociedad. A pesar de esos sectores, queremos sumar nuestro esfuerzo al de la gran mayoría de nuestros conciudadanos para tener más y mejor democracia a la que servir desde la milicia.
Que el Estado nacional reasuma sus responsabilidades indelegables forma parte de los sueños posibles de la mayoría de los argentinos. El Ejército participa de ese sueño colectivo. El de un país emprendedor, previsible, integrado al mundo, bajo el imperio de la ley, con un Ejército acorde a sus necesidades y posibilidades. Tal como existe y se conduce en los países civilizados con democracias de fuerte intensidad.
Este proceso encontrará un Ejército maduro en sus convicciones pero joven por sus enérgicos ideales, que ha evolucionado en sus conceptos y trabaja para su reequipamiento material. Este Ejército es resultado de una iniciativa que no esperó períodos de bonanza para emprender el cambio. Nos decidimos y actuamos convencidos de que la inacción no contribuye al renacimiento y que la incertidumbre exige objetivos claros, audacia y perseverancia. Nada detendrá ese impulso. Quien nos tilde de anquilosados no nos conoce. Las conductas, los resultados de las acciones, la capacidad, la decisión y la eficacia para encarar los cambios son reveladores de nuestros éxitos. (…)"
Así se despedía Ricardo Brinzoni de sus soldados y también, de un modo u otro, de la vida. No parece paradojal.
Hoy, el "fracaso" no es del Ejército sino de su jefe, el General Roberto Bendini a quién se mantiene en estado de alerta y se lo dirige a voluntad política con una causa judicial en dilatante espera… Qué se pretenda enarbolar a los soldados como adversarios es tan ruin como inexacto. Desear que, además, se replieguen para demostrarlo es demencial.
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(*) Analista Política. Lic. en Comunicación Social (Universidad del Salvador) Master en Economía y Ciencias Políticas.

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