Mr. Blackwell o Richard Blackwell (su nombre verdadero es Richard Selzer o Seltzer, nació el 29 de agosto de 1922 en una de las zonas más pobres de Brooklyn, New York). Hoy es un crítico de moda, famoso por su ranking de las 10 mujeres peor vestidas del año, que inició en 1960.
Pero en los '50 intentó convertirse en actor, y fracasó; luego comenzó con el diseño de vestuario para actrices como Jane Russell, Dorothy Lamour, y Jayne Mansfield.
Mr. Blackwell también tiene un premio anual para las mujeres mejor vestidas, pero no logra suficiente trascendencia para ese evento. En 1995, él escribió una autobiografía: 'From Rags to Bitches'.
Ocurre que el marketing de Mr. Blackwell es resultar una de las lenguas más viperinas de Hollywood. Pero también él es el último caballero, atento y comedido en el trato; un ejemplar considerado extinto, que cuando habla es capaz de sonrojar al más osado de los buscavidas.
Él vive en Los Ángeles, una cueva barroca, recargada de estilos varios y alérgica a la luz que nunca —en sus 30 años de residencia— ha visto la mano de un decorador.
Mr. Blackwell dice odiar a los diseñadores. "Decorar es un proceso desesperantemente inhumano, ya que no existe relación alguna con el cliente. No le conocen, sólo quieren hacer algo bonito, con estilo. Aunque hay que admitir que algunos son buenos".
Nada que ver con los que diseñan indumentaria, claro. Esos son una especie diferente. Pero para Mr. Blackwell, "La moda es una farsa sin sentido, falto de cualquier logro real".
Y eso que él le dio glamour a las hermanas Gabor, Zsa Zsa y Eva, por ejemplo. Por eso, año tras año —y van 46—, fustiga por escrito a aquellas mujeres que, según él, "destruyen o profanan la moda".
Son 10 nombres famosos que se distribuye por todos los medios y, aunque algunas no lo admitan, "es una forma excelente de promoción", exclama Mr. Blackwell. "Muchos agentes de prensa me mandan fotos de sus clientas. Les encanta ser las peores".
Pero las hay que maldita la gracia que les hace. Por ejemplo, Elizabeth Taylor y Barbra Streisand, quienes mostraron su enojo públicamente cuando fueron incluidas. Otras prefieren el silencio, como la reina Isabel II de Inglaterra, que aguantó estoica la comparación con un "árbol de Navidad y un payaso real".
La actriz Lynn Redgrave, hermana de Vanessa Redgrave, opinó, divertida: "No has conseguido triunfar hasta que apareces en la lista". Y Mr. Blackwell lo sabe.
Aunque piensa que sus palabras no provocan úlceras. "A las que meto en la lista les importa un pepino", se atreve a decir. "Pero luego salen en los programas y se meten conmigo. Me pueden mandar al infierno, no me importa. Seguiría yendo al infierno igualmente, independientemente de lo que digan de mí. Prefiero ir al infierno que al cielo, según sus condiciones", afirma sin ni siquiera sonreír.
"Me encanta", añade. "Es una prueba de que la lista funciona. Si no fuera verdad, no funcionaría".
La reina por ahora es la cantante Britney Spears, máximo exponente del mal gusto (seguida de Mary-Kate Olsen, Jessica Simpson, Eva Longoria, Mariah Carey, Paris Hilton, Anna Nicole Smith, Shakira, Lindsay Lohan y Renee Zellweger).
Para él, Britney es el pardigma del "caos de la costura, terror hortera con pinta de lolita demodé que ha pasado de princesa del pop mundial a fiasco de moda total".
Pero Mr. Blackwell siempre embiste contra quien luce la prenda, nunca contra el diseñador. ¿Es que tiene miedo a represalias? "Claro que no. Es sólo para evitar darles propaganda gratuita", responde.
Es más, admite que algunos hasta le han llamado para pedirle consejo. ¿Quiénes? "Prefiero no mencionarlos, porque para mí alguien que me llama debe de ser un idiota. El diseñador tiene que hacer su propia historia".
Mr. Blackwell respira frustración por todos sus poros cuando se habla de moda y de fama, en especial si involucra a las jovencitas de ahora. Las acusa de no estar a la altura de su estatus porque "no tienen ni idea y no tienen magia. Me saca de quicio que una estrella a la que pagan US$ 20 millones por película no tenga el buen gusto de aprovecharlo", se queja. "Imagina qué tipo de estrella será alguien que, a pesar de cobrar tanto dinero, tiene que pedir prestado un vestido o las joyas. Es un escándalo.
¿Por qué no compran modelitos hechos a medida a los diseñadores?". Buena pregunta. Seguro que la Russell y la Mansfield eran una fuente de inspiración, ¿no? "Qué es lo que ellas aprendieron de mí, tendríamos que preguntar". ¿Y bien? "A moverse con clase, a no aparecer como tipas baratas".
Su socio es R. L. Spencer, quien en su tiempo era un aclamado estilista. Ambos aman las curvas y desprecian a este presente de mujeres sin formas. "Ahora se ponen implantes", protesta. "No pasa nada si una mujer tiene delantera, pero no tiene por qué elevar sus propiedades hasta la barbilla para lucirlas. Crean demasiada distracción. Lo importante es cómo se lleva un vestido y no tanto el trapo en sí".
Mr. Blackwell es una creación de un tal Dick Ellis, quien a su vez procede de la imaginación de Richard Selzer. Y Selzer es en realidad Mr. Blackwell. Un rompecabezas de identidades que se generó en un barrio humilde de Brooklyn (donde nació en 1922) en la década de los años 20 "envuelto de misterio, mentiras y decepción", según recuerda él. "He vivido bajo la influencia de eso toda mi vida, incapaz a veces de discernir la realidad de la fantasía", admite en su autobiografía publicada hace 10 años con el expresivo título 'From Rags to Bitches' (algo así como "de la pobreza al zorrerío").
Una vida sometida a la tragedia y al deseo de ser alguien. Quizá debido a su compleja infancia y adolescencia. El estigma de un padre violento le llevó a caer —sin casi cuestionarlo— en manos de un pederasta que le hizo sentirse valorado. Siguió buscando refugio en el interés de otros por su cuerpo, vendiéndose por unas monedas "al mejor postor" en las calles de Manhattan. Fue en esas circunstancias cuando la diosa fortuna le ofreció una oportunidad como uno de los jóvenes actores de una versión barata del éxito de Broadway, 'Dead End'. Era 1936 y apenas tenía 14 años.
Poco tiempo después, se trasladó a Hollywood con su madre siguiendo los pasos de una tía. Allí consiguió papeles de actor de reparto. Pero el éxito le era esquivo. Probó entonces modificar su perfil arisco, arreglándose la nariz, las orejas y provocando unas entradas "a lo Robert Taylor" para abandonar la imagen de chaval callejero y de origen humilde. Completó el cambio con una nueva identidad. Construyó a un personaje ficticio a falta de un papel en el cine. Él sería su papel. Un jovencito de 17 años llamado Dick Ellis. Atrás quedaba el apellido Selzer (cuyo progenitor le llenaba de ansiedad).
Sin embargo, nada cambió. Su cuerpo sólo le proporcionaba papeles miserables, a pesar de que, según él, compartió cama con hombres de la talla de Tyrone Power, Cary Grant y Randolph Scott. Estos dos últimos cuando eran pareja y vivían en Santa Mónica, cerca de la playa. "Ninguno de los dos era posesivo y mantuve relaciones maravillosas con ambos", escribe Mr. Blackwell en sus memorias.
Al final, a los 27 años se topó con la realidad. Su futuro no estaba delante de una cámara. Así que con un nuevo apellido —Blackwell— que Howard Hughes le regaló cuando le conoció en la producción de la película 'Vendetta' (1950), empezó a dedicarse a representar a cantantes femeninas. Para abaratar costos, él les hacía los vestidos y "con frecuencia recibía mejores críticas que la voz de mis clientas".
Con mucha labia y acuciado por la necesidad, dejó la representación de divas para buscar su primer bolo como diseñador. "Me mandaron a crear cubiertas de retretes y collares enjoyados de perro", recuerda. Pero en 1958 las cosas cambiaron y, junto a Spencer, fundó Mr. Blackwell Design Label, para "hacer que la mujer pareciera excitante y misteriosa, ensalzando su figura". Luego, en 1960, sacó la primera lista. Y el resto, es historia.
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