Una visita a la memoria de Cristo, custodiada por un musulmán

Los islámicos son quienes administran la memoria de Jesús en Jerusalén. El templo está separado en 6 áreas, controladas por católicos, apostólicos armenios, ortodoxos griegos, ortodoxos sirios, ortodoxos etíopes y coptos.

El camino comienza en el barrio este de Jerusalén, hoy musulmán, en la torre romana llamada Antonia, en honor de Marco Antonio, donde Jesús fue condenado a una muerte cruel, sólo para quienes no eran ciudadanos romanos y eran considerados criminales peligrosos: la crucifixión.
La 1ra. estación del Via Crucis, o Vía Dolorosa, que Jesús siguió con la cruz a cuestas en dirección a la cumbre del Monte Calvario.
La Vía Dolorosa serpentea por un gran zoco, las estaciones están al lado de bazares de dulces, joyas, pescados y acuarios, y las oraciones de los peregrinos se confunden con la música árabe. El gentío y el ajetreo rodean al peregrino.
Además de cristianos y musulmanes, por las callejas pasan judíos, especialmente ultraortodoxos, quienes promueven la compra de propiedades y la presencia de sus correligionarios en esta parte de la ciudad como forma de garantizar la posesión de Jerusalén Este, conquistado por Israel en la guerra de 1967.
En un rincón tranquilo, fuera de la multitud, se encuentra la 9na. estación, marcada por una cruz verde pintada sobre una columna amarillenta como si fuera grafiti.
A continuación la Via Sacra, como también es llamada, atraviesa por un convento de la iglesia ortodoxa etíope. Es un lugar apartado, de piedra ennegrecida, donde las celdas dan a un patio interior a través de unas puertas verdes minúsculas. En este patio se ora, aquí una mujer cubierta con un largo manto amarillo, rosario en mano, acullá un monje vestido de negro.
A través de una capilla se llega a la plaza de piedra que da a la Iglesia del Santo Sepulcro, el templo más santo para los cristianos.
La Iglesia del Santo Sepulcro no es lo que uno se espera. Allí se supone que izaron a Jesús en la cruz, fue enterrado y resucitó. Es modesta, oscura y ruidosa. En lugar de ser ejemplo de unidad y armonía, está dividida en sectores asignados a diferentes confesiones cristianas. Para mantener el orden, una familia musulmana, los Nuseibeh, custodian desde hace siglos su única puerta al exterior.
Aún así, su santidad embarga a los peregrinos, que tocan la roca donde la tradición dice que estuvo clavada la cruz, besan la piedra pulida donde el cuerpo de Jesús fue ungido para prepararlo para el entierro y entran de rodillas en el baldaquino que protege el lugar donde fue enterrado.
No hay oro, como sí en muchas catedrales de cierta frivolidad, demasiado interesadas en el oropel y poco en la calidad de la fé.
La basílica data de la época de los cruzados y tiene más de fortaleza que de templo. Se consagró en 1168, aunque fue renovada en 1808 tras un incendio.
Desde el siglo IV hay documentos escritos sobre el lugar. Relatan que Santa Elena, la madre del emperador Constantino, fue a Jerusalén en busca de la cruz de Jesús, la llamada Veracruz.
Destruyó el templo de Venus erigido por los romanos en el Calvario y encontró tres cruces, algunos clavos y una inscripción como la que Poncio Pilato ordenó colocar en la cruz de Jesús. Constantino mandó construir en el lugar una iglesia que ardería en un incendio en el 614.
El edificio que la reemplazó fue respetado por los primeros gobernadores musulmanes, pero sucumbió a la furia del califa Al Hakim bi-Amr Allah, conocido como El Loco, en 1009.
Ese acto dio ímpetu a los cruzados, que entraron en Jerusalén 90 años después.
Lo primero que uno se encuentra al franquear la puerta de la iglesia es la figura oronda del musulmán Wajeeh Y. Nuseibeh, de 56 años, quien usa chaqueta y corbata y en sus tarjetas personales se presenta como "Custodio y Guardián de la Iglesia del Santo Sepulcro''.
Nuseibeh asegura que la llave pasó de padres a hijos desde el siglo VII por encomienda de los sucesivos califas musulmanes, aunque sólo hay registros de este trabajo desde 1187, cuando Saladino expulsó a los cruzados.
La misión de la familia ha sido mediar entre las distintas confesiones cristianas que se disputaban el control de los lugares santos. Hoy en día aún se entiende el valor de poner la llave de la única puerta de la Iglesia del Santo Sepulcro en manos de musulmanes.
El templo está separado en 6 áreas, controladas por los católicos, los apostólicos armenios, los ortodoxos griegos, los ortodoxos sirios, los ortodoxos etíopes y los coptos.
La presunta tumba de Jesús y el lugar de la crucifixión están en la zona de la Iglesia Griega, que como heredera de la Iglesia Bizantina controla la mayoría del espacio.
Los católicos tienen una capilla donde se cree que Santa Elena encontró la cruz de Jesús.
Mientras, el área siria está totalmente desatendida por la falta de dinero de los ortodoxos sirios. Las paredes se encuentran ennegrecidas por las velas, el suelo es irregular y la cueva donde supuestamente fue enterrado José de Arimatea -quien donó su propia tumba a Jesús, según los Evangelios- no cuenta con ninguna iluminación.
La Iglesia del Santo Sepulcro es un sitio muy humano, un lugar en disputa, en el centro de una ciudad en disputa, en un país en disputa.
A la derecha de la iglesia, en el 2do. piso, está la cumbre de lo que fue el Monte Gólgota, o Lugar del Cráneo, y la roca que sostuvo la madera santa. Está rajada por una larga grieta; supuestamente se abrió cuando Jesús dio su último suspiro.
En la zona griega también está el Catholicon, un santuario enfrente del Santo Sepulcro donde una urna en el suelo marca el ''ombligo del mundo''.
Pero el corazón del templo es sin duda la tumba de Cristo, que está dentro de un edículo construido en 1810.
Los fieles forman una fila para pasar de 5 en 5 por una pequeña puerta que da a la minúscula Capilla del Angel, quien informó a los seguidores de Jesús que éste había resucitado.
Los cristianos pasan en silencio por el estrecho vano que comunica esa Capilla con el Santo Sepulcro, una cámara de 2 metros por cada lado y algo más de altura, iluminada por 47 lámparas de oro y plata que penden del techo, e interior recubierto de mármol, como adorno, y para impedir que los peregrinos intenten romper la roca que está detrás para llevarse los pedazos.
Pero más que la belleza impone el saberse en un contacto tan íntimo con el Jesús humano que murió y el Jesús divino que resucitó.

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