Muerte con dignidad, un debate cada vez más insistente

El derecho a morir con dignidad es una cuestión que provoca un debate creciente en la sociedad contemporánea. El caso del tetraplégico español Jorge León le dio nuevo impulso al tema. El siguiente testimonio que publicó la revista EDICIÓN i hace algunas semanas, permite otro enfoque del derecho a decidir sobre la existencia propia.

( EDICIÓN i). La cita fue a las 8:00 de un sábado helado. Fue el 11 de marzo. Tras un largo trayecto en carretera de montaña, los voluntarios de Exit -una asociación suiza cuya misión es la de ayudar a morir a personas que lo desean- y este cronista llegaron puntuales a la modesta vivienda de Josiane Chevrier, de 68 años, donde les esperaban una de sus tres hijas, Anne, de 42 años, y su nieta de 20 años, Julie.
 
 Sus otras dos hijas se habían despedido con una comida la noche anterior. No se vieron con fuerzas suficientes para asistir a un acontecimiento controvertido y desgarrador que roza sinuosamente la delgada línea entre la legalidad y la ilegalidad, entre la ética y la realidad: el suicidio de su propia madre.
 La paciente, serena, parecía ansiosa por comenzar el procedimiento de la eutanasia, que aquí llaman ‘autoentrega’.
 
 Así funciona: dos acompañantes, voluntarios de Exit preguntan al paciente si está verdaderamente decidido. Josiane Chevrier lo está.
 Lo demás es sencillo. Le administran dos píldoras que tienen como misión abrir la digestión e impedir los vómitos. Luego, se le conceden 20 minutos para reflexionar y despedirse de familiares y amigos.
 
 Josiane Chevrier empleó esos 20 minutos para hablar con su hija y su nieta en privado.
También para leer una oración que había escrito días antes. Después, conminó a su hija a no llorar. En una mesa reposaba un vaso con una dosis letal de pentobarbital mezclado con jugo de naranja. Con un pasmoso sentido del humor, Josiane comentó que, por el color, la ‘poción mágica’ parecía un vaso del oscuro aperitivo Cynar.
 
 El pentobarbital, utilizado como poderoso anestésico, es mortal a partir de los 5 gramos. En el vaso que tomó Josiane había más de 10. La paciente lo ingirió. Cinco minutos después comenzó a bostezar. Y se recostó en su cama.
 
 Eran las 10:30.
 
 Tras la muerte, todos los asistentes se reunieron en el salón de la casa para conversar y compartir una taza de té. La serenidad y naturalidad de la escena parecían irreales y casi difíciles de imaginar en otros contextos culturales.
 
 Cuando todo terminó, Julie, la nieta, comentó: "Durante semanas me pregunté cuáles iban a ser nuestras últimas palabras. Lo increíble fue que no dijimos nada especial. Fue una charla normal, como las de todos los días".
 
 Poco más tarde, Julie salió a la tormenta de nieve que se había formado fuera a fumar un cigarrillo y, muy probablemente, a liberar las lágrimas retenidas en presencia de su abuela.
 
 El paso siguiente fue informar a la policía, que envió a un joven y comprensivo oficial para comprobar que no se había producido violencia alguna ni existía sospecha de asesinato, y para firmar los documentos pertinentes. Instantes después, llegó la médica forense para certificar el deceso y llamar a los servicios fúnebres mientras los presentes charlaban alrededor de la mesa instalada a menos de dos metros del cadáver. Todo el proceso fue, en palabras de Philippe Dekens, uno de los voluntarios de Exit, excepcionalmente sencillo y rápido: "Lo importante es la convicción y el deseo de partir de la paciente".
 
 Tres días antes de su muerte, el miércoles 8 de marzo, Josiane había comentado con la misma serenidad con la que afrontó su último instante lo que más miedo le daba del proceso de ‘autoentrega’:
 
 -Que el tumor haya avanzado tanto que me impida ingerir la porción.
 Nada de fotografías
 
 Esta mujer, pianista y profesora de música, una apasionada de Johann Sebastián Bach, llevaba 10 años soportando un cáncer de mama que en los últimos tiempos le había alcanzado la garganta. Los dolores eran tales que necesitaba consumir morfina de forma masiva y cotidiana.
 
 "Al principio intenté no tomarme con demasiado dramatismo el problema", explicaba tres días antes de morir. No quiso seguir ningún tratamiento convencional, ni aplicarse quimioterapia. Optó por terapias alternativas y homeopáticas acordes con su militancia ecologista. No tenía inconveniente en contar su vida, en explicar los pasos que le habían llevado a tomar esa decisión que se materializaría 72 horas después.
 
 A menudo, su discurso se veía entrecortado a causa de lo avanzado del cáncer, que le provocaba problemas de voz y cada vez más dificultades a la hora de ingerir alimentos o bebidas. El mal había entrado en una fase denominada "de necrosis nauseabunda", lo que, en términos claros, quiere decir de putrefacción. Toda la casa, ese miércoles, estaba impregnada del olor dulzón, desagradable e inolvidable, de la enfermedad.
 
 Josiane, divorciada, tenía tres hijas mayores de 40 años. Pasó la etapa final de su vida en un pequeño pueblo de la Suiza Occidental, al fondo del valle del Joux, entre montañas de estremecedora belleza. La paciente optó por vivir en esta localidad de Le Brassus para poder practicar su pasatiempo favorito: la caminata en plena naturaleza.
 
 "Durante ocho años viví bastante bien, sin demasiados dolores ni molestias", afirmaba esa tarde de miércoles. Hasta que la situación se hizo intolerable y sus condiciones de vida degeneraron hasta el punto de hacer su existencia insoportable.
 
 A partir de aquí, la historia de esta mujer habría sido similar a la de millones de enfermos graves o en fase terminal salvo por un detalle: Josiane era suiza. Y en este país la asistencia al suicidio no está perseguida, aunque quienes la practiquen no pertenezcan a la profesión médica.
 
 Un curioso vacío legal, que arranca de la absolución a un militar que en los años ‘20 prestó su pistola a un compañero enamorado y despechado para que se suicidara de un tiro, ha desembocado en el artículo 115 del Código Penal suizo, que permite "la muerte con dignidad".
 
 Josiane decidió acogerse a este derecho, y el 17 de octubre pasado llamó a Exit. No sólo eso. También accedió a que un periodista la acompañara a ella y a sus más íntimos familiares en sus últimos días.
 
 "Aunque no sé qué puedo tener de interesante para contar", decía. Eso sí: nada de fotografías. Josiane, una mujer de mirada clara y cabello corto y gris, conservó hasta el final una coquetería y un pudor que lo impidió. "Nadie quiere ver el rostro de un enfermo terminal", explicó.
 
 Requisitos para morir
 
 "Conocí Exit gracias a algunos amigos que eran miembros y que afirmaban que pertenecer a esa asociación les proporcionaba una gran seguridad, dado que sabían que eran los únicos dueños de su destino", comentaba Josiane. Su médico de cabecera, aunque la respetó, desaprobó su decisión y se negó a estar presente en el momento de la despedida.
 
 Exit tardó cuatro meses en aprobar la petición de Josiane.
 
 Hasta el 1º de febrero no aceptó que miembros suyos acompañaran y auxiliaran hasta el final a la maestra de piano y le proporcionaran la sustancia letal necesaria para hacer efectiva su ‘autoentrega’.
 
 Antes, la asociación necesitó verificar que la mujer cumplía con los requisitos que esta asociación exige a cualquier persona que reclame su ayuda para suicidarse:
 
 > capacidad de discernimiento,
 
 > que la petición sea seria y repetida,
 
 > que padezca una enfermedad incurable y mortal,
 
 > que ésta acarree grandes sufrimientos físicos y psíquicos, y
 
 > que debe ser un ciudadano suizo.
 
 La razón es que, fuera de Suiza, asistir y ayudar a un suicida es ilegal y socialmente cuestionado, lo que acarrea gran dificultad a la hora de encontrar voluntarios para Exit o, en caso de hallarlos, "mucho desgaste emocional en los voluntarios", en palabras de Jerôme Sobel, de 53 años, prestigioso médico otorrinolaringólogo y fundador y presidente de Exit.
 
 Esta asociación funciona en Suiza desde 1982 y cuenta con más de 67.000 asociados que pagan una cuota anual de € 20. En 2005 ayudó a morir a 350 enfermos. Sobel defiende que "el fin de la vida forme parte del plan oficial de estudios de la escuela de medicina", y asegura que su mayor deseo es "que Exit desaparezca y que su función la desempeñe el médico de cabecera".
 
 "Mis hijas han estado de acuerdo con mi decisión, dado que no han querido verme pasar por el infierno de los hospitales", comentaba Josiane en su casa, con la misma calma de siempre, antes de agregar: "No es la muerte lo que me da miedo, sino el hecho de no poder vivir normalmente".
 
 La paciente se mostró convencida de haber tenido "una vida plena", pero, aun así, consideró: "Es un poco injusto partir ahora y de esta manera. No es lo que yo imaginaba como final de vida".
 
 La paciente se confesó católica de formación, pero no practicante, aunque se declaró "convencida de la existencia de una presencia superior y benévola". En su opinión, no existe "contradicción alguna entre las creencias y la decisión adoptada".
 
 Los voluntarios
 
 La primera semana de marzo, unos días antes de morir, Josiane conoció a los dos voluntarios que la iban a acompañar en todo el proceso y que se encargarían de proporcionarle, a su debido tiempo, el vaso con el jugo de naranja y el pentobarbital. Se llaman Philippe Dekens y Dominique Roethlisberger.
 
 Dekens, de 55 años, es enfermero, belga de origen, y vive en Suiza desde hace 10 años. Una experiencia personal "cercana con la muerte" hace dos años le sensibilizó con el tema y decidió unirse a Exit.
 
 Dekens ha llevado a cabo cinco ‘acompañamientos’ en 2005 y dos en lo que va de 2006. Ahora mismo se está preparando para asistir a un paciente de 41 años aquejado de cáncer de próstata. Se considera "un mero ejecutante del deseo del paciente".
 
 Por su parte, Roethlisberger es una enfermera especializada en psiquiatría que trabaja desde hace seis años con la asociación. Según su experiencia, "en general, los pacientes están tan convencidos de su decisión que han perdido el miedo". Ellos trabajan en equipo, lo que es sumamente inusual dentro de la estructura de Exit.
 
 Marianne Tendon ingresó en la asociación en 1986 y hoy es la decana de los acompañantes. Asegura que "una de las características más duras del trabajo es que se establecen vínculos muy fuertes con gente a la que se va a perder en poco tiempo".
 
 Ex educadora y enfermera, Tendon afirma que no ha acompañado jamás a alguien con dudas, "ya sea por motivos éticos o religiosos". Igualmente opina que "la gente tiene derecho a estar en contra del suicidio asistido, pero sólo en su propia vida", y que "nadie tiene derecho a legislar sobre el sufrimiento ajeno".
 
 La cita final entre los dos acompañantes y Josiane quedó fijada para el sábado 11 de marzo.
 
 "No tengo ningún miedo por las cuestiones prácticas de la vida de los que se quedan, ni por lo que pase después de mi partida, dado que he tenido tiempo de ocuparme de todo", contaba Josiane tres días antes de morir.
 
 Su ‘autoentrega’ se pactó de común acuerdo con su familia. "Tomé la decisión final en el momento que sentí que, tanto yo como mis hijas, estábamos maduras para asimilar esto", añade. Nunca pensó en aceptar los cuidados paliativos que le ofrecieron. "Todo esos tratamientos y terapias son tan caros y complicados que terminan siendo una sangría inútil para la familia y la sociedad", opinaba con un pragmatismo típicamente suizo.
 Exit no es la única asociación suiza que asiste al suicidio. La segunda, y más conocida internacionalmente, es Dignitas. Nacida en 1997, producto de una escisión de Exit, ubicada en Zurich y fundada por el abogado Ludwig Minelli, Dignitas sí acepta pacientes extranjeros.
 
 Ocurre que esta controvertida práctica ha dado origen al término ‘turismo de la muerte’, ante la cantidad de europeos que acuden al país helvético en busca de una ayuda que no pueden obtener en su casa.
 
 En el Reino Unido se ha convocado a un debate parlamentario dada la creciente cantidad de ciudadanos de ese país que recurren a los servicios de Dignitas.
 
 Minelli, que para justificar su tesis asegura que, por ejemplo, en Alemania "hay un suicidio cada 47 minutos", considera que "la sociedad aplica al suicidio asistido la misma hipocresía que en su día se aplicó al aborto".
 
 Sin sentimentalismos
 
 El sábado frío de la cita con Josiane en su casita de Le Brassus, durante el viaje en automóvil, los dos voluntarios de Exit se dedicaron a comentar otros casos, pasados y actuales, con una sobriedad absolutamente carente de sentimentalismo.
 
 Por la charla desfilaron todos los males que atacan a los seres humanos: cáncer, esclerosis múltiple, Parkinson y diversas enfermedades degenerativas. Dekens reflexionaba en voz alta: "En el mismo día del acompañamiento no nos damos cuenta de lo que ha pasado. El golpe suele llegar dos o tres días más tarde, cuando ya todo ha terminado". Y añadía: "A menudo se establece una fuerte complicidad entre el paciente y yo. Intento en la medida de lo posible no apegarme demasiado a ellos, aunque no siempre es posible. De otra manera, este voluntariado se convertiría en una carga insoportable para cualquiera".
 
 "Las familias, en general, están serenas y aceptan la decisión", añadía. "Pero a veces, raramente, nos encontramos con una hostilidad muy marcada".
 
 El enfermero belga recordó un caso en el que el hijo de un paciente se puso a hablar con su padre, que acababa de tomar la poción, y a pedirle que no se fuera. Tardó más de seis horas en morir. La razón, según este enfermero, había que buscarla en el inconsciente del enfermo: "Seguía trabajando, aún bajo el efecto del pentobarbital, e impidiendo que el cuerpo se entregara para no dañar al hijo que le pedía que no se fuera".
 
 En esto, llegaron al pueblo de Josiane. Eran las 8:00.
 
 Horas después, tras la llegada del médico forense y del policía, los dos voluntarios de Exit dan por terminado su cometido. Y dejan la casa de la mujer aquejada de cáncer para cumplir con un ritual inexcusable, posterior a cada ‘acompañamiento’.
 
 Ellos lo llaman "pegarse una buena comilona". Un restaurante de montaña recibió a los voluntarios que, con carnes regadas con una generosa dosis de vinos franceses, comentaban las incidencias de la partida de Josiane.
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 PUNTOS A FAVOR DE LA EUTANASIA
 
 • Tengo un derecho a disponer de mi propia vida, y puedo reivindicar la autonomía como parte integral de la dignidad humana y expresión de ésta.
 
 • Una vida en determinadas condiciones es indigna, la imagen que proyecto ante los seres cercanos o aún en los otros, puede ser considerada como humillante e indigna.
 
 • ¿Por qué aceptar una forma de existencia en circunstancias limitadísimas? ¿Sacrificando, en cierta forma, a parientes y amigos ?
 
 •¿Así como se tiene un derecho a vivir con dignidad, por qué no tener un derecho a morir dignamente?
 
 •No debe intentarse prolongar la vida cuando ésta no se pueda vivir, haciendo del paciente no un ser humano, sino un caso clínico interesante (como ocurre en los hospitales universitarios actualmente).
 
 • Podría institucionalizarse unos derechos no sólo del paciente terminal, sino de la familia en sí.
 • ¿Es justo morir de un modo tan doloroso?
 
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 PUNTOS EN CONTRA DE LA EUTANASIA
 
 • La vida como un derecho inalienable, al optar por la eutanasia, estoy entregando mi libertad y al mismo tiempo acabando con ella, cuestión aún sin resolver.
 
 • Los límites de la eutanasia: ¿Bajo qué circunstancias se debe aplicar? ¿Cómo legislarla? Aunque aquí se plantean ciertos límites, no resulta claro cómo aprobarla, bajo qué límites.
 
 • Existe una dificultad de toma de posición en el caso de los enfermos mentales.
 
 • Las expectativas: ¿Es posible que quien hizo su testamento autorizando esta práctica luego se arrepienta?
 
 • "Mientras hay vida, hay esperanza" dice un adagio popular. Sin embargo, hay que analizar y desentrañar aún más el verdadero significado de esta frase, ¿alguien podría decir, y si al otro día se encuentra la cura contra ésta enfermedad?
 
 • Podrían aumentar el número de muertes de personas débiles y personas subnormales, así mismo, aumentarían las presiones sobre el ejecutante (¿médico?) del acto por parte de la familia.
 
 • Los ejecutores podrían ser tomados como verdugos, lo que puede implicar en una sociedad como la nuestra, una pérdida de confianza en la persona idónea.
 
 • Podrían aumentar el número de homicidios con máscara de eutanasia, con el sólo fin de cobrar jugosas herencias
 
 • Podría aplicarse la eutanasia sólo para surtir el jugoso negocio del tráfico de órganos, lo que muestra que podrían haber intereses económicos y políticos tras su aprobación.
 
 • Podrían disminuir los recursos destinados a la cura de una enfermedad, ya que podría salir más económico dejar morir a las personas y con ello se disminuye así mismo, el esfuerzo de investigación en la medicina.
 
 • Se puede perder la esperanza de vivir, si como viejos las personas son dejadas de lado, aisladas en asilos, como enfermos pueden ser eliminados simplemente.
 
 • Deber cívico de permanecer vivo.
 
 • La decisión que conlleve al acto, es del todo irreversible.
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 Copyright by EDICIÓN i, 2006.

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