1982 - LOS DOCUMENTOS SECRETOS DE LA GUERRA DE MALVINAS Y EL DERRUMBE

Yofre, Gainza e Iglesias Rouco

En el nuevo libro de Juan Bautista Yofre hay algunos recuerdos muy interesantes sobre aquel año de la Guerra de Malvinas, origen de la democracia presente. Anécdotas y también confidencias. Urgente24 ya ha transcripto algunos fragmentos en días recientes. Ahora va un agregado también importante.

N. de la R.: Hubo un periodismo que, desde la derecha, fue muy crítico del Proceso de Reorganización Nacional. No es cierta la versión de Hebe de Bonafini, Horacio Verbitsky y otros, de que el periodismo fue cómplice, en especial el de derecha. Es más: Máximo Gainza Paz no solamente rechazó participar de Papel Prensa, cuando fue al primero que se lo ofrecieron, sino que en muchos temas y en varias oportunidades llevó a su diario La Prensa a la denuncia del gobierno de facto. De hecho, sus columnistas principales eran Manfred Schoenfeld y Jesús Iglesias Rouco, rescatado por Juan Yofre, en su más reciente libro de historia argentina contemporánea, titulado 1982 - Los documentos secretos de la Guerra de Malvinas/Falklands y el derrumbe del Proceso. Yofre, en un texto muy recomendable, rescata a varios personajes que no deberían pasar desapercibidos en el relato de la época: desde María Rosa Boldt a Gilberto Esteban Oliva. Obviamente, tampoco Iglesias Rouco:

 
 
 
por JUAN BAUTISTA YOFRE
 
De Jesús Iglesias Rouco se pueden decir -y se dijeron- muchas cosas. Fue visto como una suerte de fantasma apocalíptico por muchos funcionarios militares y varios cancilleres. A veces, si el olfato le fallaba, podía comprar "carne podrida", pero era frontal, incisivo hasta la persecución del "personaje" del momento, y mordaz.
 
En 1982, era el columnista estrella de La Prensa, el diario de la familia Gainza, cuya redacción quedaba en el legendario edificio de Avenida de Mayo, a metros de la Plaza de Mayo. En los meses previos a la guerra de las malvinas contó con información privilegiada de lo que iba a acontecer en el Atlántico Sur. Tenía una muy buena fuente en el Palacio San Martín.
 
El Gallego era un antiperonista rabioso y un observador muy crítico del gobierno militar, a pesar de que nunca estuvo "afuera" del sistema que los militares supieron conformar. Como en otros ámbitos, dentro de ese sistema había periodistas de todo pelaje y color. Unos participaron del juego, otros decían lo que se podía y otros fueron más allá, especialmente cuando el régimen militar comenzó a desmoronarse.
 
El Gallego era uno de éstos. Total, ¿qué se le podía reprochar, escribiendo desde La Prensa y siendo un insospechado profesional que nunca tuvo contactos con el fenómeno subversivo de ultraizquierda? En 1985, en su etapa final en la Argentina, fundó El Informador Público, un semanario que alcanzó gran repercusión y ventas en ocasión de la crisis militar de Semana Santa (1987).
 
Su columna "Años inconcebibles", escrita para recordar el secto año del 24 de marzo de 1976, es digna de mención. Expresaba el pensamiento de gran parte de la clase media argentina de aquellos años:
 
"Junto con las diversas dictaduras peronistas, estos seis años de 'Proceso' serán recordados como una de las etapas inconcebibles de la historia argentina. Salvo sus enunciados o supuestos objetivos, que nunca se cumplieron -y que quizás nunca se quisieron cumplir- y la decisión de no seguir negociando con el terrorismo sino de hacer de frente con las armas en la mano -con las armas, pero no con la ley, ni siquiera con la administración de la ley, lo cual condujo a la destrucción del principio jurídico del Estado, y hasta el desmantelamiento del Estado mismo, y a un drama de sangre y vacío de responsabilidad cuyas secuelas estrangulan hy la conciencia de muchos argentinos y el porvenir político de la República-, el resto de lo hecho y no hecho desde 1976 sólo puede inscribirse, o casi, en los anales de la parodia, la falacia, la corrupción intelectual y moral, el simple latrocinio, la ruina, el ridículo, la locura o la comedia de enredo, segun los casos. Y aun así mañana, con la devastación a la vista, quienes ahora detenta el poder van a celebrar el inicio de semejante estado de cosas. Parece, en verdad, demasiado. También resultaría excesivo cargar exclusivamente este saldo en la cuenta de los jefes de las Fuerzas Armadas, o en las Fuerzas Armadas mismas. Lo más grave de la situación actual es que por acciones u omisiones sistemáticas, la mayor parte de la ciudadanía argentina, incluia la más ilustrada, también tiene algo que pagar a su historia; y que todavía no acepta tal obligación, o no la comprende. Pero, como suele decirse, la vida continúa, hasta para quienes se empeñan en ver nacimientos donde sólo deberían ver funerales".

"Tenemos conciencia de la gravedad que alcanzan algunos problemas sectoriales y particulares en el marco de la situación económica general y sabemos que no existen soluciones milagrosas capaces de resolver simultáneamente todas las dificultades. No obstante pretendemos avanzar prudentemente en la solución de esos problemas, tratando de no generar, con paliativos de efímera eficacia, nuevos desequilibrios que afecten al proceso de recuperación emprendido", leyó el contralmirante Joaquín Gómez, en nombre de la Junta Militar, en el acto central del 24 de marzo, realizado frente a la iglesia Stella Maris, que fue televisado en colores por la cadena oficial.

La Junta también establecio en su mensaje que habría "límites para el disenso" y que a mitad de año se daría el Estatuto de los Partidos Políticos. La situación en las Georgias continuó en las tapas de los matutinos y se informó de la reunión del Comité Militar.

El jueves 25 de marzo de 1982, el comandante de la fragata misilística Hércules, una de las joyas de la flota argentina, se dirigía a las islas Georgias. Durante la navegación recibió un radiograma en el que se le ordenaba retornar a la Base Naval de Puerto Belgrano. En ese momento pensó que había algún "revuelo" entre los miembros de la Junta Militar. A las 23 horas del viernes 26 se le dijo que esa mañana la Junta Militar había decicido ocupar militarmente las islas Malvinas. "Preséntese al portaaviones 25 de Mayo para recibir órdenes, usted va a participar en la operación", fue la instrucción que recibió.

Inmediatamente, antes de ir a la reunión, llamó a su segundo comandante y le confió el secreto: "Vamos a estudiar las cartas". Con el paso de las horas se le cambió la misión que tenía, no iba a las Georgias, iría a Malvinas.

Todos los comandantes de buque tuvieron una misma duda y una única instrucción:

-Si nos torpedean el buque, ¿paramos a recoger náufragos?

-No, porque nos podrían hundir otro barco.

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