YOFRE DESPIDIÓ A DÍAZ

"Los viejos soldados nunca mueren"

No hubo peronistas en el sepelio de Alfredo Sebastián Díaz, quien fue edecán por Ejército de Juan Domingo Perón y a quien los militares golpistas de 1976 le negaron el ascenso a causa de su cercanía con el fallecido Presidente, fue enterrado en el cementerio de Chacarita.

Alfredo Sebastián Díaz, quien fue edecán por Ejército de Juan Domingo Perón y a quien los militares golpistas de 1976 le negaron el ascenso a causa de su cercanía con el fallecido Presidente, fue enterrado en el cementerio de Chacarita. Sin embargo no hubo peronistas en el adiós. Lo despidieron un coronel de Ejército; el presidente de la Promoción 80; y el escritor y periodista Juan Bautista Yofre. Aqui su mensaje:

 
Estimada Malena y familia:
 
Me han solicitado pronunciar unas palabras de despedida al coronel Alfredo Sebastián Díaz, en nombre de los que lo apreciaron en distintos momentos de su vida. Lo hago con pesar porque las despedidas son siempre dolorosas. Pero también lo hago con especial orgullo porque despido a un gran argentino, que sufrió como muchos nuestras desavenencias, aquellas que conducen muchas veces a la falta de reconocimientos personales.
 
No basta con decir que el coronel Alfredo Sebastián Díaz era un gran soldado. Era, por sobre todas las cosas, una gran persona. Sensible a los cambios de su época. Honrado, una virtud que escasea en estos tiempos. Portaba la modestia de los grandes, siendo un hombre reconocido por su capacidad intelectual y, por sobre todas las cosas, valiente. 
 
Digo que fue un hombre valiente porque nunca renegó de sus ideales, sus convicciones. Todos los que estamos aquí conocemos que, como buen oficial del Arma de Artillería del Ejército Argentino, Díaz estaba calificado para llegar al más alto grado de su profesión. Sin embargo no fue general. Y no lo fue –eso lo sabemos—porque los que calificaban lo dejaron al margen por haber sido Edecán Militar de Juan Domingo Perón. Hasta eso llegaron las pasiones desatadas en la Argentina de la década del setenta. Y, Alfredo, pagó el precio por cumplir con su misión. Lo hizo en silencio, sin reproches y sin golpear las puertas de los despachos para dar explicaciones.
 
El coronel Díaz fue un  testigo calificado de la última etapa de vida de Perón. De ese Perón que vino a unir a los argentinos. Vio de cerca la gran defraudación que sintió el líder Justicialista, por la acción de un grupo minoritario de simuladores que lo traicionó sembrando la muerte y dolor entre compatriotas. No dejo de imaginar que su cercanía al viejo Teniente General hizo que pagara un segundo precio: el de no ser valorado en estos días en que se acreditan a personajes que carecen de las virtudes necesarias. Incluso de quienes traicionaron a sus propios camaradas.
 
Tuve con el coronel Alfredo Díaz tres momentos difíciles de olvidar. El primero, un largo diálogo que mantuve con él en Washington, en 1980, donde yo vivía, cuando tome distancia de la Argentina de la época. Recuerdo sus  palabras, su dolorida visión del futuro, su mirada poco esperanzadora. No es momento de repetir lo que me dijo, pero debo decir que tenía razón.
 
La segunda ocasión fue cuando presente mi libro “El Escarmiento”, donde él figura en la tapa, junto con otros dos camaradas, escuchando a su Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, en la Quinta de Olivos en enero de 1974. En ocasión de esa presentación, tuve la alegría de brindarle un caluroso homenaje ante una numerosa audiencia, entre la que se encontraba un ex presidente justicialista de la Nación. Y, aquí estoy, estimado Alfredo, para agradecerle sus enseñanzas volcadas en ese libro.
 
El tercer momento se concreto hace justo un mes. Fue cuando pude visitarlo y sin palabras, con solo un apretón de manos, transmitirle mi afecto. Como lo hubieran hecho todos los que están aquí presentes.
 
Hasta siempre coronel Alfredo Díaz. Siempre estarás entre nosotros. Como dijo una vez un viejo general en otro país: “Los viejos soldados nunca mueren; solo se desvanecen”. 

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