ADIÓS A UNA DIVA

El Último Cuplé de la Montiel, el gran ícono español

Sara Montiel, 'Saritísima' (1928-2013), fue la estrella superlativa del 'star system' español. Actriz y cantante, la Montiel -fallecida este lunes 08/04 a los 85 años- sedujo al Hollywood dorado, mientras dejaba en el cine en España personajes memorables como 'La Violetera' Soledad Moreno o aquella diva Maria Luján que cantaba su 'último cuplé'. Nacida en 1928, Sara Montiel saltó a la fama tras protagonizar una de las películas más exitosas de la pantalla española, El Último Cuplé. Se convirtió a partir de ese momento en una de las actrices mejor paga, tras firmar un acuerdo de exclusividad.

 

CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24). María Luján (Sara Montiel), una gloria olvidada de la canción, actúa en un destartalado cabaret de Barcelona. Al reencontrarse con Juan Contreras (Armando Calvo), su descubridor, rememora su pasado y cómo llegó a convertirse en la primera figura del cuplé del país. Antes de ascender al estrellato vivía con su tía, quien desaprobaba sus amoríos con el joven relojero, Cándido (José Moreno). Éste se ve obligado a cometer un robo para sacar de un apuro a su amada y ella, en contrapartida, pide ayuda a Juan Contreras que la anima a ser cantante. Convertida en estrella, realiza giras por toda España y América y termina instalándose en París donde es cortejada por un aristócrata ruso (Alfredo Mayo). De regreso a Madrid, se enamora de un joven torero, que fallece en la plaza. Finalmente, María muere en brazos de Juan.
 
Ese es el argumento de El Último Cuplé, éxito casi irrepetible del cine español y consagración de Sara Montiel, quien hoy, lunes 08/04/2013, vivió su propio Último Cuplé.
 
La actriz española Sara Montiel ha fallecido  a los 85 años en su domicilio, después de sufrir un paro cardiorespiratorio del que no pudo recuperarse. Los médicos que han acudido de urgencia a su casa intentaron una reanimación, pero ya era demasiado tarde. 
 
Sara Montiel se encontraba en compañía de sus 2 hijos, Thais y Zeus, y ellos desplazarán el cuerpo de la artista hasta un tantatorio ya que la diva de los años 50 había pedido no ser expuesta en un velatorio público. Su deseo era ser enterrada junto a su madre en Madrid. 
 
Según cuentan fuentes del servicio de urgencias, la actriz comenzó a tener problemas respiratorios a primera hora de la mañana y entró en parada cardiorespiratoria. La UVI consiguió reanimarla, pero no pudieron hacer nada cuando sufrió una 2da. recaída. La hora de la muerte se estima sobre las 10:30 - 11:00 de la mañana madrileña.
 
 
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Todo en Sarita Montiel (el nombre con el que compartía cartel con las estrellas de Hollywood) tenía sabor a estrella: el humo de su sempiterno puro, su retahíla de amores y matrimonios, sus largas uñas, sus declaraciones... A ella, que añoraba el misterio de las antiguas celebridades, no iban a verla pisar un supermercado, avisaba. "Las estrellas se han perdido. Antes se rodeaban de misterio y no estaban tan expuestas como hoy. Después de 50 años, yo sigo esperando que salga alguien como yo", declaró en una entrevista publicada en el Magazine de El Mundo en 2009.
 
La longeva artista trabajó en medio centenar de películas y grabó casi una treintena de discos y, como buena diva, dio que hablar hasta sus últimos días, ya fuese por sus accidentes caseros, supuestos problemas económicos o maridos caraduras. Se habló del ocaso de una estrella. "Yo ya me encuentro en mi decadencia. Naces y mueres, ésa es la realidad. Si tienes la suerte de cumplir muchos años, pues mejor", decía Montiel en aquella entrevista.
 
Mito erótico, diva gay
 
Pero antes, Saritísima -aunque ella prefería "ni Sarita, ni Saritísima, simplemente Sara"- fue la más bella e internacional de las actrices españolas. Ella se sabía hermosa, como decía en sus memorias: "Yo era preciosa". Fue todo un mito erótico y, años después, diva de travestis y homosexuales. Nunca una canción y un cigarro fueron tan sexuales como cuando la cantante entonaba 'Fumando espero', 'Bésame mucho' o 'Amado mío'.
 
Como aquellos personajes que la convirtieron en un mito -la humilde violetera o la criada de una diva reconvertidas en celebridades en 'La violetera' o 'El último tango'-, Sarita procedía de una familia "pobre, pobrísima". Había nacido como María Antonia Abad Fernández en Campo de Criptana (Ciudad Real) y ya desde sus años en un internado de monjas deseaba cantar y ser actriz.
 
Fue durante una procesión de Semana Santa en Orihuela cuando la escucharon cantar unos directivos de la productora Cifesa. Ofrecieron a Sarita 500 pesetas mensuales para contribuir a su preparación artística. La joven promesa -huérfana de padre- se trasladó con su madre a Madrid y recibió clases de dicción y canto.
 
En 1944 debutó en el cine -con el sobrenombre de María Alejandra- con 'Te quiero para mí'. Como en el cine patrio sólo le ofrecían papeles pequeños ('Don Quijote de La Mancha', 'Locura de amor'...), en 1950 se marchó a México, donde participó en 13 películas ('Cárcel de mujeres', 'Reportaje', 'Piel canela'...) antes de dar el gran salto: el Hollywood dorado de los grandes estudios.
 
En la meca del cine americano firmó contratos para Warner Bross y United Artits, trabajó con directores como Anthony Mann -su primer marido- y enamoró en la pantalla a galanes como Gary Cooper, Burt Lancaster (con quienes compartió estrellato en 'Veracruz', a las órdenes de Robert Aldrich) y Charles Bronson ('Yuma', de Samuel Fuller). "Viví una gran época", diría sobre su etapa Hollywoodiense.
 
Además de Anthony Mann -con quien trabajó en 'Serenade/Dos pasiones y un amor'-, se casó otras tres veces. Tras cuatro años de matrimonio con director estadounidense (rompieron en 1961 y obtuvo la nulidad en 1963), en 1964 se casó con el productor José Vicente Ramírez Olalla, del que tardaría 14 años en conseguir el divorcio. En 1979, tras nueve años de convivencia, contrajo matrimonio con el industrial mallorquín Pepe Tous, fallecido en 1992 y con el que adoptó dos hijos: Thais y Zeus.
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En 2003, se casó por cuarta vez con Tony Hernández, un cubano de entonces 39 años, declarado admirador de la artista y de dudosa reputación. Aquel matrimonio fugaz y con aires de vodevil agrietó la relación con sus hijos, después reparada. Además, entre sus amores figuraban grandes figuras como el premio Nobel de Medicina Severo Ochoa, el poeta León Felipe, el dramaturgo Miguel Mihura o, incluso, Ernest Hemingway.
 
El último cuplé
 
Tras su paso por Hollywood, en 1957 volvió a España para protagonizar 'El último cuplé', la historia sobre el ascenso y caída de una gran diva como ella, de nombre Maria Luján. "Hice esta película con mucho cariño. Y, encima, casi nadie creía en aquel proyecto. Nadie confiaba en que fuese a triunfar de la manera que lo hizo", recordaba la actriz con motivo del 50 aniversario del filme.
 
La película fue un gran éxito, tanto en España como en otros países, y descubrió la faceta de cantante de la actriz. A diferencia de otras grandes estrellas, Sarita no sólo interpretaba, sino que tenía una gran (y sensual) voz, así que la fórmula se repitió en sus sucesivas películas. Tras 'El último cuplé', llegarían 'La violetera', 'Mi último tango', 'Pecado de amor', 'Carmen la de Ronda', 'La dama de Beirut', 'Esa mujer' (a las órdenes de Mario Camus, otro de sus amantes) o 'Varietés'. Esta última -dirigida por Juan Antonio Bardem -, junto a 'El último cuplé' y 'La violetera' eran a su juicio sus mejores películas.
 
A partir de la década de los 70, se centró en la música. Grabó discos, ofreció actuaciones en directo ('Bésame mucho', 'Sara y... punto', 'Saritísima', 'Saritízate', 'Sara de La Mancha' o 'Ven al Paralelo'), aplaudidos espectáculos con los que recorrió España y América. En 2000 presentó su biografía 'Toda una vida' y, dos años más tarde, 'Vivir es un placer', ambos escritos por Pedro Manuel Villora. La última vez que apareció en la gran pantalla fue hace dos años, en 'Abrázame'. No interpretaba a ningún personaje, simplemente era Sara Montiel.
 
Pese a ser una de las más longevas estrellas del cine español, Montiel se mantuvo muy activa hasta sus últimos meses, sin faltar a fiestas y homenajes. El año pasado, protagonizó en Nueva York un homenaje en el Cervantes por los 55 años de 'El último cuplé'. El mes pasado, la gran diva del cine español había cumplido 85 años.
 
 
En su casa era Antonia, pero en cuanto cruzaba el umbral del portal de su domicilio de Núñez de Balboa era Sara Montiel, la diva. Dejaba de ser la venerable anciana octogenaria que se quejaba de su artritis y de que ciertos amigos ya no la visitaban, y se convertía de nuevo en la dama alegre encantada de recibir los piropos del sector masculino de su barrio. No era para menos. La actriz Sara Montiel dio al cine en blanco y negro una pátina de color con su irrupción como figura extraordinaria en Hollywood, donde nunca apareció sin dibujarse los rabos de los ojos con lápiz de khol y los labios con el rouge de Dior, su preferido.
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Nunca preguntaba por los caballeros andantes con los que compartía charla ocasional en las cafeterías de la calle Goya y que de la noche a la mañana desaparecían de su vida. “Seguro que ya están en una residencia recibiendo el amor de su familia una vez al mes, mientras sus hijos se quedan con sus pisos”, decía haciendo uso del humor negro que le caracterizaba.  
 
Ella lo tenía muy claro: “Yo me moriré en mi casa. No sé si sola o acompañada, pero en mi casa”, contaba en una de sus últimas apariciones públicas tras la muerte de María Asquerino, con la que compartió profesión y amantes. Las dos fueron devora-hombres, aunque en el caso de Sara más como leyenda que como realidad. En su periplo norteamericano arrasó, pero como ella decía con cierta sorna, “sin perder mi virginidad, porque a mi uno de los que me gustaba de verdad era Rock Hudson [que luego resultó ser gay]. Menuda vista he tenido siempre con ciertos hombres”, comentaba cuando su historia con el cubano Tony Hernández acabó como el rosario de la aurora.
 
Sara era divertida, ingeniosa, exagerada y muy novelera. Escucharla contar cómo se evaporó el millón de dólares que cobró por uno de sus contratos con Warner Bross o con United Artists era memorable. No recordaba con cuál, pero sí contaba con pelos y señales la situación. “Yo iba en primera clase, sentada en mi asiento, que era como un sillón que yo tenía en mi casa, y con el bolso sobre mis piernas. Dentro, el millón de dólares, que empecé a separar en montoncitos sobre la bandeja. Cada uno para una cosa”. Parsimoniosa escenificaba la historia como si fuera el guión de una película. “Y en esto que se abre la ventanilla de mi lado y voló el dinero. Solo pude quedarme con unos pocos billetes”. Lo narraba con tanta seguridad, que en un primer momento los destinatarios de su cuento llegaban a creérselo.
 
Me han robado el babero
 
Sus viajes en avión siempre eran motivo de anécdota. En una ocasión viajaba a Nueva York con un grupo de periodistas. Iba a recibir un premio a su trayectoria por parte de los críticos de cine norteamericanos. Su marido Pepe Tous la acompañaba y, en un momento dado, saltaron las alarmas. Decía que había extraviado su collar de esmeraldas y brillantes, al que ella llamaba “el babero”, porque su diseño cubría toda su pechera. “¡Me lo han robado, lo había guardado en el bolso y no está!”. Su marido la tuvo que recordar que lo llevaba puesto, que era la manera habitual que utilizaba para trasladar las joyas cuando viajaba. El disgusto duró el rato que tardó en palparse el escote. Bajo un jersey de cuello alto estaba su “babero”.
 
Más tarde, en el acto de entrega del premio, apareció reluciente con su collar, sus “faros”, que no era otra cosa que una sortija con brillantes del tamaño de una nuez, y “toda la cacharrería encima, porque a éstos [refiriéndose a los neoyorkinos] les vuelven locos los brillos”. Al llegar, se acercó a la mesa de los periodistas españoles y les dijo: “Comed los panchitos y las almendras que hay en las mesas, porque no hay cena y esto terminará a las tantas”.
 
Efectivamente, el acto acabó a una hora impensable para cenar en un restaurante medianamente bueno en Nueva York. Sara llamó a su amigo ‘El Puma’, que se presentó con su limusina y llevó a todos a un restaurante italiano que acababa de cerrar. Y lo mejor de todo fue que el cantante pagó la cena, consumiciones y traslado. “Y Pepe encantado. Ya sabéis que es muy bueno, pero muy tacaño”, explicaba Sara para que los presentes no creyeran que era una deferencia de su marido. 

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