A PROPÓSITO DEL CAOS

Temeroso antecedente cordobés: El 'Navarrazo' de Perón en el 74

Como dijo Rosendo Fraga sobre el libro de Ceferino Reato "¡Viva la Sangre!", históricamente la provincia de Córdoba "ha sido el polo opositor a Buenos Aires -como sucedió en la Revolución de Mayo-; otras veces fue anticipo de lo que después sucedería en el ámbito nacional -tal fue el caso del “Cordobazo” como anticipo o inicio de la década más violenta de la Argentina del siglo XX-; a veces tuvo una postura ideológicamente conservadora, como en la reacción contra el liberalismo laicista en el siglo XIX, y otras veces fue progresista, como el caso de la Reforma Universitaria, de la cual fue cuna; y también fue epicentro o inicio de grandes cambios políticos, como sucedió con la Revolución que derrocó a Perón en 1955". Partiendo de ese punto, y a propósito del conflicto actual en la provincia, los relatos del "Navarrazo", impulsado por Perón, en el año 1974, para derribar al gobernador de Córdoba, Obregón Cano.

CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24) A propósito de los hechos acontecidos en la provincia de Córdoba, donde el gobernador José Manuel de la Sota se cobra una especie de complot en su contra, algunos párrafos sobre el "Navarrazo", un serio antecedente cordobés sobre el golpe al Gobernador Obregón Cano, orquestado por el propio Perón en el año 1974. Algunos lo consideran el origen de la tragedia que vendría después:
 
 
"(...)  El 28 de febrero de 1974, el jefe de policía de la provincia de Córdoba, Antonio Navarro, depone al gobernador Obregón Cano y al vicegobernador Atilio López. Se impone, de hecho, un estado de sitio garantizado por la policía con el auxilio de grupos armados civiles, comandados por la Juventud Sindical Peronista. El “Navarrazo”, fue impulsado abiertamente por Perón con el aval de la patronal y la burocracia sindical. Este golpe justificado bajo la llamada “depuración ideológica” del peronismo, buscaba liquidar a la vanguardia obrera, estudiantil y popular que se venía desarrollando desde el Cordobazo2. 
 
Perón en el poder 
Con la vuelta de Perón al país se inicia una ofensiva abierta de la derecha peronista contra los sectores ligados a la Tendencia Revolucionaria. El 1º de Febrero del ’74, la CGT de Santa Cruz denuncia “infiltraciones marxistas en el gobierno provincial”. Pocos días después las 62 organizaciones en Salta resuelven “declarar personas no gratas al gobernador de la provincia (…) por ‘ser cabezas visibles del aparato mentado por el marxismo’”. Esta ofensiva se repite en San Luis y Mendoza. 
 
En Córdoba, los diarios hablan constantemente de la posibilidad de una intervención federal. “Córdoba es un foco de infección” había dicho Perón. 
 
A fines del ‘73 los trabajadores del transporte obligan al gobierno a otorgar un aumento salarial. Al mismo tiempo los empleados públicos imponen a la Legislatura la aprobación del Estatuto del empleado público. El gobierno nacional acusa entonces a Córdoba de “romper el Pacto Social” y señala que éste “no puede tener eslabones débiles”.
 
La provocación patronal correrá a cargo de la FETAP (empresarios del transporte) que, negándose a aceptar el aumento salarial acordado, a partir del 19 de febrero inicia un lock-out patronal abierto: “de los aproximadamente 900 ómnibus que cubren sus recorridos habitualmente unos 350 habían cesado de andar”.
 
En un clima completamente enrarecido el jefe de policía Navarro es acusado públicamente de mantener “reuniones clandestinas para conspirar contra la continuidad institucional de la provincia”. En estas reuniones con la derecha peronista y las 62 organizaciones se preparó el golpe del día 28. 
 
El levantamiento 
El día 27/02 el Gobierno comunica a Navarro su separación de la conducción de la Policía. Pocas horas después las fuerzas policiales se amotinan en el Cabildo. Señala 'La Voz' “la gente no podía pasar hacia la Plaza San Martín. Todas las vías estaban cortadas. Policías con ropa de fajina y cascos de acero, lucían armas largas impidiendo la circulación de peatones”.
 
Por la noche se toma la Casa de Gobierno, deteniendo a Obregón Cano, López y varios funcionarios más. Esa madrugada se llevarán a cabo ataques con bombas contra 'La Voz del Interior', la casa del gobernador y su ministro de gobierno, entre otros. Grupos parapoliciales coparán las principales radios de la ciudad para transmitir en apoyo a Navarro. En los dos días siguientes serán detenidos más de 80 personas y se producirán decenas de allanamientos ilegales. El rol golpista de la FETAP será evidente: los colectivos, ausentes durante días en las calles, serán parte de las barricadas montadas por los grupos parapoliciales. 
 
Se combinarán tres elementos para consolidar el golpe: en primer lugar, el accionar de las bandas paramilitares y la policía; en segundo lugar, la actuación del gobierno nacional, impulsando abiertamente un proyecto de intervención de la provincia (de esta forma Perón legalizaba el golpe de Navarro). Finalmente los empresarios y la burocracia de las 62 organizaciones actuarán en común para impedir una respuesta del movimiento obrero. El lock-out patronal se generaliza y las 62 organizaciones convocan a un paro por tiempo indeterminado en “adhesión a la valiente y patriótica actitud tomada por el peronismo de Córdoba en apoyo a su Policía”. De esta forma, hasta el 5 de marzo, la ciudad se halló virtualmente paralizada. Esto debilitó fuertemente a la clase obrera, al impedirle concentrarse en sus lugares de trabajo para dar una respuesta contundente al levantamiento policial. 
 
(...)
 
Algunas conclusiones y un debate 
 
El golpe fue abiertamente impulsado por Perón y el gobierno nacional. Tal es así que el mismo día se realizaba en Alta Gracia el Congreso “Normalizador” de la CGT, con la presencia de Otero, Ministro de Trabajo de la Nación. 
 
¿Qué se proponía este golpe? En primer lugar, establecer un mayor control sobre el conjunto del movimiento obrero y en particular derrotar a sus sectores de vanguardia. El movimiento obrero se hallaba escindido en Córdoba entre ortodoxos, legalistas, independientes y clasistas. Los tres últimos sectores, opositores al Pacto Social, controlaban gremios de peso estratégico: la UTA, Luz y Fuerza y SMATA, entre otros. En el resto del país los gremios más poderosos se hallaban en manos de la rama ortodoxa. 
 
En segundo lugar, se trataba de apropiarse del aparato del Estado para utilizarlo abiertamente contra la clase obrera y los sectores populares que enfrentaban crecientemente el Pacto Social y el conjunto de la política del gobierno de Perón. No era sólo una disputa de poder en el seno del peronismo, como lo presentó en ese momento la UCR o como lo señalan hoy algunos intelectuales, sino que se buscaba controlar el Estado para desatar una persecución abierta contra la clase obrera. Esto se continuaría y acentuaría luego bajo las intervenciones federales, en particular la de Lacabanne. 
 
En tercer lugar, Córdoba tenía un enorme peso dentro de la política nacional, no sólo por su tradición de lucha reciente, sino por albergar a algunos de los dirigentes más importantes del movimiento obrero, como Tosco o Salamanca. “Imponer orden” en Córdoba, tenía entonces una enorme repercusión nacional.
 
Ante esta ofensiva, la respuesta del movimiento obrero combativo aparece completamente impotente. En una entrevista realizada a Tosco, dirigente de Luz y Fuerza, se podía leer lo siguiente: 
 
“Pregunta: -¿Y cómo es que no se ha producido ninguna reacción de tipo masivo? 
 
Tosco: - Se están haciendo actos relámpagos, algunas asambleas de fábrica, etc. (…), pero hay una relación de fuerzas básica que está dada por el teniente coronel Navarro y su policía con las armas en la mano. Centenares de fascistas armados y entrenados bajo la conducción de organismos policiales y parapoliciales”.
 
¿Como podía ocurrir esto en la ciudad del Cordobazo y el Viborazo, donde la clase obrera junto al movimiento estudiantil y el pueblo había logrado derrotar a las fuerzas policiales? 
 
La falta de una respuesta masiva se explica, en primer lugar, por la confianza que suscitaba Perón todavía en las grandes masas. Fue por ello que los golpistas enarbolaron la bandera del “auténtico peronismo”. Esto les garantizaba, sino el apoyo, por lo menos la pasividad de sectores amplios del movimiento obrero frente al golpe. 
 
La experiencia de sectores más amplios de las masas con el peronismo en el poder era frenada a cada paso por Montoneros y la JTP, que se negaban a enfrentar el Pacto Social y a denunciar abiertamente a Perón. Por el contrario mantenían una política de presión sobre el viejo caudillo. Fue por eso que no impulsaron ninguna respuesta a un golpe claramente orquestado por el mismo Perón. 
 
A esta política se adaptaron los dirigentes del sector combativo del movimiento obrero. Tal es así que el 5 de Febrero el MSC criticaba las modificaciones de la Ley de Asociaciones Profesionales y la reforma al Código penal, pero “no se colocaba en una línea de oposición total al presidente Perón, sino a sus sectores burocráticos y de derecha”. 
 
Esta política debilitó a la vanguardia, que se encontró impotente para movilizar a las masas frente al golpe. Las organizaciones obreras se limitaron a declaraciones de repudio y a un paro de 24 horas que no tuvo ninguna incidencia en la situación, al mismo tiempo que se preparaba “un paro provincial con fecha a determinar” que nunca se realizó. Junto a esto ninguna de estas organizaciones llamó al conjunto de la vanguardia nacional a movilizarse para enfrentar este golpe. 
 
Para quienes hoy quieren eximir de culpa a Perón por los asesinatos de la Triple A, las enseñanzas del Navarrazo muestran qué rol cumplió  (...)."
 
 
"¡Viva la sangre! Córdoba antes del golpe", de Ceferino Reato, es el libro que r eseña Rosendo Fraga. Entre otras líneas, publica lo siguiente:
 
"(...)  es el caso del Teniente Coronel Antonio Navarro, que llega en 1973 a la Jefatura de la Policía provincial con el apoyo de Montoneros y al año siguiente encabeza el golpe de estado provincial en contra del gobernador que lo había designado y que contaba con el apoyo de Montoneros.
 
Reato revela las claves de este giro: Navarro había sido colaborador del General Jorge Raúl Carcagno como Comandante de la Brigada de Infantería Aerotransportada IV, pero cuatro años después es el Comandante General del Ejército designado por Cámpora, desplegando una alianza política entre su fuerza y la Juventud Peronista.
 
Desde una perspectiva diferente, el abogado cordobés Lucio Garzón Maceda, abogado de los sindicatos combativos cordobeses cuyo socio Gustavo Roca lo era de las organizaciones guerrilleras propiamente dichas, aporta un testimonio interesante con múltiples anécdotas, como el fracasado intento de tregua entre el gobierno y Montoneros (o por lo menos un sector de esta organización) durante la prisión en Córdoba del líder guerrillero Mario Osatinsky.
 
Todavía a comienzos de 1974, ni Navarro había asumido las posiciones tan radicalizadas que termina asumiendo en el “Navarrazo”, ni Obregón Cano había asumido el rol que en el exilio tendrá encabezado el Partido Montonero, brazo político de la organización guerrillera del mismo nombre.
 
Uno de los pasajes del libro que ha despertado mayor polémica se encuentra en el prólogo del autor, en el cual señala la cantidad de desaparecidos como ejemplo de las distorsiones de la historia que provoca la polémica sobre los años setenta. Destaca cómo las Organizaciones de Derechos Humanos y el relato asumido por el gobierno nacional siguen hablando acerca de 30.000 desaparecidos, cuando la simple lectura de la lista de los muertos por la represión en el Nunca Más y sus sucesivas reediciones muestra que los desaparecidos sólo fueron algo más de 6.000, descontados los muertos en las acciones con las fuerzas militares y de seguridad.
 
Reato hace historia. En cambio, quienes lo critican ven el pasado como instrumento de la lucha política del presente y asumen la idea de que “quien impone su interpretación de la historia domina el futuro”.
 
En conclusión, Reato ha realizado un nuevo y valioso aporte para la comprensión y conocimiento de la que ha sido la década más violenta de la historia argentina, con un relato ameno y a veces vertiginoso, donde las voces de los protagonistas aportan el presente de la crónica periodística."
 
# El propio Ceferino Reato lo cuenta así:
 
"La trama de ¡Viva la sangre! transcurre entre agosto y octubre de 1975. En aquel momento, Córdoba era un infierno de violencia. El artista plástico Antonio Seguí había viajado desde París, donde vive desde hace años, para acompañar a su mamá, que se había quedado viuda: “Recuerdo que un día a mi madre, mientras paseaba con uno de mis hijos por el jardín, le picó una víbora y tuve que salir corriendo a buscar suero antiofídico. Para eso, tuve que atravesar toda la ciudad. ¡Fue un delirio total! Me pararon no sé cuántas veces; dos de ellas, me hicieron tirar al suelo durante quince minutos; todos estaban armados hasta los dientes. Y el último trayecto hasta el hospital lo hice prácticamente bajo una balacera”.
 
 
Una de mis hipótesis es que, luego del retorno del peronismo al gobierno, en 1973, Córdoba se convirtió en el centro del tablero político nacional; en el lugar donde, por ejemplo, se definió la crucial disputa entre el general Perón y los Montoneros por la conducción del peronismo, del gobierno y del país.
 
Perón juró como presidente por tercera vez el 12 de octubre de 1973; cinco días después, Mario Firmenich y Roberto Quieto encabezaron un masivo acto en el centro de Córdoba para presentar en público la fusión entre Montoneros y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que había sido sellada tiempo atrás; el gobernador, Ricardo Obregón Cano, no fue pero envió su adhesión. Al poco tiempo, los colectiveros, que respondían al vicegobernador, Atilio López, impugnaron el congelamiento salarial dispuesto por el pacto social y económico entre el Estado, los sindicatos y los empresarios, que era la pieza central del plan de gobierno de Perón y de la llamada “Patria Peronista”.
 
Es que Obregón Cano y Atilio López aparecían como aliados de Montoneros y el gobernador, además, emergía como un sólido candidato presidencial ante la eventual muerte de Perón, con la que especulaban todos, dentro y fuera del peronismo.
 
Montoneros ya no era la “juventud maravillosa” de Perón, que seguía siendo, básicamente, un hombre de orden, convencido de la necesidad de garantizar por cualquier medio la continuidad del Estado, uno de cuyos atributos es el monopolio de la violencia física legítima; desde ese punto de vista, no podía tolerar el desafío armado de la guerrilla ni a sus aliados, reales o presuntos. Y reaccionó con una maniobra que sigue turbando a muchos peronistas cordobeses: por lo menos, alentó la rebelión del jefe de Policía, el teniente coronel retirado Antonio Navarro, contra Obregón Cano y López, que habían sido elegidos hacía menos de once meses.
 
El “Navarrazo” consistió en la detención del gobernador y el vice por parte del jefe de Policía; Perón aprovechó el vacío creado y derivó al Congreso un proyecto de ley para intervenir el Poder Ejecutivo provincial, que fue aprobado en una semana.
 
El General envío un interventor moderado, el catamarqueño Duilio Brunello; pero, luego de su muerte, el 1° de julio de 1974, cuando el poder político pasó a su esposa, Isabel Perón, y al hombre fuerte del nuevo gobierno, José López Rega, las cosas cambiaron: Brunello fue reemplazado por el brigadier mayor retirado Raúl Lacabanne, una expresión nítida, paradigmática, de la ultraderecha peronista, casi en el borde del heterogéneo Movimiento creado por Perón. Al final, también él fue desplazado, el 19 de septiembre de 1975, luego de la caída de López Rega. El general Luciano Benjamín Menéndez, que ya se perfilaba como el nuevo hombre fuerte de la provincia, fue designado como interventor interino por el gobierno peronista para evitar otro Cordobazo, hasta que asumió el último delegado federal antes del golpe, Raúl Bercovich Rodríguez.
 
La pelea dentro del peronismo terminó favoreciendo a Menéndez y a las fuerzas que lo iban construyendo como alternativa de poder, y allanó el camino para el golpe de Estado.
También en esto Córdoba fue un reflejo anticipado del país."
 

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