CAMBIANDO EL ENFOQUE

Mahoma, Jesús y la Pascua cristiana

Una afirmación en un blog musulmán obliga a revisar la verdadera historia de la Pascua que celebran los cristianos.

No es cierto lo que afirman algunos teóricos islámicos tales como el Dr. E. Ahmed Tori, que la Pascua cristiana es una adaptación de Austre, el nombre de la antigua diosa pagana escandinava de la vida y la fertilidad: "(...) De hecho, las celebraciones de Semana Santa eran tan similares a las anteriores celebraciones -en particular los que se reconoce la resurrección de Adonis el babilónico, el griego Apolo, y el Attis romano- que una agria polémica surgió con los paganos alegando que la celebración cristiana de Pascua era una imitación espuria de las tradiciones antiguas. (...)".

Dios hecho hombre, su ministerio, sacrificio, muerte y resurrección es el meollo de la teología cristiana, el cumplimiento de profecías que cubren todo el Antiguo Testamento y que comienzan en Abraham, su hijo Isaac -no Ismael, padre de los islámicos-, y sus descendientes. Es más: el casi sacrificio de Isaac a manos de Abraham es considerado por los cristianos una demostración que hace Dios Padre a su amigo caldeo padre de los judíos, acerca del dolor de tener que entregar a su único hijo.

En cambio sí es herencia pagana las formas de una celebración gastronómica con huevos decorados, tal como también son herencias paganas tanto la adoración los domingos como el culto a las imágenes. Pero estas cuestiones se refieren a formas y no al fondo.

Es cierto que el Cristianismo ha menudo pierde de vista el fondo, y por eso se encuentra hoy día aparentemente con menor energía que el Islam. Es probable que el Cristianismo se encuentre contemplando más a un Cristo crucificado (un Dios muerto) que a uno resucitado y que prometió regresar (un Dios vivo), y sin duda es una diferencia extraordinaria.

Esta cuestión aparece en el relato de uno de los hombres más potentes del Cristianismo, Paulo (ex Saulo de Tarso), quien en 1ra. Epístola a los Tesalonicenses 1:8 al 10, escribió: "(...) Partiendo de ustedes, el mensaje del Señor se ha extendido, no sólo por Macedonia (N. de la R.: norte de Grecia) y Acaya (N. de la R.: península del Peloponesa, junto al golfo de Corinto), sino por todas partes, y se sabe de la fe que ustedes tienen en Dios, de manera que ya no es necesario que nosotros digamos nada. Al contrario, ellos mismos hablan de nuestra llegada a ustedes y de cómo ustedes abandonaron los ídolos y se volvieron al Dios vivo y verdadero para servirle y esperar que vuelva del cielo Jesús, el Hijo de Dios, al cual Dios resucitó. (...)".

Por cierto que sorprende Ahmed Tori cuando plantea la Pascua como una tradición pagana cuando en el inicio de su ministerio, Jesús de Nazareth fue visitado por Nicodemo, un judío prestigioso, integrante del Sanedrín (mezcla de Poder Legislativo y Judicial, institución judía que toleraban los romanos que dominaban Palestina), quien pidió verlo de noche (era humillante para él declararse simpatizante de un maestro tan poco conocido por entonces), y pactaron un encuentro en el Monte de los Olivos, en el valle de Kidrón, al este de Jerusalén. 

Y Jesús le dijo a Nicodemo, en una clara comprensión de su futura crucifixión y su significado: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que en él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna.”

De eso trata la fiesta central del cristianismo, una conmemoración que no tienen los islámicos. Jesús se refería a una historia que Nicodemo, en su rol de doctor de la Ley, conocía: en el Libro de Números capítulo 21 se relata, durante el Éxodo de Egipto a Canaán, una epidemia de serpientes venenosas que Dios tolera que provoquen una gran mortandad en el campamento de Israel, como castigo a uno de sus episodios de falta de fe. Cuando el pueblo desespera, Dios le ordena a Moisés que haga una serpiente de bronce y la ponga sobre un asta. Si una serpiente mordía a alguno pero éste miraba a la serpiente de bronce, vivía.

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Nicodemo se encuentra con Jesús

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Nicodemo vuelve a escena con Jesús ya crucificado. La escritora cristiana Elena de White relata así toda la escena en su El Deseado de Todas las Gentes:

"(...) Al acercarse la noche, una quietud sorprendente se asentó sobre el Calvario. La muchedumbre se dispersó, y muchos volvieron a Jerusalén muy cambiados en espíritu de lo que habían sido por la mañana. Muchos habían acudido a la crucifixión por curiosidad y no por odio hacia Cristo. Sin embargo, creían las acusaciones de los sacerdotes y consideraban a Jesús como malhechor. Bajo una excitación sobrenatural se habían unido con la muchedumbre en sus burlas contra él. Pero cuando la tierra fué envuelta en negrura y se sintieron acusados por su propia conciencia, se vieron culpables de un gran mal. Ninguna broma ni risa burlona se oyó en medio de aquella temible lobreguez; cuando se alzó, regresaron a sus casas en solemne silencio. Estaban convencidos de que las acusaciones de los sacerdotes eran falsas, que Jesús no era un impostor; y algunas semanas más tarde, cuando Pedro predicó en el día de Pentecostés, se encontraban entre los miles que se convirtieron a Cristo.

Pero los dirigentes judíos no fueron cambiados por los acontecimientos que habían presenciado. Su odio hacia Jesús no disminuyó. Las tinieblas que habían descendido sobre la tierra en ocasión de la crucifixión no eran más densas que las que rodeaban todavía el espíritu de los sacerdotes y príncipes. (...) Habían llevado a cabo su propósito de dar muerte a Cristo; pero no tenían el sentimiento de victoria que habían esperado. Aun en la hora de su triunfo aparente, estaban acosados por dudas en cuanto a lo que iba a suceder luego. Habían oído el clamor: “Consumado es.” “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” Habían visto partirse las rocas, habían sentido el poderoso terremoto, y estaban agitados e intranquilos.

(...) Temían que la atención del pueblo fuese dirigida aun más a los acontecimientos que acompañaron su crucifixión. Temían los resultados de la obra de ese día. Por ningún pretexto querían que su cuerpo permaneciese en la cruz durante el sábado. El sábado  se estaba acercando y su santidad quedaría violada si los cuerpos permanecían en la cruz. Así que, usando esto como pretexto, los dirigentes judíos pidieron a Pilato que hiciese apresurar la muerte de las víctimas y quitar sus cuerpos antes de la puesta del sol.
Pilato tenía tan poco deseo como ellos de que el cuerpo de Jesús permaneciese en la cruz. Habiendo obtenido su consentimiento, hicieron romper las piernas de los dos ladrones para apresurar su muerte; pero se descubrió que Jesús ya había muerto. (...) Así en la ofrenda del Cordero de Dios se cumplió la ley de la Pascua: “No dejarán de él para la mañana, ni quebrarán hueso en él: conforme a todos los ritos de la pascua la harán.”

Los sacerdotes y príncipes se asombraron al hallar que Cristo había muerto. La muerte de cruz era un proceso lento; era difícil determinar cuándo cesaba la vida. Era algo inaudito que un hombre muriese seis horas después de la crucifixión. Los sacerdotes querían estar seguros de la muerte de Jesús, y a sugestión suya un soldado dió un lanzazo al costado del Salvador. (...)

Aun en la muerte, el cuerpo de Cristo era precioso para sus discípulos. Anhelaban darle una sepultura honrosa, pero no sabían cómo lograrlo. La traición contra el gobierno romano era el crimen por el cual Jesús había sido condenado, y las personas ajusticiadas por esta ofensa eran remitidas a un lugar de sepultura especialmente provisto para tales criminales. (...)

En esta emergencia, José de Arimatea y Nicodemo vinieron en auxilio de los discípulos. Ambos hombres eran miembros del Sanedrín y conocían a Pilato. Ambos eran hombres de recursos e influencia. Estaban resueltos a que el cuerpo de Jesús recibiese
sepultura honrosa.

José fué osadamente a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Por primera vez, supo Pilato que Jesús estaba realmente muerto. Informes contradictorios le habían llegado acerca de los acontecimientos que habían acompañado la crucifixión, pero el conocimiento de la muerte de Cristo le había sido ocultado a propósito. Pilato había sido advertido por los sacerdotes y príncipes contra el engaño de los discípulos de Cristo respecto de su cuerpo. Al oír la petición de José, mandó llamar al centurión que había estado encargado de la cruz, y supo con certeza la muerte de Jesús. También oyó de él un relato de las escenas del Calvario que confirmaba el testimonio de José.

Fué concedido a José lo que pedía. (...) José volvió con la orden de Pilato de que le entregasen el cuerpo de Cristo; y Nicodemo vino trayendo una costosa mezcla de mirra y áloes, que pesaría alrededor de unos cuarenta kilos, para embalsamarle. Imposible habría sido tributar mayor respeto en la muerte a los hombres más honrados de toda Jerusalén. Los discípulos se quedaron asombrados al ver a estos ricos príncipes tan interesados como ellos en la sepultura de su Señor.

Ni José ni Nicodemo habían aceptado abiertamente al Salvador mientras vivía. Sabían que un paso tal los habría excluído del Sanedrín, y esperaban protegerle por su influencia en los concilios. Durante un tiempo, pareció que tenían éxito; pero los astutos sacerdotes, viendo cómo favorecían a Cristo, habían estorbado sus planes.

En su ausencia, Jesús había sido condenado y entregado para ser crucificado. Ahora que había muerto, ya no ocultaron su adhesión a él. Mientras los discípulos temían manifestarse abiertamente como adeptos suyos, José y Nicodemo acudieron osadamente en su auxilio.

(...) José poseía una tumba nueva, tallada en una roca. Se la estaba reservando para sí mismo, pero estaba cerca del Calvario, y ahora la preparó para Jesús.

El cuerpo, juntamente con las especias traídas por Nicodemo, fué envuelto cuidadosamente en un sudario, y el Redentor fué llevado a la tumba. Allí, los tres discípulos enderezaron los miembros heridos y cruzaron las manos magulladas sobre el pecho sin vida. Las mujeres galileas vinieron para ver si se había hecho todo lo que podía hacerse por el cuerpo muerto de su amado Maestro. Luego vieron cómo se hacía rodar la pesada piedra contra la entrada de la tumba (...).

Para los entristecidos discípulos ése fué un sábado que nunca olvidarían, y también lo fué para los sacerdotes, los príncipes, los escribas y el pueblo. A la puesta del sol, en la tarde del día de preparación, sonaban las trompetas para indicar que el sábado había empezado. La Pascua fué observada como lo había sido durante siglos, mientras que Aquel a quien señalaba, ultimado por manos perversas, yacía en la tumba de José. El sábado, los atrios del templo estuvieron llenos de adoradores. El sumo sacerdote que había estado en el Gólgota estaba allí, magníficamente ataviado en sus vestiduras sacerdotales. Sacerdotes de turbante blanco, llenos de actividad, cumplían sus deberes. Pero algunos de los presentes no estaban tranquilos mientras se ofrecía por el pecado la sangre de becerros y machos cabríos. (...) Las trompetas y los instrumentos de música y las voces de los cantores resonaban tan fuerte y claramente como de costumbre. Pero un sentimiento de extrañeza lo compenetraba todo.

Uno tras otro preguntaba acerca del extraño suceso que había acontecido. (...) Muchos de los que en esa ocasión participaron del ceremonial no volvieron nunca a tomar parte en los ritos pascuales. Muchos, aun entre los sacerdotes, se convencieron del verdadero carácter de Jesús.

Su escrutinio de las profecías no había sido inútil, y después de su resurrección le reconocieron como el Hijo de Dios.

Cuando Nicodemo vió a Jesús alzado en la cruz, recordó las palabras que le dijera de noche en el monte de las Olivas: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que en él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna.” En aquel sábado, mientras Cristo yacía en la tumba, Nicodemo tuvo oportunidad de reflexionar.

Una luz más clara iluminaba ahora su mente, y las palabras que Jesús le había dicho no eran ya misteriosas. Comprendía que había perdido mucho por no relacionarse con el Salvador durante su vida.

(...) Según su costumbre, la gente traía sus enfermos y dolientes a los atrios del templo preguntando: ¿Quién nos puede decir dónde está Jesús de Nazaret? Muchos habían venido de lejos para hallar a Aquel que había sanado a los enfermos y resucitado a los muertos. Por todos lados, se oía el clamor: Queremos a Cristo el Sanador. (...)

Cuando la gente supo que Jesús había sido ejecutado por los sacerdotes, empezó a preguntar acerca de su muerte. Los detalles de su juicio fueron mantenidos tan en secreto como fué posible; pero durante el tiempo que estuvo en la tumba, su nombre estuvo en millares de labios; y los informes referentes al simulacro de juicio a que había sido sometido y a la inhumanidad de los sacerdotes y príncipes circularon por doquiera. Hombres de intelecto pidieron a estos sacerdotes y príncipes que explicasen las profecías del Antiguo Testamento concernientes al Mesías, y éstos, mientras procuraban fraguar alguna mentira en respuesta, parecieron enloquecer. No podían explicar las profecías que señalaban los sufrimientos y la muerte de Cristo, y muchos de los indagadores se convencieron de que las Escrituras se habían cumplido.

La venganza que los sacerdotes habían pensado sería tan dulce era ya amargura para ellos. Sabían que el pueblo los censuraba  severamente y que los mismos en quienes habían influído contra Jesús estaban ahora horrorizados por su vergonzosa obra. Estos  sacerdotes habían procurado creer que Jesús era un impostor; pero era en vano. Algunos de ellos habían estado al lado de la tumba de Lázaro y habían visto al muerto resucitar. Temblaron temiendo que Cristo mismo resucitase de los muertos y volviese a aparecer delante de ellos. Le habían oído declarar que él tenía poder para deponer su vida y volverla a tomar. Recordaron que había dicho: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.” Judas les había repetido las palabras dichas por Jesús a los discípulos durante el último viaje a Jerusalén: “He aquí subimos a Jerusalem, y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y le entregarán a los Gentiles para que le escarnezcan, y azoten, y crucifiquen; mas al tercer día resucitará.”

(...) Poco pudieron descansar el sábado. Aunque no querían cruzar el umbral de un gentil por temor a la contaminación, celebraron un concilio acerca del cuerpo de Cristo. La muerte y el sepulcro debían retener a Aquel a quien habían crucificado. “Se juntaron los  príncipes de los sacerdotes y los fariseos a Pilato, diciendo: Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el día tercero; porque no vengan sus discípulos de noche, y le hurten, y digan al pueblo: Resucitó de los muertos. Y será el postrer error peor que el primero. Y Pilato les dijo: Tenéis una guardia: id, aseguradlo como sabéis.”

Los sacerdotes dieron instrucciones para asegurar el sepulcro. Una gran piedra había sido colocada delante de la abertura. A través de esta piedra pusieron sogas, sujetando los extremos a la roca sólida y sellándolos con el sello romano. La piedra no podía ser movida sin romper el sello. Una guardia de cien soldados fué entonces colocada en derredor del sepulcro a fin de evitar que se le tocase.

Los sacerdotes hicieron todo lo que podían para conservar el cuerpo de Cristo donde había sido puesto. Fué sellado tan seguramente en su tumba como si hubiese de permanecer allí para siempre. (...)".

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