ARGENTINA NI CLASIFICA COMO EXPORTADORA REGIONAL

La soja, como Messi, ilusiona pero no copa

El precio por las nubes que al habían arribado los commodities sojeros en los primeros años del kirchnerismo inspiró un plan redistribucionista que chocó con la tenaz resistencia del campo, a la que se sumó la clase media alta urbana, cuando ante la crisis subprime que se desencadenó en USA el gobierno K, por izquierda, intentó absorber más de la mitad de la renta agrícola con las retenciones. Se cumplieron 10 años desde aquella resolución 125 confiscatoria y ahora, con la cotización en baja y afectada por la guerra comercial entre USA y China, también parte del Pro y el Fondo Monetario Internacional, por derecha, le quieren echar de nuevo el guante pero para pagar deudas y bancar el plan de ajuste del déficit público. Desde la llamada revolución verde de los ´90, la dirigencia nacional parece adormilada sobre los laureles sojeros y lleva casi una década plantada en el principio de “vivir con lo nuestro”, renunciando, en consecuencia, a la competitividad, a las exportaciones. El Banco Mundial, trae a colación el director de DNI, Marcelo Elizondo, mostró en sus últimas estadísticas que Argentina tiró la toalla del comercio exterior, inclusive frente al avance del vecindario, y ahora debería más que duplicar las ventas externas para ponerse a tono. ¿Cómo, si nuestra soja sale de una durísima sequía y los commodities son castigados por el contrapunto entre Trump-Xi Jinping? Las sumas del saldo exportable de la integración automotriz con Brasil, de otras ramas industriales, de producciones regionales y del software, ni aún con el dólar a $28, podrían arrimarse a los más de US$ 60 mil millones que le faltan al platillo de entradas de la balanza comercial argentina para alcanzar el pined regional. Tampoco los destinos no tradicionales en los que se concentran las ventas, como Vietnam, Egipto, Turquía, etc, manejan volúmenes de operaciones como para recuperar semejante terreno.

Una década atrás, con el viento internacional aún de cola pese al inicio de la crisis subprime en Estados Unidos, un gobierno de signo diametralmente opuesto al actual, el kirchnerista, intentaba echar mano a las retenciones a la soja para reequilibrar una balanza fiscal cada vez más comprometida por una distribución del ingreso que excedía la bonanza exportadora de los commodities.

Actualmente, con la sequía aún a cuestas, la cotización aplastada por la guerra comercial entre Estados Unidos y China, en plena recesión, con inflación y vulnerabilidad cambiaria, tanto desde el Fondo Monetario Internacional como desde el propio riñón oficialista, en las antípodas K, vuelven a apuntarle a los derechos que percibe el gobierno por la venta al exterior de la oleaginosa: presionan para suspender, en principio, el cronograma de eliminación comprometido por Mauricio Macri en campaña electoral y que él mismo ratificara recientemente ante la dirigencia rural.

No importa de dónde venga el viento ni de qué extracción ideológica sea quien empuña el timón de la Casa Rosada, la necesidad tiene cara de hereje cuando por ambición o por escasez se impone rascar las ollas.

 

 

A nadie extrañó que el jefe de la misión del FMI en Argentina, Roberto Cardelli, haya rescatado el aporte compulsivo del campo a las arcas fiscales en la actual circunstancia de crisis de balanza de pagos que demandó la intervención del prestamista internacional de última instancia. Ni que en ese marco incluyera postergar también reducciones impositivas de la reforma tributaria; promueva una mayor traslación a los usuarios de servicios públicos de los subsidios a la energía (tarifazos), aspire a disminuir la factura salarial y de las transferencias a las provincias y a las empresas estatales.

  En todo caso, son las condicions que cualquier acreedor impondría para asegurarse de cobrar.

Pero el complejo sojero está que trina contra la corriente que se va incubando en Cambiemos, la coalición electoral que sentía afín a sus intereses, cuando el hasta hace poco subsecretario de Programación Macroeconómica del Ministerio de Hacienda de la Nación y autor de un informe sobre “el aporte de la cadena de soja a la economía argentina”, elaborado en 2012 a pedido de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, Luciano Cohan, aseguró en su cuenta personal de Twitter: “Creo que hay que frenar por un tiempo la baja de retenciones a la soja, pero no porque sea un impuesto bueno, sino porque no hay plata. Son un mal necesario en mitad del ajuste que hay que hacer”.

Y al poner como ejemplo que “si hubiera un fondo anticíclico hoy estaría pagando, no cobrando”, recordó que “estamos en medio de una de las tres peores sequías en medio siglo y el precio (de la soja) acaba de bajar 50 dólares (por tonelada debido a la guerra comercial lanzada pro EE.UU.)”.

En la web sectorial valorsoja.com explotaron de ira. ¿Por qué siempre nos miran a nosotros?, parecen protestar.

Causa o efecto, la soja se ha convertido en el alimento ya no de las mesas, sino de las cajas gemelas, la comercial y la fiscal, que así como hace más de 10 años eran superavitarias gracias al efecto combinado de la cotización por toneladas y del tipo de cambio que adelantó la hiperdevaluación de 2002, ahora se habían tornaron cada vez más deficitarias, debido a la caída del precio y el atraso cambiario previo a la estampida, tipo Pamplona, que empezó a desatar la conferencia de prensa del jefe de Gabinete Marcos Peña, el 28 de diciembre pasado, según se reconoce en el propio documento del FMI.

La ecuación económica-agraria del día sería un dólar a $28, por el que ya se ajustaron los costos de los insumos e impuestos a la soja en un promedio de 25,5%, o sea, en números redondos, una quita de $7 por billete verde, con lo que el tipo de cambio efectivo a la fecha sería de $21.

Pero como para la próxima cosecha podría rondar los $30, quedarían algo más de $22 por dólar, multiplicados por el precio de la semilla, que se enriquece a medida que se le agrega valor, como transformarla en harina para abastecer a China lo que dejarían de comprar en Estados Unidos, o mejorar los 1,8 que percibe el complejo por el biodiésel, ahora el techo, desde que el país del Norte vedó los biocombustibles de procedencia argentina.

Las compañías destiladoras de la semilla libran una batalla con YPF y las terminales automotrices para que sea aumentada la tasa de corte en el gasoil, lo cual ya de hecho consiguieron en convenios con los micros rosarinos (se llevó al 25%) y con la cervecería Quilmes, cuyos camiones distribuidores mezclan en el combustible el 60% de fluido verde.

Sojadependencia, causa y efecto

La soja mantiene un ascendiente constante sobre la macroeconomía nacional. A pesar del retroceso en la cotización internacional, aún representa más de un tercio del ingreso por exportaciones y de la recaudación impositiva limpia de polvo, paja y administración.  

Es en gran parte gracias al yuyito sobre el que ironizó despectivamente la ex Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en pleno enfrentamiento con el campo cuando su gobierno intentaba subirles las retenciones, que la dirigencia política hace la plancha en materia de administración del Estado.

La sojadependencia explica, en gran parte, el estancamiento que viene trayendo el comercio exterior desde hace varios años. Las cifras cantan: de la última medición anual  que publicó el Banco Mundial tomando exportaciones e importaciones, y de bienes y servicios, de unos 150 países resulta que en 2017 equivale en Argentina a sólo al 25% del PBI, un porcentaje menor a la mitad del ratio mundial y se encuentra por debajo de toda América Latina, excepto Brasil

El presidente del capítulo argentino del ISPI (International Society for Performance Improvement), investigador y profesor del ITBA (Instituto Tecnológico de Buenos Aires), director general de “Desarrollo de Negocios Internacionales” (DNI) y miembro consultor del CARI y de Cippec, Marcelo Elizondo, efectuó en tal sentido un ejercicio que determina que Argentina debería más que duplicar sus exportaciones si pretendiera nada más que ponerse a la altura de sus vecinos: tendría que llegar a los US$120.000 millones.

La meta sería muy lejana al relacionamiento internacional comercial que le correspondería razonablemente, en virtud de que el país mantiene una escasísima relación comercial trasfronteriza, salvo en el Mercosur donde junto con Brasil imponen un acérrimo proteccionismo que condiciona el intercambio de mercaderías y servicios.

La soja por 3 es la formula que funciona en lo que va del milenio, en la práctica, como techo conceptual de la caja comercial de dólares. Y el déficit del comercio exterior se manifiesta, según Elizondo, en al menos 4 cuestiones:

1) Carencia de dólares comerciales (además recibe pocos por vía de inversión extranjera directa) lo que la expone a mayor volatilidad porque los dólares financieros adquieren una importancia relativa mayor que en el resto de la región.

2) Menor interés en direccionar la economía hacia mayores niveles de competitividad y productividad, en la medida en que la competencia internacional exige más a las empresas.

3) Pérdida de oportunidades de generar empleo de mayor calidad, como sucede en las economías más abiertas, como se ve claramente en Latinoamérica, donde son las que menor tasas de desempleo tienen. Contrario sensu, las más cerradas (como Argentina y Brasil), tienen tasas de desempleo más altas.

4) Menor tendencia  a mejorar la tasa de inversión (la doméstica y al internacional por exportar menos, ya que está probado que las economías que mayores niveles de inversión extranjera directa tienen son las de mayor inserción comercial externa.

Estadísticamente, si se decide que Argentina crezca de los US$58.427 millones en bienes vendidos al exterior en 2017 (según FMI), no sería alcanzable con facilidad, ya que exportó:

-menos que Brasil (217.768. millones)

-menos que México (409.494 millones, el récord histórico)

-menos que Chile (68.306 millones).

Si bien más que:

-Perú (44.917 millones),

-Colombia (38.7800 millones),

-Venezuela (31.600 millones),

-Ecuador (19.122 millones),

-Paraguay (8.680 millones),

-Uruguay (7.889 millones).

Para empatar el ratio de Chile, la suma debería dar US$170 mil millones (111 mil millones más que en 2017, lo que implica más que duplicar lo que exportó el año pasado).

Si pretendiera exportar por el ratio de Uruguay debería hacerlo en US$128.000 millones (unos 70.000 millones más que lo que exporta o sea más del doble).

Si quiere igualar a Paraguay, el número se iría muy lejos (es el de mayor ratio y no es comparable, porque la cifra para Argentina con ese porcentaje da US$248 mil millones).

Para equiparar el ratio de Bolivia debería exportar unos 148.000 millones (casi 90.000 millones más que los que exporta, o sea casi 150% más).

Y para replicar el porcentaje de Brasil, si bien la diferencia es menor (son las dos economías con menos exportaciones en relación al PBI del planeta), deberá exportar unos US$75.000 millones (un 10% más que lo actual).

No se ven actualmente en la estructura productiva nacional muchas alternativas competitivas internacionalmente para sumar a la balanza, aún con el dólar a $28.

Y si se mira como salvadora a la Messi de las exportaciones, la soja, la mala noticia que transmiten los administradores de fondos especulativos que operan en el CME Group es que en las últimas dos semanas viene registrando una escalada bajista, que se hizo extensiva en contratos futuros de maíz. Según la Commodity Futures Trading Commission, la cantidad de los que se celebraron bajó más de 5 veces en una semana.

Es consecuencia directa de la imposición –a partir del pasado 6 de julio– de un arancel del 25% a la soja estadounidense por parte de China, a modo de represalia comercial contra la política proteccionista implementada por el gobierno de Donald Trump.

Aunque diezmada por estas contingencias internacionales, la renta agrícola sigue siendo lo único que se encuentra a mano cada vez que toca sacarle el jugo a las piedras.

Dejá tu comentario