Es un gran momento para el Gobierno. Sí, las cosas están mal. Y comparadas a como el gobierno pensaba estar apenas un año atrás, las cosas están increíblemente mal. Pero la oposición está peor. Mucho peor.
LUIS TONELLI
Teníamos la Grieta... y encima parimos la Crisis
Mauricio Macri no está muerto. Ni siquiera moribundo, afirma uno de los científicos políticos más interesantes que hay en la Argentina 2018. Según él, hay mucho que esperar todavía hasta definir si Macri está fuera de carrera o no, en especial porque el presidencialismo argentino lo habilita como entrenador y jugador Nº10 a la vez. Alguno podrá afirmar que ni se mencionó a Elisa Carrió (simil de Carlos Bianchi en 'aquel' Boca Juniors), quien tiene su relevancia entre muchos electores de Cambiemos, pero Urgente24 sospecha que probablemente esta omisión resultó adrede, y tampoco es un dato menor. Aquí va el contenido:
Pareciera que tanto a uno como otros les conviene, en realidad, no hacer nada. Por la cantidad de errores no forzados que cometen, y que da hasta fiaca pasarle revista.
Lo yermo del paisaje electoral-lunar argentino hace que, adicionalmente al pasatiempo favorito de elucubrar escenarios posibles (cuando en una semana aquí pasan más cosas que en todo el Pleistoceno) con los candidatos de siempre, ganó espacio la pregunta por “la” o “él” tapado. Si pasó en Brasil con Jair Bolsonaro, ¿por qué no va a poder pasar aquí?
Y, entonces, empieza la danza de nombres, hurgando en la derecha del plasma, señora, en el centro, y hasta en el oficialismo. Lo de menear candidatos nazis o ultra neo liberales -combineta que está teniendo su cuarto de hora últimamente- resulta en un casting desopilante e imposible de figuras que sólo pueden ganar las elecciones si toda la Argentina se convirtiera en taxistas protestando por la llegada de Uber.
Más interesante es la versión que aprovecha la debilidad del Presidente para otear las posibilidades de la entrada en boxes del mandatario y la salida al ruedo de algún muleto (aunque si consideramos que “pasaron cosas” -y ¡las cosas que pasaron!-, los números de Mauricio Macri son sorprendentes. Las elucubraciones sobre la posibilidad que la gobernadora María Eugenia Vidal sea la candidata a Presidente, y que Carolina Stanley pasa a ser candidata a la Gobernación de Buenos Aires, tienen más tufillo de operación para meter inquina -venga de afuera o de adentro mismo- que algún viso de realidad.
Llegar a las elecciones presidenciales va a ser un argumento muy importante para cualquier gobierno no peronista, ya que hasta el momento, ningún Presidente de esa extracción pudo hacerlo desde 1983. Éste será el símbolo del tan meneado “cambio cultural” que se propone, básicamente, que los argentinos dejemos de ser argentinos, y pasemos a ser una suerte de bostoneanos del sur. Cosa que la veo, sinceramente, bastante difícil, I´m afraid.
Por otra parte, en la historia argentina no hubo reelección hasta que fue instaurada en 1994 y, tanto Carlos Menem como CFK hicieron uso exitoso de ella. Fernando De la Rúa, por razones obvias, no pudo, y Néstor Kirchner optó por un esquema 1-2-1, en el que alternaría la poltrona con su esposa, pero su muerte impidió llevarlo a cabo.
Las que sí fueron siempre conflictivas son las relaciones Presidente saliente/candidato oficialista.
Más allá del período del Orden Conservador dominado por Julio A. Roca, la única sucesión exitosa (pongámosle) fue la de Hipólito Yrigoyen a Marcelo T. de Alvear; y viceversa. Y la entrega anticipada de Héctor J. Cámpora a Juan D. Perón.
Ya el primer recambio presidencial, entre J.J. Urquiza y Santiago Derqui, fue un desastre. Derqui entró en componendas con Bartolomé Mitre, y Urquiza, jefe del Ejército, le presentó batalla al líder porteño en Pavón, abandonando con su caballería intacta el campo de honor y forzando así la caída del “derrotado” Derquí.
Raúl Ricardo Alfonsín le entregó a Eduardo César Angeloz un auto chocado de frente, todo en un contexto de suspicacias entre 'la Coordinadora' y el líder del lápiz rojo cordobés (bastante justificadas, por cierto). Ni qué hablar de cómo Carlos Menem le jugó en contra a Eduardo Duhalde, o de todas las que CFK le hizo a Daniel Scioli.
Con relación a las elecciones venideras, abundan los argumentos ad hominem.
> Que Macri está cansado.
> Que es un empresario que ya se sacó el gusto.
> Que a Antonita y a Juliana Awada no les gusta Olivos.
Y la más escuchada: Vidal mide más.
Pero, claro, resulta que la política no es como el futbol. Aquí, el director técnico también juega de 10, y debería sacarse él mismo para meter a la chica que hace banco en la Provincia.
Todo indica que -si llega más o menos indemne a las elecciones- el Presidente querrá revancha -porque Macri hace tiempo que se convirtió en un político hecho y derecho. Lo demostró al haber elegido el gradualismo y no una política de shock más riesgosa. Y, tal como vimos, ningún político elige prematuramente a un heredero para que éste prematuramente lo jubile y, también en forma anticipada, sea el nuevo líder.
Macri enfrentará hasta octubre del año que viene turbulencias peores que las que sufrieron los turistas en el Aerolíneas AR 1303, y otra pregunta que circula es si el Gobierno va a sufrir un “estallido social”. Aquí habría que considerar que la “pobreza” por si misma no genera revuelta política (el ERP -Ejército Revolucionario del Pueblo- siempre elegía sus blancos militares cerca de villas de emergencia que pensaban, inútilmente, que se plegarían a su “gesta”). Otra cosa es el empobrecimiento, que sí genera bronca, pero también desilusión, derrotismo y resignación.
En las dos experiencias de “estallido social” anteriores, la chispa que encendió la mecha fue el desboque del dólar, en el caso de 1989, o la fuga de depósitos para hacer de dólares billete en el 2001. Fue el “detalle” que coordinó las acciones en esos momentos. Es cierto que ahora tenemos Facebook, WhatsApp, Twitter e Instagram, pero eso parece más eficiente para disparar los cacerolazos que para generar la Marcha sobre Roma de los asentamientos liderados por los intendentes del conurbano.
Y los “caceroleros” parecen tener guardados sus instrumentos de percusión porque tienen miedo de tañirlos tan fuerte que la ex Presidenta suba en las encuestas los puntos necesarios para que se haga realidad la pesadilla que más temen. Así que Macri vive un changüí muy importante, en un contexto de polarización extrema, en la que es muchísimo más fuerte el odio al que está enfrente que el amor por los propios.
Cosas de un sistema político formateado por la Grieta, a la que se le suma ahora, la Crisis.