RECUPERANDO LA VIDA

Fumar NO es un placer

Ni sensual ni genial, el pretendido placer de fumar impide que muchas personas piensen seriamente en abandonar el vicio. Podemos afirmar que fumar no es un placer, y que el cigarrillo tiene más bondades porque nuestra mente se las otorga que porque existan en la realidad.

Muchos fumadores afirman que no quieren dejar de fumar porque les resulta muy placentero. Un conocido tango, “Fumando espero”, recoge esa sensación en su primera estrofa: “Fumar es un placer sensual, genial”. Que fumar tiene poca o ninguna vinculación con la inteligencia (o el genio) lo demuestran múltiples estudios realizados en los cinco continentes: fumar es una violenta agresión contra la mente y el cuerpo.

Pero casi ningún fumador está dispuesto a admitir que fumar no es un placer. Por el contrario, ellos sostienen que les resulta prácticamente imposible renunciar al cigarrillo porque aspirar tranquila y profundamente el humo del tabaco y despedirlo por los labios con sensualidad les provoca un gran deleite.

La nicotina es un alcaloide que produce acostumbramiento. Cuando ingresa al organismo por primera vez, la sensación dista de ser agradable. Dependiendo de la cantidad fumada y de las características físicas de la persona, los primeros cigarrillos pueden provocar mareos, cefaleas, náuseas y, en algunos casos, incluso vómitos. Pero cuando el organismo se acostumbra a recibir una determinada dosis del alcaloide, la satisfacción de esa necesidad creada puede ser como la de un vaso de agua en medio del desierto.

Esta explicación fisiológica del placer no es satisfactoria. Los cigarrillos que se fuman buscando la estimulación suelen estar vinculados con circunstancias tensionantes, poco placenteras. Los fumadores reconocen que el deleite está más cerca de lo espiritual que de lo corporal. Dicho de otra manera, el supuesto placer que produce un cigarrillo está mucho más relacionado con nuestra mente que con el cigarrillo en sí.

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El lunes 05/11 a las 20:00 comenzará otra edición del Plan de 5 Días para Dejar de Fumar, en el Espacio Vida Sana (Avenida Maipú 1060, Vicente López, Provincia de Buenos Aires).
Estará a cargo de la Dra. Ada Toledo y el Lic. Alberto Novell. Es gratuito, patrocinado por Alimentos Granix y la Clínica Adventista Belgrano. Este contenido está basado en conceptos de ambos profesionales.

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Imágenes mentales

Los doctores H. Friedman y W. Dipple estudiaron la incidencia que tienen las marcas y los envases sobre los gustos del público, y llegaron a una sorprendente conclusión.

Se le dio a un grupo de personas (cien hombres y cien mujeres) dos paquetes de cigarrillos y una planilla para anotar sus sensaciones mientras los fumaban. Un paquete era rojo, el nombre de la marca era Frontiersman (hombre de la frontera), un nombre masculino. El otro paquete era azul, y la marca, escrita con letras plateadas era April (Abril), un nombre con connotaciones más bien femeninas.

Se les pidió que evaluaran ambas marcas que –ellos no lo sabían—sólo tenían envases diferentes. Los cigarrillos eran exactamente iguales, con el mismo papel y el mismo tabaco. Las mujeres prefirieron los April porque, según explicaban, eran más suaves y tenían mejor sabor. Los hombres, mayoritariamente, prefirieron los Frontiersman porque, de acuerdo con su evaluación, el tabaco tenía más cuerpo, era más fuerte y con mejor sabor. Las mujeres se quejaron del Frontiersman porque “les irritaba la garganta”.

Éste y otros experimentos demostraron que el cigarrillo tiene muchas bondades que nuestra mente le otorga, y no porque existan en la realidad.

Siempre presente

A diferencia de otros hábitos, que suelen tener su momento y su lugar, el cigarrillo está presente en casi todos los momentos del día. Se fuma a intervalos más o menos regulares desde el momento de levantarse hasta el de acostarse (y muchos se levantan durante la noche para encender un cigarrillo).

Poco a poco, se va estableciendo una sutil pero fuerte asociación entre el cigarrillo que se fuma y las situaciones, circunstancias y estados de ánimo durante los cuales se fuma. Así se genera una paradoja: las motivaciones que llevan a fumar suelen ser antagónicas y contradictorias.

Le preguntamos a Juan Carlos, un fumador de 46 años de edad y 25 de tabaquismo, cuáles son las razones que lo impulsan a fumar.

--Fumo mucho cuando estoy nervioso, para tranquilizarme –dijo.
--¿Y cuando estás deprimido? –insistimos.
--Entonces fumo para estimularme –respondió--. También fumo bastante cuando estoy en una reunión, para sobreponerme a la timidez.
--¿Y cuándo estás solo?
--Fumo para acompañarme.
--¿Cuando las cosas van mal?
--Fumo para consolarme.
--¿Y si van bien?
--Fumo para festejar.

Es decir, Juan Carlos ha vivido todo tipo de circunstancias y estados de ánimo, durante años, con un cigarrillo en la mano, y ahora le resulta casi imposible atravesarlas sin el auxilio del tabaco. Su mente ha asociado el acto de fumar con los problemas, las tensiones, las peleas, los disgustos, los momentos de soledad, tristeza, miedo, timidez, estrés o depresión; y está convencido de que necesita un cigarrillo para sobrellevarlos. Pero él también ha asociado al tabaco con los momentos positivos, con las circunstancias de alegría, felicidad o placer; y parecería que esas vivencias no están completas si no las acompaña una buena bocanada de humo.

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Un video imprescindible, hacer click aquí.

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Punto final del placer

Un anuncio publicitario de la televisión argentina de hace algunas décadas, mostraba a una mujer (China Zorrilla) atareada con múltiples responsabilidades que no le daban respiro ni descanso, Finalmente hacía un alto y se abandonaba físicamente en un sillón, mientras suspiraba: “Me tomo cinco minutos, me tomo un té”. El comercial pretendía que el espectador asociara la relajación y la sensación de bienestar resultante con el acto de tomar una taza de té.

Con ese mecanismo de asociación, los fumadores han adosado el cigarrillo como el punto final del placer. Los cigarrillos que identifican como “placenteros” son los que acompañan o culminan un momento de placer: las comidas, el acto sexual, los momentos de relax o descanso, las charlas con amigos café mediante. Paulatinamente, la mente asocia al cigarrillo con la circunstancia placentera, lo incorpora al concepto de placer de manera tan estrecha que se llega a creer que el placer está en fumar y no tanto en el acto placentero. Cuando se deja de fumar, durante algún tiempo –hasta que la mente se reacostumbra—parece que los momentos de placer no fueran completos por la falta del cigarrillo como corolario.

Lo cierto es que el tabaco disminuye las posibilidades de disfrutar de los placeres de la vida. Atrofia las papilas gustativas, impidiendo gozar del sabor de las comidas, por lo que los fumadores suelen consumir muchos condimentos, sal y pimienta. Insensibiliza el olfato, privándonos del placer de olores y perfumes. Afecta la vida sexual de hombres y mujeres. De acuerdo con estudios serios, realizados en Japón, Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, el fumar es causa de muchos casos de impotencia sexual, esterilidad y disminución de la libido en el hombre, y de disturbios menstruales, frigidez y esterilidad en la mujer.

Pero por sobre todas las cosas, cuando el tabaquismo ha dominado la voluntad de la persona, le impide disfrutar de esa sensación de independencia, de libertad, de soberanía interior, de dominio propio, de dignidad personal, que sólo puede experimentar el hombre libre de vicios y ataduras.

Aprender a disfrutar

Fumar NO es un placer. El tabaco es enemigo de los verdaderos placeres, desde los más intensos hasta los más sutiles. Afecta nuestra capacidad para disfrutarlos, y destruye nuestro cuerpo y nuestra mente sin dejar nada a cambio. No nos acompaña ni tranquiliza, no soluciona problemas ni aporta deleites, sólo carcome todos los rincones del organismo y todas las facetas del espíritu.

Para que dejar de fumar sea un placer hay que hacer algo más que quitar el cigarrillo de los labios, se debe adoptar una nueva manera de considerar la vida y de valorarse a uno mismo. Hay que aprender, también, a disfrutar plena e intensamente de los verdaderos placeres, hasta los más intrascendentes, sin la necesidad de adosarles un cigarrillo encendido. El que deja de fumar puede transitar por las distintas vivencias y estados del ánimo disfrutando de la nueva sensibilidad que presenta un organismo libre de tóxicos y una mente abierta a la vida; a los aspectos y valores positivos de la vida.

Víctor dejó de fumar hace algunos años. El tercer día de lucha y abstinencia, cuando llevaba más de cincuenta horas sin probar un cigarrillo, fue a una plaza a jugar con sus hijos. “Cuando crucé la calle –nos contó después—por primera vez en mi vida lo hice con un hijo en cada mano. Antes sólo podía sostener al más pequeño; el mayor cruzaba solo, porque en la otra mano tenía un cigarrillo”.

Víctor se emocionó al contarlo. Sabía que ese incidente implicaba mucho más que el hecho de cruzar una calle con mayor seguridad: era el descubrimiento de la vida y sus valores trascendentes al contacto con la mano de un hijo. En ese instante supo que el placer –el verdadero—está muy lejos del humo del cigarrillo.

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