NADA PARA FESTEJAR

100 años del armisticio, inicio del estúpido Tratado de Versalles, origen de la 2da. Guerra

El presidente francés, Emmanuel Macron, como anfitrión, dio la bienvenida a sus visitantes en el Palacio del Elíseo para una conmemoración en el Arco de Triunfo por el centenario del armisticio que puso fin a la 1ra. Guerra Mundial. Bajo una lluvia persistente, Macron y su esposa Brigitte recibieron a unos 70 monarcas, jefes de Estado y primeros ministros. Todos fueron trasladados juntos en autobús hacia el Arco de Triunfo para la ceremonia, donde arribó el presidente estadounidense, Donald Trump. 10 millones de soldados qmurieron durante la 1ra. Gran Guerra (1914 a 1918), hasta el Armisticio aplicado desde las 11:00 del 11/11/1918, que llevó al ridículo, incumplible e inútil Tratado de Versalles.

"Las razones del fracaso de la paz en 1918 constituyen una llamada de atención para el mundo de 2018. En 1918 vimos que el armisticio no traía la paz, por dos razones importantes. Los vencedores fueron demasiado rígidos en sus exigencias hacia Alemania, y porque la organización internacional que se construyó, la Sociedad De Naciones, fue demasiado débil. Es decir, una mezcla de nacionalismo demasiado fuerte e internacionalismo demasiado débil. Hoy reencontramos esta combinación",
Dominique Moïsi, consejero especial del Instituto Montaigne,
a Marc Bassets, del diario El País, en París.


El 07/11/1918, sobre las 20:30, cerca de la localidad francesa de La Capelle (norte), se anunció el primer alto el fuego desde septiembre de 1914 para permitir el paso del convoy de la delegación alemana. El tren del mariscal Ferdinand Jean Marie Foch esperaba a la delegación alemana en ese lugar. El 08/11/1918, a las 09:00, el mariscal recibió a los alemanes en su vagón, un coche restaurante modificado. "¿Quieren el armisticio?", preguntó. En la madrugada del 11, los enviados alemanes estudiaron cada uno de los 34 artículos de la convención de armisticio leída y traducida. A las 05:20, el lunes 11/11/1918, ambas partes firmaron el documento y el armisticio entró en vigor a las 11:00.

Entonces, hace 100 años,franceses y alemanes firmaron el armisticio que suspendía las hostilidades, e iniciaba negociaciones que llevaron a unas condiciones férreas para los derrotados, que contribuyeron al revanchismo previo a la 2da. Guerra.

Porque la 2da. Guerra no comenzó porque sí. Tuvo su inicio en la falta de sabiduría de quienes ganaron la 1ra. Guerra.

Este fin de semana, una multitud de jefes de Estado y de Gobierno, llegaron hasta París para recordar los 100 años de un evento tan polémico.

Ellos representan a una sociedad global en crisis. Donald Trump amenaza a sus aliados en la OTAN. Crece el eje China/Rusia, que se extiende a toda Asia y se proyecta hacia África y Latinoamérica. El prestigio de las democracias liberales se devalúa. Avanza un populismo nacionalista, de USA a Italia y ahora Brasil. La Unión Europea se divide.

Marc Bassets escribió desde París para el español El País:

"(...) Nacionalismo es una palabra ambigua, de difícil definición, como populismo. "Muchas personas piensan en el nacionalismo como en una ideología cohesiva, pero aparece en varias formas, incluidas sus versiones de izquierdas y derechas", advierte, en un correo electrónico, Roger Eatwell, coautor con Matthew Goodwin de Populismo nacional: la rebelión contra la democracia liberal, recién publicado en inglés. "Una distinción común es entre el nacionalismo étnico, que es cerrado, en comparación con un nacionalismo cívico que está vinculado con una serie de valores políticos". Algunos han aplicado a estas distinciones palabras diferentes: nacionalismo y patriotismo. (...)".

Emmanuel Macron, dueño de casa en el recuerdo, advirtió, por si no estaba en claro: "El patriotismo es justo lo contrario del nacionalismo".

1ra. Guerra Mundial

Muy impactante la reflexión de Yves Saint-Geourg y Wolfgang Dold:

"(...) La lección que deberíamos aprender de este conflicto parece evidente: que el nacionalismo exacerbado nos lleva directamente a la destrucción. Sin embargo, los europeos tardaron en extraer las consecuencias. Efectivamente, a la paz que se celebró en 1919 en Europa occidental, le siguieron años de tensión. En varios Estados europeos se formaron gobiernos nacionalistas extremos. En Alemania, la "República de Weimar", que como democracia alemana quería formar parte de la Sociedad de Naciones, fracasó finalmente en 1933 y su camino condujo, por su propia culpa, a la dictadura, a la Segunda Guerra Mundial y al Holocausto. ¿Qué importancia tiene todavía la Primera Guerra Mundial? Debe importarnos porque una lección fue que no basta con firmar la paz; esa paz tiene que ir ligada a un proyecto de futuro. (...).

La 1r. Guerra Mundial - 1. La furia

La 1r. Guerra Mundial - 2. El miedo

Notable el análisis de Javier Dale, para La Vanguardia, de Barcelona:

"(...) Un pequeño vagón de tren en un bosque francés. Ese fue el bucólico fin de la mayor sangría perpetrada por la humanidad hasta entonces. En aquella sala improvisada en Compiègne, Alemania reconoció su derrota ante Francia, Reino Unido y Rusia -la Triple Entente- y firmó el documento que ponía fin a la Gran Guerra. Era el 11 de noviembre de 1918 -hoy se cumplen cien años- y atrás quedaban casi 70 millones de soldados de los que cerca de 10 millones murieron, otros ocho millones desaparecieron y 20 millones resultaron heridos de distinta gravedad.

A la tragedia que supuso la guerra en el campo de batalla habría que sumar la devastación civil. Pero también el hecho de que, tras la firma del armisticio, quedaron atrás sistemas de gobierno y de valores, políticas internacionales y tecnologías, clases sociales y modos de vivir. La Gran Guerra -por aquel entonces pocos pensaban que pudiera haber una Segunda Guerra Mundial- cambió el mundo. Pero no tanto a los hombres.

Alemania fue la mayor pagadora, en todos los sentidos, del conflicto. Y en consecuencia fue la gran damnificada de la guerra que auspició. Si en 1914 era un Imperio, el 9 de noviembre de 1918 se despertó como República, con su emperador, el káiser Guillermo II abdicado y huido y con su territorio fraccionado. La realidad no era muy distinta a la que se vivía en el Imperio Austrohúngaro, desmembrado en varias repúblicas –Checoslovaquia, Polonia, Hungría...- y con su emperador, Carlos, exiliado en Suiza. Una suerte tal vez mejor que la que había corrido la familia real rusa, depuesta en 1917, y el anticipo de lo que ocurriría en el Imperio Otomano, cuyo último sultán, Mehmed VI, caería en 1922.

La Europa imperial y monárquica que se condujo imprudentemente hacia el conflicto fue víctima de sí misma. De las grandes monarquías en liza solo la británica y la italiana sobrevivieron a la guerra. El mundo había cambiado, los intereses habían cambiado. “La guerra –reflexionó Churchill años después- se decidió en los primeros veinte días de lucha, y todo lo que pasó después consistió en batallas que, si bien fueron gigantescas y devastadoras, no eran más que llamamientos desesperados y vanos contra la decisión del destino”.

(...)

La extensión en el tiempo del conflicto alteró el poder de los estados. El antiguo régimen, sostenido por la economía privada, se vio obligado a nacionalizar determinadas industrias para hacer frente al conflicto, acumulando un poder al que no estaba acostumbrado. Además, en cada país el magma previo de los movimientos obreros que ponían en duda el poder inexcusable de las monarquías llevó a que se cuestionaran las reglas generales que regían el mundo. No es casual que al káiser Guillermo II le suceda el socialdemócrata Friedrich Eber, como no es casual que tras Carlos I en Austria gobierne el también socialdemócrata Karl Seitz.

Al fin de la guerra, los imperios europeos se cuartearon y se llenaron de nuevos países formados por democracias imperfectas, prematuras y frágiles, pero con un gran control sobre la población: desde el racionamiento de alimentos hasta los empleos derivados del esfuerzo de reconversión industrial. En ese caldo de cultivo es donde en el periodo de entreguerras crecen dos ideologías antagónicas, el fascismo y el comunismo, que tienen en común la búsqueda del orden dentro de estados caóticos. La insatisfacción que germinó en democracias débiles, junto a los problemas económicos derivados del crac del 29, condujeron inevitablemente a un nuevo conflicto como factor de corrección. La guerra breve que, sostiene Hemig, se barruntaba en el verano de 1914 no terminó verdaderamente hasta abril de 1945.

El esfuerzo de guerra tuvo consecuencias devastadoras para Europa. Con una pérdida final de entre el 30% y el 40% del potencial industrial, el continente, ante su nueva geografía política, dejó de ser el corazón del mundo para convertirse en su principal problema. El aumento del gasto causado por el conflicto bélico, además, introdujo un nuevo actor en el escenario mundial: Estados Unidos. Los gobiernos del presidente Woodrow Wilson fueron los principales financiadores de la guerra, más allá de ser participantes activos en su tramo final. Dicho de otro modo: Europa se convirtió en la gran deudora del gigante norteamericano.

La solución europea al problema económico pactada en Versalles fue el principal factor germinal del segundo conflicto mundial. Las potencias aliadas, sabedoras de la dificultad que suponía saldar su deuda con Estados Unidos y, al mismo tiempo, recoser sus propios territorios optaron por un camino fácil y equivocado: imponer una multa imposible de guerra a Alemania para que fuera ella quien pagara a sus acreedores. La cifra reclamada era, de facto, imposible de cobrar: 296.000 millones de marcos-oro de 1920. La dimensión real del pago se explica en un solo dato: a pesar de beneficiarse de una quita superior al 50%, Alemania estuvo pagando esta sanción hasta el año 2010.

De esta forma, Estados Unidos despertó en 1918 como un país sobrefinanciado y dueño del 42% de los recursos industriales del planeta. La Europa continental aliada se apuntó al modelo económico industrial para reconstruirse, en una doble dependencia de Estados Unidos y de una presión criminal sobre Alemania –“Si no puede financiarse, no podrá aplicar las políticas correctas”, había dicho Keynes tras Versalles- para que saldara su deuda. La desigualdad, la especulación y los problemas de una economía protoglobalizada pero sin mecanismos de control sobre las dependencias crearon un campo abonado para que a la guerra le sucediera una gran crisis económica. El crac del '29 fue, en una parte, una consecuencia indeseada de la Primera Guerra Mundial. Pero consecuencia, al fin y al cabo.

El Tratado de Versalles

(...)

El armisticio del 11 de noviembre de 1918 fue un punto y aparte en la historia. Los cuatro años de guerra no solo cambiaron la geografía política del planeta. Los movimientos obreros se expandían, así como la democracia como forma imperfecta -“El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio”, dijo Churchill- de gobierno. Los medios de transporte dieron un salto definitivo y el motor reemplazó para siempre al caballo. Las mujeres, incorporadas a trabajos hasta entonces masculinos, no estaban dispuestas a dar un paso atrás. Como sucede casi siempre, el impulso militar llevó parejo un impulso tecnológico que cambió las necesidades y los empleos. El mundo era un lugar nuevo que no podía regirse por las mismas reglas que antes del conflicto. Ese nuevo orden mundial trataría de componerse en las Conversaciones de Versalles, que arrancarían el 18 de enero de 1919.

El mundo había cambiado, pero no tanto sus habitantes, que seguían rigiéndose por las mismas emociones humanas. Por el odio, por el rencor. La sed de venganza llevó a los Aliados a exigir la humillación alemana en el mismo Salón de los Espejos de Versalles en el que, en 1871, se había proclamado el Imperio Alemán. Francia no había olvidado. Pero Alemania tampoco iba a olvidar. (...)."

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