COMUNICACIÓN EN EL SIGLO 21

¿Qué era el 5to. Poder?

Hace ya más de una década, la irrupción de las redes sociales reavivó antiguas promesas de los medios de comunicación de masas: ampliar las posibilidades de diálogo entre las personas y comunidades; proveer más y mejores medios de expresión. El impulso democrático de la red —decisivo en acontecimientos políticos de la última década— parece haberse desvanecido en 2018, tras el escándalo de Cambridge Analytica y el fenómeno de las fake news.

La promesa parece nueva, pero es antigua: “El desarrollo de los medios de comunicación contribuye al entendimiento entre los hombres”. Y también: “Un ciudadano más informado es un ciudadano más autónomo, más libre”. Y más aún: “Los conflictos entre naciones y entre pueblos surgen de grandes malentendidos, la comunicación conlleva comprensión y paz”.

En su libro La mundialización de la comunicación, Armand Mattelart recupera numerosas declaraciones de los siglos XIX y XX de intelectuales y científicos que veían a cada novedad en el campo de la comunicación un instrumento del entendimiento y de la paz. El escritor Víctor Hugo, autor de Los Miserables, decía en 1849 que el novedoso telégrafo era “el comienzo de la fraternidad”. Tal era su entusiasmo, que llamó a los cables telegráficos “los hilos del consenso”.

Detrás de la fotografía y el telégrafo vendrían el cinematógrafo, el teléfono, la radio, la televisión. Pero nunca el consenso. Dos guerras mundiales son testimonio de ello.

Sin embargo, cada novedad tecnológica volvió a recurrir a la vieja promesa de educarnos, de unirnos, de ponernos de acuerdo. Internet no fue la excepción.

La televisión

Los medios masivos de comunicación se convirtieron en la mayor fuente de información, educación y propaganda y, durante la segunda mitad del siglo XX lograron vencer, en los grandes centros urbanos, al estado, a la escuela, a la iglesia y, dramáticamente, a la familia, en su función de formar ciudadanos.

La televisión se metió en todos los hogares, ofreciendo entretenimiento, noticias, productos, opiniones, es decir, visiones del mundo de forma que ninguna otra institución podía hacerlo. Desde la campaña de J.F. Kennedy en 1960 quedó claro que ya no podría llegar a presidente nadie que saliera mal en televisión.

Sin embargo, la gran promesa democrática de los medios tambaleaba. En primer lugar, porque la televisión, la radio y la prensa estaban en manos de grandes corporaciones y se parecían cada vez más a los poderes que decían fiscalizar.

En segundo lugar, por algo más evidente: la palabra de los ciudadanos no aparecía. Solo estaban para mirar, escuchar, leer.

La aparición de Internet lo cambió todo. O no.

La Era de la Información

La web (1990), los weblog (1997), Messenger (1999), Facebook (2004) y YouTube (2005), por mencionar los casos más recordados, ofrecieron a los usuarios no solo infinitas fuentes de información sino instrumentos de expresión inéditos en la historia.

De tal forma, la vieja promesa de comunicación universal reapareció con más fuerza que nunca. No solo los usuarios contaban con información infinita, sino que ahora disponían de medios para expresarse de forma directa y convertirse cada uno de ellos en un medio.

La historia reciente nos proveyó algunos hitos para creer que la democracia en las redes era posible.

En 2004, el giro en los resultados de las elecciones generales de España fue atribuido a mensajes de texto en cadena. Los españoles, con sus teléfonos móviles, desacreditaban al gobierno y los principales diarios en relación al recordado atentado terrorista en Atocha.

En 2008, en un grupo de Facebook llamado “Un millón de voces contra las FARC” surgió un movimiento de acción cívica que atrajo la mirada de la prensa mundial y sumó una voz importante (presuntamente, la del “ciudadano común”) al extenso conflicto político y militar de Colombia.

En 2010, durante la llamada Primavera Árabe que terminó con la caída de Hosni Mubarak en Egipto, las redes sociales jugaron un rol fundamental en la organización de los manifestantes y la promoción de sus consignas, así como en la participación política de los jóvenes. El líder saliente creyó tanto en el poder de las redes, que intentó cortar el acceso a Internet en un desesperado intento de desmovilizar a los opositores. En un país de escasa tradición democrática, las redes sociales, la televisión online y hasta tecnologías obsoletas como el fax habrían derrocado un envejecido régimen.

Nuestro país no fue ajeno a estos fenómenos. Especialmente después del conflicto del campo en 2008, un sector del espectro político y de la población se enfrentó a los medios masivos “tradicionales” con el Grupo Clarín a la cabeza y vislumbró en Internet un espacio de contrapoder y en las redes sociales una herramienta para la democracia.

Mientras algunos intelectuales se oponían a estos nuevos medios (“Cualquier pelotudo tiene un blog”, decían), otros se entusiasmaron en torno a lo que empezó a llamarse el “Quinto Poder”, término atribuido al español Ignacio Ramonet. Se entendía: si los encumbrados tres poderes del Estado ya no eran fiscalizados por el Cuarto Poder, que se había vuelto igual o más poderoso que estos, era necesario un “Quinto Poder”, numeroso, descentralizado, compuesto por cientos de miles de usuarios en la red. Tanto Occupy Wall Street en Estados Unidos como el Movimiento 15-M Indignados en España (ambos surgidos en 2011) vinieron a representar en las calles, pero sobre todo en las redes sociales, la expresión de este renovado impulso democrático.

Pero los estados y las corporaciones aún retenían los medios para corregir el rumbo. Edward Snowden y Julian Assange fueron perseguidos, difamados, considerados terroristas y obligados al exilio. Los héroes de esta frágil democracia eran menos que afortunados luego de desafiar a los poderes.

Emprendimientos como Facebook, la broma adolescente de Mark Zuckerberg en su habitación de universitario, se había convertido en una de las mayores compañías de la historia. Y los Indignados ya habían dejado en claro su desacuerdo y ahora perdían el rumbo.

El economista británico Guy Standing podía describir este movimiento sin hacer ni una mención a las redes sociales. De acuerdo a Standing, eran los precarios, son los que no tenían empleo ni esperanza de conseguirlo, los que salían a la calle (y a las redes) a rechazar al sistema. Si los precarios no se reconocían a sí mismos como parte de un conjunto, los podrían arrastrar con cualquier promesa de corte fascista. Era 2011.

Presente incierto

En los años siguientes se suscitaron acontecimientos políticos acordes a esta premonición. Con una retórica fuertemente nacionalista, Donald Trump alcanzó la presidencia de los Estados Unidos y los británicos votaron la salida de la Unión Europea.

En marzo de 2018, el escándalo de Cambridge Analytica fue señal de que la “democracia en la red” había terminado o bien nunca había existido. En un caso aún no esclarecido, se supo que Facebook había vendido información de millones de usuarios, suficientes para influir en la opinión pública, en gran medida con noticias falsas. La empresa también había participado de la campaña electoral en Argentina. Meses después, el siete veces diputado Jair Bolsonaro alcanzaba en poco tiempo el apoyo suficiente para convertirse en presidente de Brasil. Noticias falsas de todo tipo habían cimentado el apoyo de la población.

Todo, absolutamente todo lo que expresaban los usuarios en pos de la acción ciudadana se desarrolló al interior de los servidores de un par de corporaciones. Y lo que nos parecía un infinito fluir de información fue procesado y utilizado para la mayor manipulación de la opinión pública de la que se tenga registro.

Desde ya, no es la única ni la principal razón que explica los resultados electorales, pero sí es suficiente para preguntarse si el llamado Quinto Poder alguna vez existió, o si llegó a su fin.

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