De Chevron a BP: Antes de la próxima catástrofe

Una comparación entre el desastre ambiental del Golfo de México con lo que ocurrió hace unos años en el bosque tropical del Amazonas en Ecuador, para ver de qué modo se puede poner fin a los desmanes humanos que, en pos del lucro, avasallan y destrozan todo lo natural que hallan a su paso.

NEW YORK ( The New York Times). La calamitosa conducta de BP (British Petroleum) en el Golfo de México es la gran historia petrolera del momento.
Sin embargo, durante muchos años, personas indígenas de lo que otrora era una región prístina del bosque tropical del Amazonas en Ecuador han estado intentando recibir ayuda de una empresa estadounidense, Texaco (que después se fusionó con Chevron), para lo que se ha descripto como la mayor catástrofe ambiental relacionada con el hidrocarburo en la historia.
"Con lo horrendo que ha sido el derrame en el golfo, lo que ocurrió en el Amazonas fue peor", destacó Jonathan Abady, abogado de Nueva York que forma parte del equipo legal que está demandando a Chevron a nombre de los habitantes del bosque tropical.
Se ha dado una larga y desagradable batalla legal y el resultado aún es incierto. Sin embargo, lo que ocurrió en el bosque tropical es desolador aunque, por mucho, no ha captado la cobertura que el derrame de BP.
Lo que no está en duda es que Texaco operó más de 300 pozos petroleros durante la mayor parte de tres décadas en un vasto tramo de la región norteña del Amazonas ecuatoriano, apenas al sur de la frontera con Colombia.
Buena parte de dicha área ha sido contaminada horriblemente. Las vidas y cultura de los habitantes locales, quienes pescaban en los intrincados cauces y cultivaban la tierra como sus ancestros lo habían hecho por generaciones, han quedado de cabeza de formas que han dado origen a la miseria generalizada.
Texaco llegó a toda prisa a este delicado y antiguo paisaje a comienzos de los años 60 con la sutileza y gracia de un ejército invasor. Y cuando se marchó en 1992 dejó, tras de sí, contaminación tóxica generalizada que devastó los medios de ganarse la vida y tradiciones de los habitantes locales, amén de haber cobrado un severo precio sobre su bienestar físico.
Un informe entablado por los querellantes decía: "Tiró deliberadamente muchos miles de millones de galones de desechos de productos derivados de la perforación petrolera directamente en los ríos y arroyos del bosque tropical, abarcando un área del tamaño de Rhode Island (aproximadamente 1.600 km2). Perforó más de 900 fosas de desechos sin protección en el suelo de la selva, las cuales filtran hasta este día desechos tóxicos a suelos y mantos freáticos. Quemó cientos de millones de metros cúbicos de gas y desecho del petróleo en la atmósfera, envenenando el aire y creando lluvia negra, la cual inundaba el área durante tormentas tropicales con rayos".
La búsqueda de petróleo es, por naturaleza, colosalmente destructiva. Las gigantescas empresas petroleras, cuando las dejan a sus propios recursos, tratarán incluso la maravilla más majestuosa de la naturaleza como un drenaje.
 
Sin embargo, las riquezas que pueden obtenerse son enormemente corruptoras, a grado tal que los gobiernos se niegan a imponer el tipo de vigilancia rígida y salvaguardas que mitigaría el daño al ambiente, tanto a sus habitantes humanos como animales.
Elijan su localidad. Las familias cuyas vidas y cultura dependen de la intrincada red de vías fluviales a lo largo de la Costa del Golfo de Estados Unidos están en una dificilísima situación, similar a la de las personas indígenas destruidas por incesantes derrames de petróleo y la contaminación relacionada con el hidrocarburo en el bosque tropical de Ecuador. Cada grupo teme por su futuro. Ambos han sido tratados con desprecio.
A las empresas petroleras les tiene sin cuidado. Shell está impaciente por comenzar la perforación en el Océano Ártico frente a la costa norte de Alaska, área que representaría problemas monumentales para cualquiera que intente lidiar con el catastrófico derrame. Las empresas pretenden que los derrames no ocurrirán.
Siempre dicen que sus operaciones de perforación son seguras. Dijeron eso antes de perforar frente a Santa Bárbara y en el bosque tropical de Ecuador, así como en el golfo y en cualquier otra parte en la que perforen.
Sus garantías carecen de significado.
El Presidente Barack Obama ya suspendió los permisos de perforación de Shell en el Ártico, al tiempo que detuvo temporalmente la fiebre por el petróleo del mismo lugar. Lo que hemos aprendido de la debacle de BP en el Golfo de México, y a partir del bosque tropical y tantos otros lugares, es precisamente el grado de imprudencia e ineptitud que las empresas pueden demostrar cuando se trata de salvaguardar la vida, los alrededores y el ambiente.
Son peligrosas. Necesitan la vigilancia más exigente que exista, así como sanciones expeditas y severas por serias conductas indebidas. Al mismo tiempo, nos hace falta ponernos a buscar alternativas viables de energía con un sentido de mucha, mucha mayor urgencia. Tratar al Amazonas, el Golfo de México y el Ártico como si no fueran nada más que sitios de desechos tóxicos es una afrenta al planeta y a todas las formas de vida que la habitan.
Chevron no cree que debería ser llamado a rendir cuentas por cualquiera de los pecados que Texaco pudiera haber cometido en el Amazonas. Un portavoz me dijo que los alegatos de daño ambiental se habían exagerado enormemente y que incluso si Texaco hubiera causado cierta contaminación, la había limpiado y alcanzado un acuerdo con el gobierno ecuatoriano que excluía responsabilidades ulteriores.
Quizá los residentes indígenas estén sufriendo (están en condiciones mucho peores que la gente en la Costa del Golfo de México), pero el grupo que integra Chevron-Texaco se siente realmente bien consigo misma. Lograron obtener grandes ingresos y la basura quedó atrás.

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